Algo más que palabras

De la biología a la biografía

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Esta es la noticia que me pone en el camino de interrogarme. No hay región en el mundo exenta de problemas de corrupción, expone en un reciente estudio David Nussbaum, director ejecutivo de Transparency International. La advertencia, cuando menos, ha de llevarnos a la senda de la reflexión. A veces pienso que deberíamos comprometernos más con nosotros mismos, pensar en la existencia humana. La tenemos más que olvidada. Las muchas ocupaciones nos distraen del fundamento del ser. Eso de que todavía se dominen las conciencias para ganar el mundo es un falso juego y; un juego, que pasa factura. Apuesto por el cambio. Por eso, estoy convencido de que puede ser una buena manera para reencontrarnos en ese punto de equilibrio humanizado y humanista el proceso a través del cual la vida se hace historia, o, aprovechando una sugerencia de Ortega, el proceso en que la vida como biología pasa a ser vida como biografía.  

Cada persona ha de sentirse protagonista de su historia de vida y no un mero esclavo. El problema actual de España se lo achaco principalmente a la clase política, a la que veo muy poco comprometida con ayudar a vivir y un mucho con gobernarnos la vida a su antojo. Nos pretenden llevarnos a su terreno como sea. Pienso que andan escasos en espíritu de servir a las libertades. Cada cual impone su contrariedad con el contrario. Todo se reduce a llevar la contra. Que unos están a favor de las reformas. Otros se instalan en el inmovilismo. No existe ese deseo de propiciar un territorio de encuentro, de mesura, porque realmente falta la educación como práctica de la libertad. Se lleva a cabo una pedagogía del oprimido. Ahora gobierno yo y hago lo que me viene en gana. Esto es lo grave, cuando la autoridad responsable se vuelve chulesca y olvida su razón de ser, la de ejercer la autoridad con aquellas virtudes que permitan situar el poder en práctica como servicio.  

Tal vez sea este el sentido más justo de la libertad y de la coherencia: aprender a escribir cada cual su vida, como autor y como testigo de su historia –biografiarse, existenciarse e historicizarse-. Eso de escucharse es saludable para luego escuchar a los demás.  Nadie se concientiza aisladamente. Somos como esa página de un libro común que es el mundo. Todas las hojas son necesarias. Entonces, el mundo de la conciencia no es creación, sino cultivo diario; donde cada cual, en cada momento, estampa su firma. Precisamente, las violencias que sacuden a diario muchas de nuestras áreas urbanas, suelen ser consecuencia de una historia de incomprensión e injusticias. Seguirán creciendo porque la autoridad ha perdido la autoridad de concienciar con la verdad el mundo. Por eso, la prioridad absoluta de restablecer la seguridad y del orden público por la fuerza, frente a los disturbios, debiera ser más de implicación auténtica que de provocación, de comprometerse en hacer más habitable el proyecto humano de vida que de atreverse a ejercer la potestad sin haber reavivado antes la vida desde la profundidad crítica.  

Ninguna acción puede ser entendida fuera del marco histórico de las relaciones sociales, culturales y estructuralmente determinadas. Por eso es tan importante biografiar las relaciones y analizar actitudes. Sobre las ascuas de un resentimiento racial, de marginalidad consentida por gobiernos prepotentes, empiezan a alzarse unas chispas de venganza que son difíciles de parar. Realmente no se ha procurado darles la oportunidad a algunas personas de redescubrirse y desarrollarse. Teniendo en cuenta que no hay ser humano absolutamente inculto: el ciudadano “se hominiza” expresando y diciendo su mundo, escribiendo sus historias y creencias. Algo que no se puede impedir, ni tampoco borrar del corazón de las gentes.  

No es posible encarar la vida (biológica) a no ser como un quehacer humano donde cada persona traza su propia biografía en consonancia con las creencias religiosas de cada uno. Casualmente, en este sentido, unos recientes resultados presentados en el encuentro anual del 2005 de la Academia Americana de Neurología,  muestran que la oración, la espiritualidad o la religiosidad están relacionadas con una mejor salud mental y física, lo que nos reafirma que el sentido religioso proporciona una dirección innata hacia la esperanza. Es la ignorancia la que nos ciega, la que nos impide advertir que esa otra persona es, también, un portador de sueños y de vida. La única cura para tal ceguera es el conocimiento; pero un conocimiento –insisto- en libertad. Por eso cada día se insiste más en acercarse, conocerse, apreciarse por las similitudes y respetarse por las diferencias.  

Ciertamente la posibilidad de admirar el mundo implica estar no solamente en él, sino con él;  dar respuestas a desafíos poniendo en escena la coherencia de la acción con la exigencia reflexiva. Subrayemos, sin embargo, un punto que no puede quedar olvidado. Nadie puede buscar solo. Toda búsqueda que se haga movida por intereses personales o de grupos, tan propio de los partidos actuales que nos gobiernan, necesariamente es búsqueda contra los demás. Todo el mundo ha de estar dentro del debate. Considero que es la primera condición a tener en cuenta. Y para ello hay que buscar fórmulas de entendimiento. Es premisa necesaria. Ahí está la cuestión de controversias en la que se encuentra el modelo de Estado a raíz de los procesos de reformas estatutarias emprendidas por varias regiones. Puede ser lícito reformar, pero antes hay que formarse todos con todos, mediante el diálogo y ver germinar el consenso en los labios de las gentes.  

En cualquier caso, el esfuerzo pasa por buscar formas coincidentes que nos una y solidarice de verdad, sin exclusión alguna, en esa hazaña común de humanizar el mundo. A pesar de tantos avances, aún hoy están de actualidad los versos de Blas de Otero, lo de pedir la paz y la palabra con desespero. Señal de que no hemos cambiado en lo básico, en promover una gran obra educativa de las conciencias en auténtica libertad. Solamente, sobre esta base de personas libres, es posible dar vida a un orden social, económico y político que tenga en cuenta la dignidad, la libertad y los derechos fundamentales de cada persona. O sea, su biografía.