Algo más que palabras

El desquicio de llegar tarde

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Llegamos tarde a tantos sitios que nos toman por el pito de un sereno. Por ejemplo: Queremos hacer justicia con una justicia a vapor y lo que es justo se convierte en injusto. A los pobres se les presta auxilio tarde y en desigual manera. De la espera, los excluidos que no pueden esperar por más tiempo, se nos mueren en la desesperanza sin poder incluirse en la bonanza de la vida. Por si fuese poco el desquicio, fomentamos una educación a destiempo y la buena crianza también se nos va de las manos. Somos incendiarios. Ponemos la mecha en doquier arboleda y lo arrasamos todo, sin importarnos nada. El fuego si que no perdona. Luego, pasa lo que pasa. Los efectos están ahí, las hectáreas devastadas superan todos los registros del último decenio. En suma, somos presa de un desconcierto total, inmerso tanto en nuestras vidas y quehaceres, que ha dejado de ser noticia por la aceptación de un resignado patrón al que no se le planta reeducación y mucho menos se le replanta rescate.

Que los niños son usados como soldados porque son baratos y obedientes, ya lo sabemos. Es lo mismo de siempre. Pero ahora nos trae sin cuidado, a estas alturas de siglo. Parece que nos queda lejos ese ambiente de esclavitudes. Sin embargo, el mundo es más chico de lo que se piensa. UNICEF nos pone en alerta, antes de llegar tarde, a fin de remediarlo. Lo dicen bien claro y alto, para que nadie después se vuelva a engaño. Los niños acaban convirtiéndose en asesinos y cometiendo atrocidades en nombre de causas que no entienden, bajo los efectos de las drogas o adoctrinados. Son niños que proceden de familias desestructuradas, de bajo nivel económico y social, privados de educación y abandonados por sus familiares que pueden llamar a nuestra puerta de la noche a la mañana. De momento, lo están haciendo al corazón de cada uno de nosotros, mostrándonos su mirada de pena y el alma de sufrimiento. En la misma línea, por desdicha, también en el mundo de la desigual opulencia los niños son el anzuelo para pedir, porque dan lástima y cargo de conciencia. Está visto que este mundo, en todos sus puntos cardinales, tiene poca caridad con los débiles. O sea, con los inocentes. ¡Mecachis!

Andamos de desquicio en desquicio, resentidos en el sinsentido, desencajados de sentidos comunes y más inestables en docencia que un santo burro. Todo este desajuste nos sorprende hoy en día, en parte porque hemos llegado tarde a superar la ética de los discernimientos. La actual y palpitante crisis educativa que sufrimos los españoles es de un fracaso bestial, propio de un sistema de indisciplinas y no pocas frustraciones de los maestros. Los poderes públicos deberían emplearse a fondo para homogeneizar una educación de calidad, respetuosa sobre todo con el más humilde, en verdad y en tiempo. Los excluidos son los más necesitados de una educación integral para un pleno desarrollo. Al final, esto de caminar por la vida sin oportunidad alguna educativa es un arma que acaba siempre por dispararse contra el que la emplea. Para colmo de males, tampoco la justicia, ni las prisiones, en las que se nos va un dineral, cultivan lo de restaurar mentes. Soy de los que pienso que a los infractores hay que tenderles una mano educadora para que puedan reincorporarse a esta vida, en ocasiones más de perro que de seres humanos. Eso sí que sería estar a la vanguardia en cuanto a los derechos y deberes ciudadanos.

Alguien dijo que la mitad de nuestras equivocaciones en la vida nacen de que cuando debemos pensar, sentimos, y cuando debemos sentir, pensamos. Algo parecido le debe pasar a los que pretenden instaurarnos una España enquistada en el desquicio del divide y vencerás, con unas propuestas estatutarias que no tienen concierto alguno, solidez, ni solidaridad. Personalmente me da la sensación de que estamos fuera de órbita en cuestiones de lealtad indisoluble en cuanto a la unidad de la nación española. Esto es, cuando menos, para reflexión de todos con todos. Ya lo advirtió Lorca que el más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta. A lo que yo añadiría: y la cabeza mal amueblada. No se puede vivir en el sobresalto, ni en el hazmerreír del mundo. Instalarnos en la desilusión que viven una creciente parte de ciudadanos a los que no se les escucha, ni se les deja conversar sosegadamente, debido al guirigay de mordazas y miedos que soportan, es una forma de pararse en seco que no genera para nada progreso alguno. Eso de ampararse en el desaliento es un mal fruto y una necia semilla que puede volverse cardo borriquero. 

Al final pienso que los únicos que hasta ahora han llegado a tiempo fueron nuestros soldados españoles en las elecciones afganas; el soldadito español de siempre, tan don Quijote, dispuesto a dejarse la vida contra los molinos que siegan libertades y justicias. Me alegro por ellos y por su espíritu aventurero de cuidar que pueda germinar la siembra de valores soberanos. Convendría seguirles el paso y recargar fuerzas educativas y educadoras con el tesón de su fortaleza de alma y reemprender una nueva misión, la de volver los ojos a la patria mía, para apuntalar su integridad territorial y el ordenamiento constitucional. En este desquiciado bamboleo de dimes y diretes yo me creo cualquier cosa. ¡Y vaya lo que se escribe! Eso de largar lenguas y revolver voluntades, de perder el equilibro y desequilibrar conductas, se ha puesto de moda. Una vacuna a tiempo es un seguro democrático de futuro, ante el aluvión de inseguridades, que a todos nos interesa. Tiempo al tiempo.