Algo más que palabras

Andar por el mundo de la cultura

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Recuerdo un acertado consejo del que fue fundador y presidente de la Asociación Colegial de Escritores, Ángel María de Lera, (hombre de verbo), cuando le confesé el deseo de entregarme a las letras, bajo la alianza de soledad, en coalición con el silencio. Todo por deseo propio. Jamás olvidaré su respuesta: “Me parece bien, pero déjate acompañar por tus descendientes”.  Tras una pequeña pausa de no entender nada de lo que me quería decir, (hablábamos por teléfono), se me ocurrió referirle que yo no tenía ningún descendiente escritor, filósofo, ni artista. A lo que me respondió con una sana sonrisa, seguida de unas palabras que sellaron mi afán y desvelo. Toda una lección instructiva y una acción orientadora, la más fructífera que había oído, a pesar de haber finalizado el Bachiller Superior y la Reválida, por entonces. Esta fue su enseñanza: “Los amantes de las letras, los que piensan cultivarlas, aquellos que andan por el mundo de la cultura, deben dejarse acompañar por las humanidades clásicas” 

             Siguiendo la estela de Lera, pronto descubrí lo apasionante que era bucear por los siglos a través de los literatos y artistas. Me hice un epigónico de estas gentes del tiempo y para el tiempo, para todas las edades y mundos. Ya se sabe, la epigonía, es un motivo para enraizarse a los verdaderos maestros, seguir sus huellas, y crecer a horizontes superiores.  Proponía recluirme en silencio –en el taller de soledad- . Con las ventanas abiertas al horizonte, para mejor beber del libro del universo, eterno poema cantado por todos los poetas. Otras veces me dejaba acompañar por los jardineros de belleza. El reclinatorio de Azorín fue siempre una debilidad para mí. Antes que poeta quise ser novelista. Siempre tenía a mano su consejo: “Nos encontramos en un taller- el taller de un novelista. Vamos a elaborar una novela, como se labra la reja de una Catedral, en una forja; el moblaje de un palacio, en una ebanistería; las piezas de una rica vajilla, en una fábrica de porcelana. Necesitamos, ante todo, un embrión, una idea, una figura central; nos remontamos, ya en marcha la imaginación, a los finales del siglo...” 

            Todo este caudal de sensaciones, me motivó a continuar los pasos de escritores. Caí en la cuenta de que andar por el mundo de la cultura es volver la mirada a los clásicos, tanto en el campo de las letras y de la filosofía, como en el de las ciencias y de las artes. Ellos nos abren los ojos a la contemplación, nos vivifican para poder discernir, o simplemente nos hacen soñar. En cualquier caso, ellos forman parte de nosotros, van con la vida. Como las olas del mar se alzan eternos y distintos. Su reinado está ahí, como purificación y revitalizante de las potencias creativas del ser humano. Así, orientados a través de los epígonos, podremos irradiar mejores vibraciones. Basta recordar los distintos temperamentos de nuestros literatos, científicos o artistas, sus actitudes y su sentido innato,  para hacernos reflexionar. Eso tiene su miga, es bueno que nos pongamos a cavilar. El iluminado Descartes, ya nos lo subrayó: “pienso, luego existo”. 

            Ciertamente, los epígonos, suelen dar distinción a la estirpe, honor al linaje. A cambio, se le reverencia. No estaría demás, siguiendo esa misma línea devocionaria, que penetrásemos más en nuestros reputados clásicos. Sería como fomentar un mayor culto a la cultura. Ellos son la más alta distinción a la existencia humana, al hacer de la cultura una forma de vida. Nada le es indiferente a un pensador. La autocomplacencia no suele ser espejo de ningún sabio. Desde una perspectiva de sintonía con los clásicos, la cultura se impregna de una savia vital, necesario zumo para renovar diálogos más humanos y visiones más pacificadoras. ¿Cómo olvidar las hazañas de don Quijote, la picaresca del Lazarillo o los amores de Ulises? En verdad, cuando un pueblo ama sus ancestrales raíces, fecundadas por el tiempo como elemento de crítica, vive y profesa su culto en esa cultura. Para bien o para mal. Lo importante es reencontrarse en el ser humano, para humanizarse. 

            Los que andamos por el mundo de la cultura con mayúsculas, que más bien somos minoría, afanados en la búsqueda del bien para todos y de la verdad como norma; no es tarea fácil. Cada día son más los que no practican la buena educación del entendimiento. Sólo hay que escuchar a algunos dirigentes políticos, que nos gobiernan o pretenden gobernarnos. En nuestra cultura, marcada por un torrente de imágenes frecuentemente banales y crueles, que a diario se difunden en televisiones, películas y videocasetes, un baño de cultura auténtica (no sirve el barniz), sin duda, motivará nuevas epifanías de belleza, o lo que es lo mismo, faros de autenticidad (la mentira es otra de las epidemias actuales) y foros de lucidez. Nos inunda la mediocridad. Pido un respiro. La mejor vacuna, un clásico al estilo de Unamuno, con su receta de “entregarnos a los demás es desvivirnos”. ¿Se apunta?.