Algo más que palabras

"El romance de la sostenibilidad"

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

             El romance de la sostenibilidad y su sinónimo sustentabilidad no pasa de ser un relato de ficción política del que todos hablan y pocos cultivan. El equilibrio de una especie con los recursos de su entorno, aún está lejos de hacerse cultura en el patrimonio de todos los humanos. Aún seguimos siendo nosotros mismos nuestro peor enemigo en la plaza de la vida. La humanidad no puede liberarse de la irresponsabilidad más que por medio de una educación responsable, o lo que es lo mismo, de una educación sostenible para la supervivencia del planeta. Cuando se mueven tantos intereses mezquinos que sobrepasan ciencias y conciencias, lo de unirse para crear una sociedad global sostenible, fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz, se queda en nada, en lo que pudo haber sido y no fue. ¡Qué buena composición sería la de abrazarse ornamentados de autenticidad! Pero no, no es así, el cinismo gobierna tantos lenguajes de poder, que lo de ensamblarse en la protección de la vitalidad, la diversidad y la belleza del planetario, es como un poema desmembrado que sólo tiene palabrería. 

            La sostenibilidad tantas veces ha perdido romances irrepetibles, aquellos romances de pureza que se escribían solos dejándose llevar por la belleza, debido al impacto humano, que la desesperanza nos puede. Sólo hay que mirar y ver la cantidad de bosques que agonizan por la mano del hombre, las poblaciones de peces muertos que a diario se producen, o dejarse embelesar por los sollozos del aire que no puede con más sobrecarga de dióxido de carbono. Con este panorama mortecino de aquí y de allá, resulta difícil asimilar que estamos dispuestos a reducir la pérdida de recursos del medio ambiente, y que la proporción de zonas terrestres y marinas protegidas o la de especies en peligro de extinción, es algo más que un mero guión de intenciones, en un mundo en el que todavía son muchas las personas sin acceso sostenible al agua potable y a servicios básicos de saneamiento; un bien imprescindible para la supervivencia y desarrollo humano. Muchas poblaciones podrían verse forzadas a migrar por este motivo. Algo que sabemos y seguimos tan alegres, con la indiferencia por montera.  

            Para vestir la sostenibilidad de tradición, y que se pueda transmitir de boca en boca por todo el mundo, al igual que los viejos romanceros,  es vital que los recursos poéticos, es decir, los naturales, se utilicen de forma versátil, o sea de forma inteligente, y que se amparen por todas las latitudes los diversos hábitat. Con los modelos actuales de consumo, uso y abuso de recursos, nunca puede espigar poesía alguna, que es lo que la vida necesita. Hagamos, cuando menos por honra humana, lo que dijo el poeta latino Ovidio: “compra lo necesario, no lo conveniente”. De igual modo, los suelos se están degradando a un ritmo que rompe todas las métricas del buen gusto. En la misma línea de si te vi no me acuerdo, las especies vegetales y animales están desapareciendo a un ritmo que resquebraja el corazón de lo visible. Por si fuera poco, los cambios climáticos nos inyecta el romance de las penas. Como siempre, los pobres, se llevan todos los dolores consigo. Hace falta, pues, tener voluntad poética, más que política, y un cargamento de moralidades para poder plantar esperanza y que no desfallezca la cultura de lo sustentable en los espacios prosaicamente mundanos.  

            El planeta, sobre todo la porción más desarrollada, romancea sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas, mientras lo único que toma verdadero arraigo es el desempleo. Algunos jamás han salido del agujero de la insostenible pobreza. También los pobres en el romance de esta crisis de ricos cada día son más pobres. Asimismo, se romancea sobre otra guinda a la que le falta muchos hervores de sol, el transporte ecológico. Las bicicletas de bambú, los tranvías de cuento, los coches eléctricos; pura fantasía en un mundo que considera el tiempo oro y que se mueve por un sistema productivo sumamente estresante y agotador. Por mucho viento que se apunta hacia las energías limpias, la evolución y evaluación del modus vivendi apenas cambia. No hay que ser un lince para percibir que el romance de lo sostenible tiene todavía poco futuro si, además, en las escuelas aún no se hace presente y presencia viva. 

            Nadie me negará, por ser público y notorio, que la más importante de todas las crisis es la medioambiental, la del romance perdido para muchas personas, en este mundo de explotadores y explotados. En el planeta aún existen zonas de alto valor natural que están totalmente desprotegidas. Sin embargo, este ambiente puro es el que precisamos todos los seres humanos, sin exclusión alguna, por ser parte del romance de la vida, el verso vivo y la libertad andante. Cuidar de esa vida es una responsabilidad que debe madurar y afrontarse globalmente. Y son todos los gobiernos del mundo los que deben exigir que quienes tomen los recursos para sí, los derrochan y malversan, sean los que tengan que pagar los platos rotos de la insolidaridad.  A lo hecho, pecho; que se dice. Eso de ensuciar manantiales donde se mitiga la sed o de apagar la luz donde se ha encendido la vida, aparte de ser un signo de ingratitud, hija de la soberbia como dijo Cervantes, muestra lo mucho que atiza y cotiza la mezquindad en el planetario. Es una verdadera tortura, porque la vida, -romancero del pueblo-, no se ha hecho para malgastarla, sino para vivirla como sustento.