Algo más que palabras

Ante la semana de amor mas grande

Autor: Víctor Corcoba Herrero

           

            La semana santa, lo dice ella misma, debe ser una santa semana; o lo que es lo mismo, la semana de amor más grande. Nos evoca la historia del proceso de Jesús, una pasión que debe hacernos reflexionar y coparticipar. A lo mejor más en silencio, y más auténticamente hermanados en las multitudinarias procesiones, que por esa causa procesionan: por amor. Sin embargo, sumado a esa multitud de penitentes, no hemos de olvidar, que la contemplación silenciosa, la pasión orada, purifica y alienta, frente a corrompidos y adulterados aires de soberbia y egoísmo cultivados por el ser humano, en doquier lugar y entorno. Por ello, se nos llama a ser un poco más hermanos los unos de los otros y los otros de los unos. 

            Las distintas procesiones salen a la calle. Sobre todo en el Sur, en Andalucía, es una marea de Cristos y Madres. ¿Pero realmente seguimos esa vida que Jesús nos trazó?. En esa pasión invocada, venerada, comunicada y comprometida, hemos de profundizar interiormente. Porque mi cofradía ha de ser la de todos, no la de un grupo de amigos o de figurines que toman la calle y que fastidian a los que no creen. Ahí debe estar nuestro ejemplo, en ir desclavando a tantos crucificados que viven a nuestro lado. No hace falta lucir nada, lo importante es donarse en el amor hacia los que nada tienen. ¿Quién está dispuesto a llevar esa Cruz?. 

Todos los detalles de la Pasión se repiten hoy. Y quizás los cofrades, por pertenecer a una asociación católica, debieran implicarse más en la idea, y por ende, toda la Iglesia a la que yo mismo pertenezco. Es la idea del Evangelista (Mt 25,40). El Huerto: El Señor solo, sin ayuda, sin compañía, abatido, anonadado. Soledad tremenda de tanta gente:
el que tiene miedo, angustia de un mal que se le echa encima: una condena, un cáncer, el sida, una tragedia interior. Los que no encuentran consuelo en los amigos, en los hijos... Prendimiento: ¡Maniatado!. Los que hoy están sin libertad. Muchas veces injustamente. En casa de Anás: Cómo juegan con Él. ¡Cuánta gente objeto! Para que otros disfruten. Ante Pilato: Se repite la historia. Le declara cinco veces inocente y después, le condena. Eso sigue siendo una realidad, que sean los pobres los que pierdan y que las cárceles se llenen de indigentes y jóvenes que mueren en polígonos por donde corre la droga como un río. La justicia humana a veces dominada por otros intereses, que no son la justicia: el poder, el dinero, la fama, la cobardía. Mirra y vinagre: ¡Tanta juventud drogada! ¡tanto alcohólico! ¡Tanto drogado por huir del dolor!
 

Ahí está Jesús, en esos que la sociedad desprecia, atados de pies y manos sin poder decidir su futuro. ¡Clavados en la cruz! ¡Tantos crucificados y de tantas maneras distintas! Ahí está Jesús, va en procesión, y la gente sale de los bares a verle pasar, es la procesión del... Algunos todavía hacen la señal de la Cruz. Y eso es bueno. Y piden silencio. Y eso es justo y necesario. Otros van rezando. Y eso se agradece: comunión de oraciones. Pero se han olvidado de mirar alrededor y no han visto a esos jóvenes con las litronas o a ese pobre inmigrante que va de estación en estación con la casa a cuestas intentando vendernos algo para sobrevivir. Pensemos, por un momento, en lo que dijo Cristo: Con vosotros estoy y no me conocéis. Lo que hiciereis a uno de estos pequeñuelos mis hermanos, a mí me lo hacéis. ¿Nos quedamos sólo en salir en la procesión o en ir a ver procesiones?. Que cada cual se conteste asimismo. 

Junto al leño de la Cruz, está la Madre.¡Qué alto verso de luminoso universo!.¡Qué manera tan honda de mostrarnos la gran lección del callar doliente!. La tierra se estremecía. Escribía el agua la pasión. María estaba, sencillamente. ¡Estaba!. Hoy también el mundo se estremece ante tanta cultura de la muerte, la mayor cruz que nos inunda actualmente. ¿Hacemos algo por cambiar de cultivo: la cultura de la muerte por la cultura de la vida?. La atmósfera puede ser propicia para el cambio. Por consiguiente, la semana santa no debe ser un espectáculo, sino un signo de amor y fe. “Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo es de Dios (1 Cor 3, 22-23) (Conc Vat II, GS, n.37)”. Qué grande es el poder del arrepentimiento. Si la oración de Cristo es la puerta del corazón de Dios siempre abierta para los hijos arrepentidos, nuestra libertad es la capacidad permanente de rectificar, de reconocer nuestros pecados, de cambiar de vida y abrazarnos al Cristo del amor y del perdón. Esa sí que será una auténtica santa semana. Y dará igual, que llueva o haga sol.