Algo más que palabras

Dinero falso puesto en circulación

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

           Más de uno ya necesitamos vacaciones cuando apenas ha comenzado el otoño a vestirnos de poemas al abrigo del cielo. Vivimos al vértigo de la frontera, al límite de un linde de esclavitudes. Lo cierto es que cada día resulta más cansino este trajín de vida a ninguna parte y a todos los precipicios. De tanto galopar inútil, en la búsqueda y rebúsqueda de falsos triunfos, olvidamos que el corazón necesita sus pausas como ese viento que saborea los perfumes otoñales y las atmósferas desnudas de los árboles. Queremos estar en todas partes y en todos los poderes, para ganarnos una zona de privilegio en esta jerarquizada tierra, aunque para ello tengamos que relegar a coherencias, principios y demás vínculos humanos de recta razón y sabia alma. Por desgracia, aumentan las famas que se cotizan con dinero falso. Se hace posible lo imposible, divulgar y esparcir conductas adulteradas, acreditar postizos líderes y hasta dar voz a dirigentes que no son otra cosa que la solapada voz de su amo.

A mi juicio, la riada que circula de dinero falso está poniendo en entredicho las estaciones humanas, el futuro del ser humano como identidad propia en una sociedad enrejada al poder de lo útil. Se argumentan falsos conceptos y se fundamentan falsas leyes. Las reglas del juego suelen contradecir los derechos fundamentales y eso, por mucho lavado de cerebro que nos hagan, nos lleva a una bajada de moral. Pongamos un paradigma de reciente noticia: “El coste laboral debido a la baja productividad supuso a la economía española 69.991 millones de euros en 2004, lo que representa el 8,1 por ciento del PIB, según un estudio de Proudfoot Consulting”. Pienso que este resultado, en parte, no es más que una consecuencia de la falta de incentivos sensatos al deber de trabajar y al mal concebido derecho constitucional a la promoción humana a través del trabajo, y, por ende, a una remuneración más justa y suficiente para satisfacer necesidades básicas que tienen las familias. Los hogares suelen estar endeudados hasta los dientes porque el sistema así lo potencia (más dinero falso puesto en circulación), favoreciendo de esta manera sumisiones y servidumbres hasta la médula, dependencias y sometimientos hasta el corvejón; abusos y dominaciones puestos a la orden del día, que se cepillan el estatuto de los trabajadores y nos quedamos tan frescos.

A mi manera de ver, debiera pasar con urgencia esta fiebre tentadora de dinero falso con la que nos quieren adquirir hasta la propia vida. El disfraz es lo que más se lleva en estos momentos para tortura de los que vivimos en este planetario. Ante este estado de continuos y constantes desaciertos, creo que la franqueza no puede reducirse a un sentimiento de andar por casa, sino que implica tomar la calle en conciencia y a favor del ser humano como persona; haciéndolo únicamente por lo que se es, no por lo que quieren que seamos, un ancho y puro negocio. Me niego a esta compraventa o a la indiferencia de contemplar como una película más, el drama que viven algunos nacidos. U otros que no les dejan nacer, por fomentar ciencia sin alma. Comprendo. No es fácil digerir la verdad, suele ser más engatusador lo aparente. Sobre todo, ahora, que tenemos tantos asesores farsantes. A la primera de cambio te confunden y desorientan. Esto pasa con la educación y lo educativo. Pensábamos que era la base ideal para un buen desarrollo y, lo es, cuando es instructiva y no moneda de cambio del gobierno que gobierne. Por eso, esta educación sometida al político de turno yo la pongo en duda. Suena más a adoctrinamiento que a magisterio.

Ciertamente, cuando se profundiza en ciertos proyectos, normas y reglamentos educativos, y se observa que germinan (o pretenden germinar) sin equidad, rectitud, ni salvaguarda al esfuerzo humano; y que, además, se rehuye de todo injerto responsable, tal vez porque también se siegan libertades sin ton ni son, se niegan derechos y se impone un sistema, resulta que uno acaba por negar que esta educación sea un pasaporte para un futuro mejor. El mundo actual, desde luego, sufre una falta de cultura total sobre derechos humanos. A poco que nos adentremos en nuestro espacio más cercano con los ojos de la autenticidad, observaremos que también en nuestra sociedad, avanzada y avezada más por el dinero falso que por el corazón, se acostumbra a actuar en el marco de unos derechos, en demasiadas ocasiones, más de boquilla que reales. Sólo hay que ver el creciente número de ciudadanos (personas naturales o jurídicas) que todavía, después de tantos desarrollos constitucionales, acuden en amparo al Tribunal Constitucional.

Es hora de pasar a la verdad. No puede haber alianza de civilizaciones cuando se juega con las personas, se pone dinero falso en circulación sobre la mesa de un Estado social y democrático de Derecho, (entiéndase el símil del caudal disfrazado, por: dignidades de la persona perdidas, desigualdades en educación que para nada integran, truncamiento al derecho a la vida, y tantos otros fondos sin fondo de forma justa), y se destruye cualquier tronco de luz que pueda unirnos. Para mayor calvario, esta crisis de valores que sufrimos comienza a ser un cáncer incurable en la persona, en su autoestima individual, dejando al ser humano en una sensación de perpetuo descontrol. Esto no se cura con calderilla simulada, ni con seudo sonrisa, y, todavía menos, con palmaditas frívolas. Frente a la encebollada música mitinera y a los cebos de las frases vacías que retransmiten los bocazas, nos queda lo de siempre, el diálogo, pero en conversación distinta, o sea conjuntada. Se ha de basar en la verdad y en la comprensión recíproca a un tiempo. Entonces creeré que un nuevo capital, más de la poesía que del poder, ha tomado el mundo por montera. Y el montante, sin duda, será: una vida más esperanza y una esperanza más vida.