Algo más que palabras

Pensar en la vida

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

           Recibo una tarjeta de un don nadie aborregado, fechada en no se sabe que lugar, diciéndome: estoy retirado desde hace unos días para no pensar en nada ni en nadie. Es el verano de mi vida. Y uno lo primero que piensa, que sí piensa, es que se ha olvidado de vivir o es un cobarde de tomo y lomo. Con la lucidez que da el hábito de pensar, cuesta entender tal absurda decisión, máxime cuando llevamos impreso en el alma, el obrar como ciudadanos de pensamiento. Efectivamente, pensar es un deber en todo tiempo y en todo espacio; fracasado aquel que cierra los ojos a la luz y pasa de la vida que, por si misma, ya es puro pensamiento. Díganme, sino, ¿cuál es el principio básico de todo ser humano que se precie serlo, sino esforzarse en pensar honradamente? La vida nos dicta ser hombres de acción capaces de dirigirnos, no que nos dirijan, lo que exige ponderar, recogerse, concentrarse, ensimismarse, rumiar, deliberar, hablar consigo mismo y moverse en las ideas, cada uno en la suya y todos en la de todos, porque realmente lo que nos separa es la usura, no son las concepciones, por muy dispares que nos parezcan.  

            En la vida siempre hay que pensar. El pensamiento no toma vacaciones. ¿Cómo no pensar en el fin de los excluidos, en el fin de las armas, en el fin de la discriminación racial, en el fin del hambre, en el fin de los abusos de los derechos humanos, en el fin del trabajo forzoso e infantil, en el fin de nuestro propio fin? Uno no se puede olvidar de pensar, porque además somos pensamiento, y debemos serlo libre de ataduras. Hay que pensar en el día de hoy y en las épocas que continuarán de hoy en adelante en nuestras vidas. Nos invaden conocimientos de aquí y de allá, pero no siempre la solidez del pensamiento, ni tampoco siempre la certeza de dejar pensar. Debemos pensar en el tiempo, en nuestro hábitat, en que cumplimos nuestra obligación de dar fuelle a la verdad. El fuego de la mentira nos circunda y lo malo es que arrastra complicidades que acaban dominándonos. Es la cultura de la idiotez que tanto gobierna al mundo. 

            El ser humano tiene que pensar más en la vida. Quien no ama la vida, no la merece; dijo Lope de Vega. La vida se ha depreciado y despreciado como nunca. Lo verdaderamente cruel es que haya dejado de ser un valor absoluto. Se oculta, se deforma, se le imprime una semántica vulgar, como puede ser matar a los indignos de vivir, la mentalidad favorable al aborto o aquellas miles de vidas que a diario son menospreciadas, violentadas, tratadas como mercancías de usar y tirar. Es tan justo como preciso pensar en estas locuras del género humano para poder cambiarlas. Esto no es filosofía, sino la realidad pura y dura. Con razón y justicia, la ONU al celebrar el 60º aniversario de las cuatro Convenciones de Ginebra, Ban Ki-moon subraya su relevancia y su importancia para la protección de la vida y la dignidad humanas en situaciones de conflicto armado. Sembrar declaraciones como ésta a nadie debe dejarnos indiferentes. Lo peor que puede pasarle a un ser humano es acostumbrarse a convivir con las aberraciones. El no y el sí, aunque breves en el decir, se alargan con el pensamiento. Tomar su tiempo para poder discernir requiere pensar. Hemos de hacerlo. Sin duda, el trabajo más difícil que existe es el de pensar alto y libre, porque se expone uno a las balas del odio y la venganza; pero es un trabajo al que todos estamos llamados por el hecho de ser personas pensantes.