Algo mas que palabras; 

Ante el horror de la guerra

Autor: Víctor Corcoba Herrero

           

Los medios de comunicación nos trasladan imágenes escalofriantes,  los horrores de una guerra que no tiene justificación alguna y que acrecientan el odio y avivan una guerra generalizada de consecuencias destructivas para todos los seres humanos, para todo el ser vivo. De un modo, somos responsables de este mundo de conflictos y amenazas, unos en mayor medida que otros,  todo hay que decirlo, y, por otra parte, somos también posibles víctimas. En cualquier caso, la violencia crecida en más violencia y la violación de los derechos humanos, sigue seduciendo a algunos como medio para solucionar los problemas sociales o políticos. Por ello, declaro, antes que la guerra a la guerra, el destierro de la guerra y el entierro del desamor de los unos contra los otros y de los otros contra los unos. 

Las grandes potencias y los poderosos caballeros,  ponen a prueba sus fuerzas salvajes y como leones batallan por ser los más fuertes en la selva, donde no hay ni una salve de verso que aliente a las rosas. Actitudes de prepotencia y de dominio aletargan las sonrisas del aire y animan los diluvios de amapolas. Perdidos como fríos dígitos en una sociedad donde se infringen habitualmente los criterios morales del respeto a la vida y de la convivencia, no se halla la paz, porque el sosiego necesita de jardines soleados de verdad. La paz sólo se gana con la paz. 

Se necesita vivir y dejar vivir, conciliar con sentimientos de reconciliación, con espíritu de justicia y con actitudes de solidaridad, hacia los últimos. Sin embargo, la guerra nos muestra esa mirada inocente de los niños segados por el dolor y el de esas madres que no tienen ni lágrimas porque lo han dado todo y se han quedado sin saliva de tanto gritar por la paz. ¿Qué sentido tiene pues la guerra, sino la destrucción del débil?. A pesar de todo, la paz es posible. No es un amor imposible. Es un amor verdadero, incompatible con el egoísmo, la altanería, los altares de la ambición, la venganza o intolerancia. No existe guerra justa, aunque nos la quieren meter en el corazón. 

He llorado ante la televisión y ante el periódico desde el estado del bienestar en el que vivo y en el que muero,  porque el bien ser ya no puede ser, puesto que la paz construida y mantenida sobre la injusticia social y el conflicto ideológico, sobre la lucha ciega, nunca podrá convertirse en una paz verdadera para el mundo, que si bien cada día es más chico, más me achica el corazón. Mientras tanto en España se ha puesto de moda el “no”a la guerra. Y en eso estoy de acuerdo. Pero no comulgo, con la monda de la moda, es decir, con la brutalidad que se vive en las calles. Es un tema demasiado serio para “politizarlo”. Es un tema para el silencio, para recluirse y practicar el corazón, para llamar a los poetas que se pongan a calmar los vientos con sus calmantes poéticos y a los artistas que nos trasciendan a ese mundo de colores níveos y de arco iris saludable para el alma. Me niego, en rotundo, a sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado. 

No me sirven las armas, sólo el diálogo para abrir los frentes y las fronteras. La familia del planetario terrícola se va disgregando, puede desaparecer el ser como tal y ser marionetas amaneradas por la necedad. Por ello, este S.O.S. tiene fundamento vivo. Y participo, la especial responsabilidad en el servicio a la paz, que tienen todos aquellos que dirigen de una u otra manera la vida de las naciones. Buscar la paz sin partidismo ni oportunismo es lo justo y necesario. Hay mil formas posibles de construir la paz, de manifestarse por la paz, sin tanto ¡tan, tan!, con más ¡ten, ten!, y así desde la justicia, la vida acabará imponiéndose a la muerte; la alegría al dolor; la libertad a la opresión, y el amor al odio. Algún día desaparecerá la guerra y la violencia. Algún día reinará del todo y para siempre la paz. Si lo afirmamos así es porque tenemos la promesa luminosa de un universo universal.