Algo más que palabras

Los intereses pueden a las palabras

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Más que las ideas, creo que nos separan los intereses. Se podrá insistir en la promoción de un cambio cultural y tecnológico, así como en un modelo de crecimiento que contemple un mayor empleo de las energías renovables, pero al final los beneficios pueden a las palabras. Son muy pocos los que actúan con transparencia. Sondeos recientes llevados a cabo por alguna organización no gubernativa, y de ámbito internacional, nos hablan de que los ciudadanos ven a los partidos políticos como lo más corrupto, y, lo que es peor, piensan que la corrupción está profundamente asentada en algunos países y con síntomas de crecer. La esclavitud de los intereses políticos y económicos ahí están, como una aplastante cordillera encima del corazón humano, para hacer juego con nuestros pensamientos y moviéndonos a su antojo. Los efectos ya los tenemos, cuando hay rentas de por medio es muy difícil la libertad y hacer justicia, lo que hace disparar las desigualdades que tanto padecemos a diario.

Metidos hasta los dientes en usuras, réditos y dividendos, hace que el mundo viva un momento de grandes peligros. Por ello, resulta franco pensar en la amenaza del terrorismo, esta nueva guerra donde se mezclan tantos intereses, y que se desarrolla sin confines y sin fronteras. De poco sirven ya las palabras, los pactos entre caballeros. El temor a las armas nucleares o biológicas no es infundado cuando el caudal de contaminaciones interesadas es peor que una crecida de río. La emergencia de un mercado negro es una realidad. Ya se sabe que interés sobre interés interesado hace un mar podrido y una tierra irrespirable. Así surge esta cultura ilustrada que aborrega, que queda sustancialmente definida por la ganancia de la utilidad. Todo lo basa en el interés, es como un valor fundamental que lo mide todo. Lo más tremendo es que se mezclan unos intereses con otros. A veces se pierden fuerzas cuando han de ganarse para negociar asuntos de Estado con otros países. Nuestro prestigio, en parte, ha perdido verbo porque no llamamos a las cosas por su nombre. Ya es hora de hacer patria antes que partido.

También es momento de poner orden al desconcierto de intereses que nos llega como un huracán a los labios, a veces fomentado por minorías ciudadanas, que soportamos cada cual como podemos. Hay malestar político en una España desconcertada, por más que nos digan que es mentira. El malestar es también social entre unas culturas y otras. Se da también un cierto malestar espiritual y, sobre todo, una crisis de identidad. La tolerancia, en ocasiones, se convierte en indiferencia. No vayan a señalarnos. La zozobra nos intranquiliza, nos deja un sinsabor que apenas podemos dormir tranquilos, es un hecho tan real como la vida misma. Deberíamos volver a estudiar la ley natural, donde el interés es nulo, porque es fundamental encontrar el cimiento para individuar responsabilidades, para cimentar una acción que no sólo responda a la acción, sino también al deber y a la moral.

En la vida actual, donde se mezclan tantos sucios intereses, parece casi deshonesto hablar de Dios, como si fuese una embestida a la libertad de quien no cree. Sin embargo, me parece necesario y justo volver a descubrir, la voz que nace del corazón humano. Pretender escucharla y oírla desde dentro, puede ser una buena terapia para reencontrarnos. Ahora que la cristiandad organiza su propia ruta espiritual por Europa, no estaría demás reflexionar sobre nuestra propia ruta interna. A lo mejor estamos tan perdidos como con la identidad europea. "Las tradiciones al exilio y, el interés, al poder como signo de seducción" -me silva Quevedo y Villegas, don Paco, el padrino de don dinero-. El aliciente tiene guasa. 

Por lo pronto ya se han alzado también nuevas voces posesivas que intentan eliminar la Navidad como sea. Pienso que la comercial les va a costar un poco más. Ellos, en el fondo, están por alterar su auténtico espíritu, caracterizado por el recogimiento, la sobriedad, una alegría que no es exterior, sino íntima. Pero, curiosamente, sólo el cristianismo es el punto de mira. Las celebraciones judías, hindúes o musulmanas no se consideran una amenaza, sino un signo bienvenido de diversidad cultural y una señal de acogida. Lo importante es que suene bien, como lo de talento y talante, y que el pueblo siga confundido o confuso. Que lo conjugue como quiera. El interés político manda y gobierna, lo demás al cesto de los romances que ya nadie aviva, porque muerto Jaime Campmany ya no hay heredero con tanto temple que nos cante las cuarenta y nos haga tilín/tolón como el burro de Morón.

Si me lo permite el lector, antes de irme, yo también quisiera dejar sobre el tapete mi interés, ofertando ocho retos -que para nada riman- por si algún poder me lo demanda. Podrían ser éstos: La defensa de la vida por encima de todo interés. En la misma onda, la promoción de la familia, por aquello de hacer familia humana desinteresada. Que suba también el mínimo vital para esos pobres sometidos a severos impuestos con los que se sufragan todo tipo de comilonas a los amantes del sillón y la buena mesa. Que el respeto de los derechos humanos en todas las situaciones, con especial atención a las categorías de personas más vulnerables, como los niños, las mujeres y los inmigrantes, sea en justicia igual, también para los desiguales que todavía dormitan entre cartones. Que el desarme no sea un cuento chino para tenernos entretenidos. Medicina para todos, que todos somos de Dios. Salvaguardia del entorno natural y corte de mangas para el interés. 

Lo malo es que las palabras son enanos y los ejemplos son gigantes que se crecen con el capital del tanto tienes, tanto vales. También se ha perdido esa casta de caballeros que se avergonzaban de que sus palabras fuesen mejores que sus actos. Hasta el planetario lo hemos convertido en un sucio negocio. ¡Santo cielo! ¿Hay otro planeta que me quiera como yo quiero querer? Si así es, me traslado aunque tenga que pedir excedencia profesional.