Algo más que palabras

Con la cabeza baja

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Pienso que vender optimismos falsos no es de recibo. Más tarde o temprano, cuando te encuentras con la realidad del asfalto entre las venas y percibes que es otra muy distinta a la que te han metido por los ojos, coges una frustración que te quita las ganas de vivir y de confiar en las personas. Ahora resulta que todos los gobiernos quieren abrir los brazos, pero luego las personas no aceptan la diversidad, porque no han sido educadas para ello, o las mismas administraciones se encuentran colapsadas e incapacitadas para dar solución real a las muchas peticiones justas solicitadas, como puede ser la promoción y protección de los derechos más básicos, de foráneos que han decidido vivir en esta tierra. Las realidades mostradas como son, aunque en un primer momento nos pueden llevar al cayo del pesimismo, también nos preparan para tomar apuntes y repuntar. De lo contrario, con astucias y seducciones, será fácil ganarse aplausos (con posible repercusión en votos), pero difícil avanzar hacia la luz verdadera, entre tantas sombras que nos ensombrecen.  

La siembra de crueldades es para temerle. A poco que paseemos por nuestros espacios vivos, veremos que se muere más que se vive, a un tiempo sin tiempo para vivir, y a una velocidad de vértigo. El cuello de la rana se queda corto. Lo tragamos todo y en qué medida. Un buen físico antes que una buena química. Un buen partido antes que un buen corazón. Y así, bajo estos efectos sin afecto alguno, el corazón pierde los latidos y la mente se quebranta. Resultado, el incremento de enfermedades mentales está a la orden del día. Los sabores de magarza ofrecidos, amargan la existencia a cualquiera y la consistencia de ser uno mismo se pone en entredicho. Maléficas costumbres el de la dependencia de modas y modos que nos restan independencia y nos suman sometimientos.  

También diabólicos principios, los educativos que para nada educan, si acaso para ser altaneros y pijillos o matones y cómplices, a pesar de tantos programas y planes actuales, más teóricos que prácticos, más de sillón que de aula. Por ello, otra educación ha de ser posible con urgencia, para que tengamos otras luces más de unión que de divorcio. La que hoy se imparte, más influenciada por la fuerza en el gobierno que compartida, o lo que es lo mismo, más de contenidos propagandísticos que de valores valedores para la vida, es arcaica y nada progre. No ilusiona a los docentes y mucho menos entusiasma a los jóvenes hacia otros altares diferentes a los del alcohol y demás sustancias. Tampoco les prepara para un trabajo, ni para ser mejores personas, ni para esa paz, en ocasiones más de voz que de práctica.  

            A pesar de vivir en ciudades y pueblos que lo tienen todo, tampoco es fácil alzar cabeza. Cada día son más los que conviven con el miedo al cuerpo. Se que es más de lo mismo. Y que por ese idem id, hay que repetir nuevas fórmulas. Ahí está el terror que nos turba y nos entuba hasta caer en la ansiedad. En ocasiones, parece como si nos diese pánico hablar claro y profundo, casarse con la verdad y divorciarse de los farsantes, rechazar invitaciones interesadas y sentarse con los pobres que duermen en los portales, hablar de Dios y ser coherentes con los signos de la fe. Ya me dirán: ¿Qué libertad tenemos?  

Sumado a lo anterior, la calle es cada día más insegura, al igual que nuestra propia casa donde se degüellan personas como animales en jaulas. La presión soportada a diario no hay ley que la libere. Olvidamos que en el equilibrio está la virtud y que, la mejor manera de educarnos para la vida, es aquella que nos equilibra por dentro y reequilibra ante tantas relaciones diarias presididas por la humillación y el abuso de poder, tan consentidas como asentidas. Los hechos a veces son tan crueles, que nos invade la duda de todo. Esto de vivir en un estado de duda, con el síndrome a cuestas, debiera ser una advertencia para los poderes del Estado, pienso yo.  

            Nos sobrecogen tantas incertidumbres que cuesta levantar mirada y sonreír sin hacer llorar. La chifladura campea a sus anchas. Lo prioritario se salta a la torera y lo circunstancial se debate. La confusión reina y gobierna. El derroche antes que el ahorro. El despelote antes que las pelotas de la seriedad. La locura antes que el sentido común. Las necesidades más básicas las abandonamos por otras más superfluas, omitimos costumbres de mayorías e imponemos lenguajes minoritarios. Ya mismo tendremos los currantes, tasas nuevas y aumento de impuestos. Hay que sufragar las absurdas liberalidades decretadas, los festines y despilfarros, así como tantos descontroles sin control alguno. En ocasiones da la sensación que los unos se tapan a los otros y los otros se tapan a los unos. Y aquí paz y después gloria.  

Una paz que no es la paz auténtica, la que pacifica, apacigua, tranquiliza, aquieta, calma, sosiega, serena, más bien es un darse la mano, hoy por ti y mañana por mi.  Nadie da lo que no tiene. Para botón de muestra, ahí están los escandalosos lenguajes de guerras abiertas y de batallas institucionales entre poderes del Estado. Esto es un calvario para la democracia. Y para los demócratas, entre los que me sumo, un golpe más para seguir con la cabeza todavía más baja. Exaltar este tipo de contiendas es un pésimo presagio para el consenso y un repelente hábitat para dar cobijo (de familia) a los que llaman a nuestra puerta.  En el fondo, todo son promesas de lo que el viento se llevó. Los cerrojos del corazón son los que más duelen y siguen cerrados a cal y canto.  Yo a lo mío y tú a lo tuyo. Yo a mi barrio y tú al tuyo. Siempre el yo y siempre el tú, sin los plurales y sin conjugarse con la pluralidad. De igual modo, en las formas, también reímos mucho, pero hacemos gemir más. Conste que he hablado de España, por si acaso alguien lo pone en duda.