Algo más que palabras

Rostro tras el cristal

Autor: Víctor Corcoba Herrero   

 

 

             Dice un verso de Aleixandre que “sólo la luz traspasa el cristal virgen”. El susodicho “cristal” es símbolo del inhumano aislamiento que produce la edad. Entre los jóvenes y los viejos no hay relación posible: sólo media la luz. Necesitamos amor y cuidados, sentirnos personas. Por desgracia, lo inhumano ha tomado posiciones ventajosas. A veces la realidad supera a la ficción, es cierto. Esto pasa, en parte, por injertar lo irracional en el diario de nuestras vidas, en lugar de la creatividad, del raciocinio; por  inventarnos prisiones en vez de liberaciones. Vivimos tiempos, como también ya nos visionó el poeta de “espadas como labios”, adormecedores y monótonos, cuyo efecto salta a los párpados de un niño que busca y rebusca afectos que no encuentra en una sociedad gestual y vacía, más atenta a las cataduras de apariencias y formas que a la autenticidad. En buena parte del mundo no hay libertad para vivir, otros llegan a malgastar su propia vida,  y en un santiamén se le ha ido de las manos. Como acertadamente decía el filósofo latino Séneca, “la vida es como una leyenda: no importa que sea larga, sino que esté bien narrada”. 

            La literatura que propicia la ONU, de “nosotros los pueblos…unidos por un mundo mejor”, ha de dejar el mundo novelístico y pasar al mundo real. Esto exige alianzas verdaderas, mundialización de éticas, prácticas de diálogo y comprensión, ojos bienhechores en el cumplimiento de los derechos humanos. Quizás haya que despertar y conjugar ideas con obras, poner razones de sentido poético en la línea de la defensa de los valores estéticos, cultivar el abecedario de la justicia social y reconstruir el orden natural de las cosas, o sea, el sentido común. Este anhelo dirigido y digerido por la ONU, me parece una justa manera  de convocar al arte de la palabra, un buen modo de entrar a las gentes de todos los horizontes si se hace desde el corazón. “Si una palabra mal colocada estropea el más bello pensamiento” –idea de Voltaire-, también una voz dicha en el momento oportuno y en el lugar adecuado, puede arreglar muchos males. La dignidad del ser humano está en su vida; una vida que han de proteger todas las naciones.  

            Hoy la realidad europea, por ejemplo, brinda a sus ciudadanos más libertad y seguridad que en otros tiempos. La apertura de fronteras se ha extendido, y esto es una buena noticia, pero con ello también la emigración ilegal y la trata de seres humanos. Habrá que poner límites al cómo y de qué manera se produce el flujo migratorio. Asimismo, el paquete de medidas europeas sobre clima y energía  renovable también ofrece oportunidades nuevas e inesperados empleos, pero de igual manera se destruyen otros puestos de trabajo, acrecentando el desempleo. La Unión Europea ya es una realidad imparable, que además debe existir, no sólo para servir a sus ciudadanos, también para servir a todo el mundo. Es más, las naciones de todos los continentes deben unirse más allá de sus propios intereses, materializando sus respetos, compartiendo sus avances, democratizando sus órganos de poder. Es preciso crear oportunidades para toda la ciudadanía humana, mediante un enfoque proactivo del desarrollo globalizado, donde nadie se quede excluido. 

            La globalización nos ha cambiado el mundo para bien o para mal, lo cierto es que cada día somos más interdependientes y estamos más interconectados. Trabajar juntos en la dirección del sentido natural y solidario será, desde luego, el mejor aval en favor de una humanización de la vida. La consideración a toda luz humana, el apoyo a la familia, promover derechos sociales, impulsar una gobernabilidad económica fundada en montos éticos, sembrar justicia y apoyo humano a los más débiles y necesitados, proteger el hábitat; son principios fundamentales de toda sociedad que aspire a socializarse y a entenderse. No es bueno vivir al límite, en la frontera de la desesperación, por mucha razón psicológica que le inyectemos al individuo, hay que regenerar una innovadora esperanza, que sólo podrá evitar la desilusión y la frustración en la medida en que las soluciones se globalicen y los problemas se compartan.  

            Más que vincularnos jurídicamente, nos hace falta afianzarnos como seres humanos, hacia una humanidad que se desarrolle bajo el rol de lo sostenible y sustentable corporativamente. Sobre la mesa un manual conocido, el de los valores basados en principios universalmente aceptados por todo ser humano, pero arbitrariamente aplicados en infinidad de ocasiones. Así no puede fructificar el intercambio de experiencias, que, por otra parte, es el mejor capital social. Lo suyo es construir un mundo, dentro de los diversos mundos, en los que cada persona pueda hallarse bien, consigo mismo y con los demás; pueda encontrar la prosperidad justa y necesaria para vivir, -esto hay que ponerlo en valor-, para que el ser humano pueda crecer hacia dentro. Diferentes sí, cada persona es un mundo como dice el dicho popular, desiguales no, y todos necesarios. Hemos conquistado el ciberespacio como un juego de masas que no escuchan, obviando que del escuchar procede la sabiduría. Tal vez sea el momento de reconquistar los interiores humanos para dejar hablar al corazón. 

            Conviene alejarse de una visión catastrófica, aunque todo parezca derrumbarse, hasta la mismísima economía mundial. Pero también debemos alistar otro horizonte y llevarlo a los ojos. Con los pies en la tierra debemos decir ¡basta! Ya está bien el aluvión de cargas de hipocresía que soporta el planetario, los cargos corruptos que aguantan los gobiernos, la picaresca que se enmascara en las normativas; y, aunque no es de recibo echar más leña al fuego, si nos interesa avivar un bien común mundial, en el que cada nación está llamada a participar, dentro del marco de su soberanía democrática. En suma, que todas las cuestiones humanas, todos los acontecimientos, para quien sabe leerlos con hondura, encierran una lección que, en definitiva, nos remiten al humano ser como ser humano, al que sólo le puede ayudar su misma especie.