Algo más que palabras

Buscando vida, encontré dolor

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

          Días pasados salí a navegar con la mirada, deseoso de reencontrarme con la vida, y he puesto los oídos en el corazón para escuchar el abecedario de los días en los labios de las gentes. Me asaltó una corriente de gritos y un mar de sables. Escuchar tantas desdichas, por falta de amor, traspasa el lenguaje de la piel. Es como un furioso taladro dispuesto a ensordecernos, porque la angustia no cesa. Son muchos los caminos de la miseria y pocas las solidaridades verdaderas. En la cuna del hambre, todavía la cebolla de Hernández es escarcha. Se precisan, en consecuencia, corazones sin orgullo, raíz del viento bravo, que tengan los párpados del verso y la humilde valentía de ponerse al servicio de personas necesitadas. Ante la desgana de vivir que se nos avecina, necesitaremos mayor sabiduría y mayores recursos de carácter alentador, si queremos envejecer con el ánimo puesto en valor de vida. Esto implica reflexionar sobre las obligaciones mutuas entre las diversas generaciones y culturas. Los cuidados humanos de juntar corazón con corazón, continúan siendo la mejor asistencia a la resistencia del dolor.

El problema de España no es muy distinto del problema del mundo. En este nocturno desengaño que vivimos, la decepción nos inquieta. La irresponsabilidad es la corteza del guante que mueve una mano egoísta, sin principios, con rabia de odios y desagravios. Todo el mundo quiere su gloria nacional para sí y surge el espíritu de Judas. No hay ternuras. Sólo tentaciones y ostentaciones de poder. La vulgaridad gobierna, bajo un gobierno sin cerebros, con intelectuales sectarios y juristas sin garantías de ley natural. Consecuencia de todo ello: El caos se sirve en bandeja en este diario de hambres y desasosiegos. La jefatura del descontrol se proyecta en todas las arenas. Así resulta imposible acomodar la diversidad social y fomentar cohesiones de familia. Hemos perdido el corazón y la benevolencia, la blancura de la generosidad y el afecto de lo tierno. Que se lo digan a esa madre de Granada después de habérsele negado la asistencia médica a su bebé, pese a la insistencia de que el niño podría estar ciego de un ojo, por carecer de tarjeta sanitaria. Este es un testimonio bochornoso de los muchos que suceden a diario en esta frontera de la mezquindad. Alguien debería asumir responsabilidades ante tanto irresponsable. Cuesta entender la vulneración y el descaro a derechos (y deberes) fundamentales. Cuando se vuelve costumbre la necedad, o el papeleo de la burocracia sin alma toma cuerpo; no hay principios de buena fe, ni sentido común que se forje en un espacio de zancadillas y leones. 

No es cuestión de vociferar continuamente el total respeto a las reglas del juego constitucional, si después no se cuidan las virtudes constituyentes sociales y los espíritus de las letras. El llanto es patente. Como dijo el poeta: “Lloran los tristes que auxilio imploran, / siempre los buenos son los que lloran, / ¡nunca el perverso supo llorar…!”. Lloran los que por necesidad emigran más que por opción. Suspiran los que viven en tensión continua bajo la zozobra de un desgobierno. Gimen los que la angustia de esta vida le oprime el alma. Se quejan las familias que no reciben ni un euro de ayudas sociales. Se afligen los mayores, las personas dependientes, por haberles congelado programas de compañía. Se duelen los jóvenes que van de fracaso en fracaso. Demasiado cáliz para tan abreviada vida. Tal y como esta la selva de salvajes, considero que sería bueno rendir afectos al aluvión de víctimas del nuevo siglo. Hacerlo con los ojos limpios y los brazos abiertos es lo humano, debiera serlo, como esa enredadera que se crece al tronco del ciprés. 

Todo gesto es poco para manifestar el rechazo a la miseria humana y para hacer una llamada a la humanidad, para que unidos hagamos respetar los Derechos Humanos. Tan nombrados de boquilla y tan ausentes de manilla. El jardín está doliente. Yo mismo, buscando vida, encontré dolor por ciudades y pueblos, caravanas de la muerte, tipos agresivos y ademanes que nos dividen en vez de unirnos. Es significativo el hecho de que la UNESCO haya elaborado recientemente una Declaración sobre Bioética y Derechos Humanos ante el diluvio de angustias que nos acorralan. La elaboración de un documento para que sirva de guía a los Estados, individuos, comunidades e instituciones en el ámbito de la medicina, de las ciencias de la vida y de las nuevas tecnologías, confirma la importancia de ponerse manos a la obra a favor de una vida más vida, sobre todo en relación con aquellas personas más vulnerables y más expuestos a manipulaciones y abusos. 

Los puñales de la indiferencia te los encuentras en doquier esquina, dejando sin poesía un corazón de inocente verso. La tierra huele a traición y el acero frío de las horas apedrea con dureza libertades. Es horrible para una sociedad que se dice civilizada, el apostar antes por las rejas del derecho penal como admitida venganza social que por hacer justicia donde cohabitan desigualdades. Lo de decir la verdad y ser transparentes, lo de caminar por el camino del corazón, no por la senda de la hipocresía, se ha desvanecido como esas hojas de otoño que juegan delante de nuestros labios a ser memoria viva de un destino único. Ha llegado la hora, pues, de trabajar juntos con valentía por un humanismo capaz de construir la ansiada luz de paz. Para ello hay que tener los ojos bien abiertos. La meta no es la afirmación (ni la reafirmación) de uno o del otro, de un mundo en otro mundo, sino la realización de una civilización que habita en una misma casa. Sólo el arte de la donación es el camino paciente para hacerse y rehacerse a la vida. El mundo está cansado de llorar miedos, de nublarse de penas. Y de penar dolores, bajo los sufridos silencios de la muerte.