Algo más que palabras

El embobamiento del Dios estado

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

El Estado quiere gobernarnos a su modo y manera. Y el pueblo, se niega. No se deja. Es lo propio de unos ciudadanos con espíritu democrático. Sin embargo, algunos gobernantes, con más cartera de cretino que de sabio, alzan su índice como si fueran el Dios educador, utilizan todas las artimañas para vendernos injusticias, desigualdades y catecismos que generan odios y venganzas. Hacen juegos malabares para convertir la mentira en verdad. Pretenden engatusar, embaucar y meternos gato por liebre, con angelicales fonéticas. A la primera de cambio se les nota. Florece su prepotencia, el poderío, la superioridad, la dominación. Que nadie se mueva. Están dispuestos a expropiarte el corazón y dejarte sin poesía para el resto de la vida. Suelen catequizar sin libertad y embobar sin estilo, machaconamente. Por ello, salir a la calle y tomar la palabra para defender el derecho a que los padres puedan elegir la educación más adecuada para sus hijos es lo normal ante la anormalidad de gobiernos que crispan, no dialogan, imponen y legislan en contra de principios naturales. Todavía no me explico el por qué esta carrera contra reloj por adoctrinar unos determinados comportamientos mezquinos. 

Que la ciudadanía se convierta en un río de quejas es algo a tener en cuenta. La situación debe ser gravísima. El pueblo como los verdaderos poetas suelen tomar sólo la calle cuando les quitan el aire de la libertad. Hace mal, muy mal, el gobierno y todos los poderes públicos en alarmarnos de esta manera. Escuchen la voz de las gentes y júzguense. No cierren bocas. Ni tribunas. Si las familias estuvieran de acuerdo con la educación partidistamente proyectada no se manifestarían. Entre los muchos motivos, porque no es divertimento movilizarse y gastar un dinero (de la familia) que se necesita para otras prioridades. Lo que ocurre es que los padres tienen razones más que suficientes para no fiarse de esta clase política con pocas luces. Que menos plantarse y pedir una educación en libertad. Oiga que lo de la libertad es algo muy serio para ponerla en entredicho.

Ya se sabe que hasta para someterse hay que ser libre y para donarse antes hay que pertenecerse. La verdad es que hasta ahora hay pocos fundamentos para la esperanza, teniendo en cuenta que el Gobierno estatal pasa de todo. Ha pasado de los millones de firmas y de las manifestaciones familiares de repulsa. A este Dios Estado me cuesta obedecerle, lo confieso. ¿Por qué esa incapacidad manifiesta de hacer realidad un plan de educación realmente progresista y avanzado y, por ende, respetuoso al máximo con las creencias de las personas? ¿Por qué ese interés del Gobierno de crispar continuamente con actuaciones que rompen las raíces que han sido tradición de siglos? ¿Por qué ese afán endiosado de burlar derechos fundamentales reconocidos constitucionalmente? Este Dios Estado, con su hacha de mando y ordeno, confieso que me da miedo. ¡Vaya talante! 

Tal y como está el patio, el Estado debiera reconsiderar sus actuaciones y tender la mano para que el derecho de libertad nos gobierne siempre. Antes que perder la libertad –lo dijo Milton- es mejor quedarse ciego para no tener que sufrir el triste espectáculo que nos iba a ofrecer nuestro triste espejo. El espejo de la educación hace tiempo que ha dejado de ser un libro con fuerza de cátedra, expuesto al vaivén del político de turno. Eso de vivir en contradicción con la razón natural y con la sabiduría de siglos, por servidumbre al Dios Estado, es un estado moral intolerable. Lo nunca visto.