Algo mas que palabras...

Canta y camina... con esperanza

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Centenares de jóvenes de toda España, hermanados por el Festival de la Canción Misionera, se han reunido (y unido) en Granada, para cantar hondo y profundo. Algunos han recorrido más de mil kilómetros. Han venido del Norte a fundirse con los aires del Sur y los del Este con el Oeste. Ha sido un punto que, los puntos cardinales, se incardinen a través de pentagramas musicales. La distancia no ha sido obstáculo para el encuentro. Tampoco les importa haber dormido en los fríos salones parroquiales, bajo el lecho de unos sencillos sacos de dormir. Su energía positiva es todo un proyecto de vida. Así, han sido capaces de saltar todas las dificultades y de comprender hasta lo incomprensible. Es cierto. Son tan comprensivos como tolerantes, tan buena gente como buenos amigos. Ante tanta donación, me quedo perplejo. No es fácil hallar, en este mundo de zancadillas, alianzas de sincera amistad. 

Me dicen estos jóvenes, unos con la mirada y otros con la canción, que desean construir un mundo más humano, justo y compasivo. Su lema es bien claro: “canta y camina con esperanza. Canta con tu voz, con tu vida y con tu corazón, para llevar la esperanza de que un mundo diferente es posible y nosotros podemos hacerlo”. Tuve la oportunidad de convivir con ellos durante un tiempo, de sumarme a su alegría, y de ver que esa fuerza de esperanza, anunciada en sus canciones, la necesita el mundo entero. Arropado por sus cantares, uno se crece más por dentro y se emociona de reencontrarse en la poesía. A su lado, se ven otras luces y se reponen fuerzas, como si de un alimento se tratase, para defender, con más tesón, la dignidad de la vida e infundir ilusiones perdidas. 

Estas juventudes sin fronteras nos enseñan que la vida es comprensión y acción, tolerancia y solidaridad. Las letras de sus canciones versan sobre el respeto de los derechos y el amor universal. Lo ha refrendado, con justicia de verbo, el último premio Cervantes, Gonzalo Rojas: “Todos somos mestizos del gran mestizaje”. Nadie es extranjero en un mundo globalizado. Estos jóvenes, precisamente, han llevado todo ese fervor de hermandad, por las calles de la ciudad granadina y el emblemático auditorio Manuel de Falla. También estuvieron en la Capilla Real, donde se conservan los restos mortales de sus fundadores, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Sus músicas enganchan. Cuentan acontecimientos de la vida, llevan a Jesús como compañero, y radiografían el rostro de los últimos. Pudiera parecer que son jóvenes raros. Nada de eso. Puedo dar fe de su fe de ser buenas personas. Los alborozos de sus palmas y voces, de todo tipo de instrumentos, sientan bien al corazón. Tienen alma y pureza. No hay amargura, y menos resentimiento, en sus formas de decir cantando. La ciudad de Granada quedó encantada (y encandilada) de oírles corear con tan buen tono y mejor timbre.

Otra de las cosas que me entusiasmó de estos jóvenes, fue su entrega incondicional, su vida compartida con todas las regiones de España. Se sentían alegres con la diversidad de pueblos reunidos. Nada de competitividad en sus canciones. Todas las músicas eran un todo de una misma misión. Llevar la esperanza. También resultaba fácil acercarse a los grupos, adentrarse en sus sueños, participar gozos. Un auténtico testimonio, el de esta juventud, frente a una sociedad cada día tan intercomunicada como distante. Su lección ha sido inolvidable. Estos jóvenes no pasan, se involucran con su ardor de fiesta, frente a tantos cansancios y desánimos. 

Hemos perdido tantas vidas interiores que precisamos retomar nuevos impulsos para la vida. Más que uniones geográficas o económicas, se necesitan cultivos de acogida, que han de ser abonados desde la siembra de valores. Uno de estos jóvenes cantores de esperanza, cabalmente, me participaba en uno de esos largos paseos por las plazas de Granada, la necesidad de unir mediante la canción, las distintas y distantes culturas del mundo. Lástima que los medios de comunicación no presten una mayor atención a estas actividades juveniles, de buen gusto y mejor gesto. Sería una saludable manera de educar, utilizando todo su poder, que es mucho, en favor de la juventud. Lo que no es de recibo, por ejemplo, es televisar la medición del pene de uno de los invitados (un ex concursante de “Gran Hermano”) que en la pasada entrega asistieron a la emisión en directo del programa “Tómbola” de Canal 9. Sin embargo, los actos de estos jóvenes sin fronteras, unidos por la música de todos los entornos, apenas nadie les ayuda. 

Y digo bien, apenas nadie les tiende una mano. Hemos visto a muy pocos políticos acercarse a su encuentro, interesarse por sus conciertos y sus obras luminosas de esperanza. ¿Quizás no han sido noticia por llevar el apellido de “cristianos sin fronteras”? Es lo único que se me ocurre, porque arte llevaban consigo y alegría contagiaban sus funciones. Ellos cantan y caminan con... esperanza; son esa juventud que, inconcebiblemente, se arrincona. Sin embargo, su inconformismo por lo material y la búsqueda de la verdad, de lo trascendente, son la buena noticia.