Algo más que palabras

Ante el laberinto de culturas: Libertad de pensamiento

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

El problema del mundo es un problema de cultura, más de conciencia que de ciencia, puesto que cada sociedad quiere sumar sus fondos y sus formas, los valores patrimoniales y los pulsos hereditarios, su manera de pensar, de poner orden y de disponer identidades. Abonar las raíces de la diversidad, desde un clima de convivencia tolerante, debiera ser obligación básica para todos los gobiernos del mundo. Sólo se avanza humanamente, que es lo que debe conmovernos, mediante la comprensión y estima a todas las culturas, por muy minoritarias que sean. Es bueno sentirse correspondido, protagonista del espacio y jardinero del tiempo, amante de la vida y galán del buen estilo. El enredo del globo de globalizaciones globalizadas en don dinero, suelen olvidar los derechos culturales de los pueblos y los sentimientos de sus habitantes. 

Para fomentar el diálogo entre las culturas y civilizaciones antes hay que conocerse, reconocerse, construirse y reconstruirse. Entornando los ojos hacia dentro, resulta fácil observar que fuera, los espacios culturales que tanto dicen promover los ámbitos estatales, autonómicos, institucionales y locales, suelen ser más bien pesados y partidistas. Apenas circulan ideas innovadoras, propias de personas cultivadas. Cualquiera se autoetiqueta como libre pensador, aunque luego esté atado a todos los poderes y sea la voz de su amo. Así no se puede proteger la diversidad cultural, mucho menos transmitir que somos personas dispuestas a darlo todo por el conocimiento y que estamos deseosos de estimular el culto a la cultura. 

Politizar la cultura, en base a rendimientos electoralistas, es la mejor forma de favorecer el clientelismo de los parroquianos. Lo mismo que cerrarse a la universalidad y pasar de las voces disidentes. Pensar que todo vale en la acción cultural y que todo es vanguardia, poco ayuda al fortalecimiento de la humanidad y a la cohesión de actitudes, cuando la cultura es, sobre todo, hallazgo y tolerancia, encuentro y consideración. La encrucijada de anarquías, todo lo vicia y vacía. Hay vidas que apenas valen un centavo. Falta sentido común, comprensión y cooperación, entendimiento y concordia. Nos estamos acostumbrando, y eso es malo para desgracia de todos, a que los políticos se culpen unos a otros de boquilla y lancen balones fuera. También resulta bochornoso que, en las televisiones y demás medios de comunicación públicos, sostenidos con el dinero de todos los contribuyentes, apenas se preste atención a los programas culturales, de pensamiento o creativos.

En cultura, todavía la cooperación y coordinación entre las distintas administraciones, es más bien distante. Se acrecienta la distancia si los gobiernos son de signo distinto. Cada cual camina a su rumbo y según el dictado de sus propios intereses partidistas. Consecuencia de todo ello, es la desorganización y coincidencia de eventos a la misma hora y, además, repetitivos. En cuanto al patrimonio cultural, a veces más que punto de encuentro para la recuperación de la memoria y para la convivencia, se convierte en punto de desesperación. Daños de humedad y abandonos, suelen derruir conventos, iglesias, monasterios, palacios, casas solariegas... Sin duda, tendríamos que conversar más en cuanto a conservar nuestras raíces que, sobre todo, son cristianas. La historia es la historia.

Con esta carta de desajustes culturales, como puede suponer el lector, se retrocede más que se avanza. Por mucho que se fomente el hábito de recluirse en la lectura, para saber más y conocer mejor semblanzas de nuestro semblante, muy pocos son los que toman un libro como divertimento. Las bibliotecas públicas, cierran por vacaciones o tienen horario de verano, y sus colecciones apenas se renuevan. Eso de abandonar adrede los libros en un banco de un jardín cualquiera puede ser una salida. Yo que hice la prueba, fueron muchos los que pasaron de largo. Por eso, habría que inventarse la forma de que el libro, que tanto nos enseña a pensar, fuese como la sombra, que va con nosotros a todas partes. Lo digo por lo bien que sienta. Un proverbio hindú, así lo asienta: Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora. 

Necesitamos de ese latido sano de la palabra bien considerada y mejor sentida, para que el laberinto de culturas nos despeje y purifique, sin complejo alguno. Los organizadores del Festival Mundial de la Juventud en el Forum de las Culturas 2004 pidieron más educación e inversión en salud, extender los derechos humanos y democráticos, promover la igualdad de género y la paz en todo el mundo. Para la resolución de todos estos problemas, propuestos por los jóvenes, propongo la receta de Jacinto Benavente: La cultura es la buena educación del entendimiento. Ya me dirán, ¡cómo vamos a comprender a los que vienen, sin antes entendernos nosotros! La realidad es la que es: cada día hay menos personas cultas y más figurones mediáticos que cobran por los rebuznos. Sembrar autenticidad es de ingenuos. De no poner coto a este diluvio de barnices, mal etiquetados como de cultura, pienso que la libertad de pensamiento corre serios peligros. Y así, es imposible encontrarse en un punto común, en la cultura de la paz y de la vida.