Algo mas que palabras
Observar para saber más y ser mejores
Autor: Víctor Corcoba Herrero
El que mucho observa,
mucho sabe, porque es capaz de discernir. Es sabiduría popular. La verdad que
todo habla de todo, que todo tiene un sentido, que todo es el resultado de un
cambio. Sólo hace falta escuchar, meditar, penetrar en el escenario de la vida,
ver más allá de los silencios y reconocer los signos de las épocas. Es cierto
que las ciencias de la observación describen y miden cada vez con mayor
exactitud las múltiples manifestaciones de la existencia humana; pero también es
incuestionable que las gentes del campo, observadores de la naturaleza a diario,
conocen el lenguaje de la tierra como pocos. Quizás el mundo agrícola sea el
primero en intuir las adversidades atmosféricas y en sufrir los desastres que
ocasionan. Son los efectos de la irresponsabilidad de un desarrollo que
contamina a más no poder. A poco, pues, que uno observe sentirá el gemido de la
tierra, los campesinos aparte de sentirlo lo viven en primera persona, mientras
los destructores del patrimonio natural siguen en faena. Ya es hora de abrir los
ojos, de prestar atención a lo que dicen aquellos que cultivan la tierra y la
protegen, de aguzar los sentidos, de no perder de vista a los que contaminan.
En un mundo dotado de recursos naturales limitados,
lo que hace falta es promover modos de vida respetuosos con el medio ambiente y
que quienes abusen paguen la mayor tajada por los costos. Desde luego, la
catástrofe ecológica que amenaza hoy a la humanidad, tiene una profunda raíz
ética en el olvido de los límites y en dejar hacer a los que envilecen.
Ya dije antes que la observación es un signo de
sabiduría. Observar el comportamiento del planeta en el que vivimos me parece
fundamental, sobre todo para prevenir el impacto de catástrofes naturales. Hay
que activar programas en este sentido. Sin duda alguna, considero que puede ser
una buena manera de garantizar una mejor gestión medioambiental. Conociendo los
sollozos de la corteza terrestre,
intimando con los suspiros de la biodiversidad,
viviendo el estado de los océanos y la composición de la atmósfera, estoy seguro
que cambiaremos de actitudes. Ya lo advirtió Séneca: “la naturaleza nos ha dado
las semillas del conocimiento”. Y esta erudición es la que nos hace
responsables. Ahora
Todo afán y desvelo por un medio ambiente saludable
merece la pena considerarlo e injertarlo como urbanidad al diario de la vida. El
contemplar a los campos, los bosques y los mares, y el defenderlos de una
explotación salvaje, ha de ser la obligación primera de todo gobierno que se
diga social y democrático de Derecho, puesto que la medida por si misma, ya
contribuye al aumento de las reservas de alimentos en el mundo. De nada sirven
la multiplicación de programas ecológicos o de libros sobre ecología si luego
dilapidamos la gran obra de la naturaleza. Ciertamente, produce una inmensa
angustia recogerse a meditar sobre la crueldad de tanto entorno muerto que nos
habla a los ojos y que seguimos sin hacer nada por remediarlo. Vivimos en una
época de peligros permanentes. La idea del filósofo Albert Schweitzer sobre el
ser humano, de que “ha aprendido a dominar la naturaleza mucho antes de haber
aprendido a dominarse a sí mismo”, puede ser una buena lección a estudiar.
Con frecuencia la acción internacional para combatir el hambre o los desastres naturales ignora el factor de irresponsabilidad humana con la naturaleza. Creo que es necesario implicar a los poderes, y agentes sociales de las diversas naciones, en las opciones y decisiones que atañen al uso de la tierra, pues muchas veces tierras que son de cultivo se orientan hacia otros desarrollos, provocando en ocasiones efectos tremendos contra el medio ambiente. Ha llegado el momento de considerar al hábitat con más estima de lo que venimos haciéndolo y de reforzar los lazos de solidaridad con las poblaciones afectadas. La pregunta surge por sí misma, con la mera medida y registro de los hechos observables: ¿cómo hacer para que la solidaridad triunfe sobre el dolor y la desdicha? De palabra es fácil dar respuesta, pero luego los hechos son los que son, y la perspectiva solidaria se va desmembrando por egoísmos del propio sistema productivo, o debido a posiciones políticas e ideológicas que fomentan la xenofobia o el cierre arbitrario e injustificado de fronteras. Todavía en el mundo, persisten de modo explicito o tácito, el odio racial, la intolerancia religiosa y las divisiones de clases. Si en verdad, el espíritu solidario estuviese enraizado en el mundo, no habría gente que vive en condiciones infrahumanas como los internos del principal hospital psiquiátrico de Puerto Príncipe. Conclusión: despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien porque sí, importa más que el vocearlas y más que el hacerlas por compasión.