Algo más que palabras

Nos ponemos a pensar

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Seremos obedientes. Nos paramos a recapacitar sobre lo que dice el secretario de Estado para el Deporte y presidente de la Fundación Deporte Joven, Jaime Lissavetzky, con motivo de presentar en la sede del Consejo Superior de Deportes el programa de educación: “Párate a pensar”. Llamada, por cierto, a la que se han unido diversos colectivos. Se pretende, con ello, acercar a centros de Secundaria un programa de promoción del deporte como vehículo de prevención de la obesidad infantil y freno al sedentarismo, así como alentar la promoción del juego limpio y prevención de la violencia deportiva. La idea ya está plasmada. Otra cosa es ponerla en práctica. Poder llevarla a buen término.

En principio, eso de pararse a pensar no es mala recomendación para argumentar ideas, máxime cuando nos movemos a velocidad de vértigo. La cuestión de promocionar el deporte nunca está demás, pero habría que hacerlo con otros criterios, menos competitivos y más educativos. Pienso que el deporte escolar debe ser un divertimento que favorezca las acciones colectivas; de lo contrario, no le veo mucho sentido. El problema no es hacer por hacer competiciones, sino hacer para formar a los jóvenes en la deportividad, promoviendo la educación en valores. Si esto fuese así, seguro que no habría juventud aburrida. Sabría ocupar su tiempo de ocio y respetar otras identidades culturales. Estoy convencido de que pasaría de las duchas alcohólicas a los baños de la agilidad gimnástica. De la intolerancia a la tolerancia de las alianzas deportivas. De las adicciones sin fundamento al fundamento del deporte.

Considero, pues, que los planes educativos deberían estar todavía más ligados a la actividad física de lo que están. Lo que pudiera ser un medio apropiado para conseguir virtudes de desarrollo personal y social; afán de superación, integración, respeto a la persona, tolerancia, acatación de reglas, perseverancia, trabajo en equipo, superación de los límites, autodisciplina, responsabilidad, cooperación, honestidad, lealtad; no lo es tanto, porque con la práctica deportiva se han mezclado intereses de mercado y negocios partidistas, juegos sucios políticos y vividores sin ética, confundiendo rendimientos deportivos con rendimientos educacionales, crispando en ocasiones mucho más que fortaleciendo la cooperación y la asociación entre todos los agentes. Todo esto lo único que hace es ensombrecer el sano recurso del deporte, postergarlo a una labor complementaria.

En todo caso, veo bien lo de pararse a pensar y hacer deporte. La escuela es un buen inicio para engancharse. Hoy por hoy, a pesar de atribuírsele a la práctica deportiva tantos beneficios saludables, son más bien pocas las personas que mantienen un estilo de vida deportiva y perdurable a lo largo de la vida adulta. Educar para el deporte de manera integral, sin duda, es una buena manera de construir socialmente una humanidad con mejor fondo y mejores formas. Por desgracia, la práctica de esta disciplina, aunque se contemple como un medio idóneo de acción pedagógica, aún es un racimo de uvas más verdes que maduras. El deporte podrá ser una lengua universal, pero falta ese lenguaje que nos enraíce en la autenticidad del vocablo. Pensar en esto, cuando menos, ayuda a que el deporte y la educación física esté más al alcance de todos, y no sólo de manera elitista con algunos, como instrumento de salud y desarrollo social que todos necesitamos para una vida más placentera y divertida. Nos merecemos este entrenamiento. Que las nuevas generaciones así lo vean es un paso importante.