Algo más que palabras

¡Arriba los corazones!

Autor: Víctor Corcoba Herrero 

 

 

Cuentan las crónicas que, incluso entre los santos, la virtud del humor alcanzó tal grado de heroísmo que relucía hasta en los momentos de sufrimiento o de la muerte. Otros también apuntan que el amor, cuando es verdadero, se circunscribe de humor sano. Sólo hay que ver los ojos de los enamorados, salta a la vista el carácter alegre y complaciente. Sea como fuere, es toda una actitud de vida a potenciar porque todo el mundo tiene ese sentido. Lo importante es no desvirtuarlo o perderlo. Por cierto, no estaría demás que, en el tal cacareado “programa mundial para el diálogo entre civilizaciones”, se considerase título preliminar de todas las intervenciones por su efecto humanista. Ya lo dice una canción de José Luís Perales: “Con una sonrisa puedo comprar todas aquellas cosas que no se venden”. Necesitamos envolvernos, y envolver al mundo, de una alegría fermentada en la pureza, capaz de despertarnos lo hermoso que es vivir la vida en pro del bien común.

Nunca los corazones han estado tan decaídos. Eso de llevarlo todo a lo racional, al modo científico de mirar las cosas, nos deja insatisfechos y con un humor de perros. Hay que ir conjuntados y rejuntados de salero amoroso para llegar a la agudeza humorística. Precisamos también llevarnos a los labios humoradas de un universo que nos mece, soñar que nos hemos vuelto niños y pensar que la luna es una chispa del alma que habita en las alturas. En esa otra realidad poética, la euforia de la belleza tiene sus compensaciones tan necesarias como las científicas. Yo diría que más, puesto que la vida es más una gracia de arte que de ciencia. La jovialidad no está reñida con el serial de noticias tristes que recibimos a diario. No en vano, también se ha dicho que el humor es, sobre todo, signo de conocimiento del hombre. Desde luego con un humor auténtico y claro, se camina mejor y se culmina toda cordillera por muy picuda que sea. Con la ternura todo se sube, y se sube hasta enternecerse. Lo tierno tiene su pasión y simpatía, no de gavilanes que todo lo rapiñan para sí, son como efluvios de gozos que nos regeneran. Esto es de agradecer en una tierra empapada de antipáticos repelentes que vomitan rencor a cada paso y rabia en cada esquina. 

El buen sentido al humor nos pone en forma, es la mejor manera de tener una natural disposición y un acertado temple, cuestión que nos facilitara apreciar las realidades cotidianas en su justa proporción. Y esto nos hará ver que todo depende de nosotros, del estilo de vida tomado, de las prioridades priorizadas. Entonces, podremos advertir, que algunas preocupaciones excesivas no valen la pena y otras, que si lo valen, hay que darles también su ración de divertimento. Las derrotas y fracasos se sobrellevan mejor con la alegría en el alma y su pizca de aleluya en el cuerpo. Santa Teresa, con su profundidad teológica, ya expresaba tan hondo sentir, cuando exclamaba que “un santo triste es un triste santo”; o Tomás Moro (patrono del humor), cuando pedía al Creador una siembra de humor con estos latidos interiores: “Dame el don de saber reír un chiste, para que sepa sacarle un poco de gozo a la vida y pueda hacer partícipes de él a los demás”; o el mismo Juan Bosco cuando les pide a sus jóvenes que los “quiere siempre alegres”, porque así le daba seguridad de que tenían paz por dentro, que es lo que verdaderamente reanima.

En un mundo en el que se arremete contra todo, con un proceder cortante, seco y llameante, igual que el lienzo del actual año, convendría hacer de humorista samaritano en una vida que es más zarza decaída que circo empolvado de risotadas ó más mortaja que sonrisa de saltimbanqui. Tendríamos que reconocer el derecho a destornillarnos de risa como terapia inteligente y llevarla incluso al régimen de una nueva seguridad, la social-vital, la que pone ¡arriba los corazones! Es de agradecer esa levantada de ánimo al cielo, atmósfera que da alegría y jolgorio saludable a este tiempo de convergencias divergentes. Septiembre tiene ese punto de adviento a la gracia, por sus frutos de otoño y sus bromas de nuevo curso. Nos traslada a un mar de hilaridades, entre bullas y jaleos, señal de que la vida pasa con sus cosquilleos y también con sus pesares. 

En todo caso, lo mejor para contrarrestar pesadillas interiores, es tomarse la existencia con cierto regocijo. Imprime fuerza. La defensa del júbilo frente a los abatimientos, protege la autoestima y nos hace olvidar los desajustes de un mundo que se mata asimismo, porque todavía las armas siguen siendo el primero de los negocios. El corazón lo tenemos destrozado por tanto cargarlo de inutilidades, de inversiones absurdas y reinversiones que al final causan amarguras. Lo sensato será invertir en prevención animosa, y todos tan contentos, en hacer la exaltación a la paz con la animación de la barba del sol y el cariño de la luna, conservarla y construirla día a día sin rendirse, ni tampoco dejarse llevar por la desesperación, la rebeldía o la huída a ninguna parte. 

El sosiego, cuando tiene su pizca de alborozo compartido, suscita una alegría incontenible e incita a practicar una jarana de abrazos que nos pone en forma el corazón. Al fin y al cabo, siempre hay un motivo para el entusiasmo por muy dura que sea la realidad. Un amor que nos compromete y promete, una vida que nos espera y un mundo que nos necesita ¡Qué nos resucite la risa con su finura de chiste! No es que seamos el ombligo que ríe, pero somos el cordón umbilical de la ocurrencia. La ironía está servida con la ingeniosidad del garbo. Un corazón busca otro corazón para hacer la juerga del alma. Yo me apunto: ¡Arriba los corazones!