Algo más que palabras

Marchando: ¡Una de saber vivir!

Autor: Víctor Corcoba Herrero 

 

 

Entre la rosa y el látigo hay muy poco mar y muchas olas encabritadas bajo este paisaje de contrates vividos en los registros del tiempo. Cada cual es posesivo y poseedor, tiene su espuma temperamental y sus vicios ocultos, una parte de chimpancé y otra de león. Los hay que se mueven en el mundo como pez en el agua. Son aquellos que penetran con la mirada, besan con los ojos y se acuestan con el poder. Una legión de prostitutos ha tomado la tierra. Se venden al mejor postor por una viñeta de pasta y por un sillón de mando y ordeno. Han vuelto los episodios del nacional caciquismo, con el efecto del golpe bajo, mediante la anestesia del cinismo. 

Frente a estos vientos de muerte que tanto nos torturan, fruto de la naturaleza no natural de la ciencia y de las endebles semillas de una cultura aborregada, lo de saber vivir se ha convertido en una letra de cambio, al más endemoniado estilo mercantil. Por un puñado de cuartos o por un racimo de potestad, todo se vende y se compra, aunque se atice al honor, a la intimidad de la persona o a la guinda de la vida. No es fácil saborear los días. Los torturadores llaman a la puerta del corazón sin pedir permiso. A veces siguen instrucciones vengativas. Son la ley, y por ley de furia, te mandan al otro barrio en menos que canta un gallo. Ciertamente, a poco que bebamos la hiel de las lunas y soles, te encuentras perdido. Resulta complicado que a uno le dejen vivir en plena libertad, sin sobresaltos, puesto que a las tradicionales y dolorosas cruces (enfermedades, hecatombes de la propia naturaleza, plagas…) se suman otras que nacen de intereses contrapuestos entre dominadores y dominados. ¿Quién le pone el cascabel al gato?, dijeron los ratones en aquella sabia historia vivida. 

Hoy más que nunca se necesita una conciencia solidaria y unos gobernantes creíbles. Lo de dar ejemplo es la mejor enseñanza. Los pobres cuentan más bien poco en esta nueva sociedad de ricos, más caprichosa que fraterna y también más egoísta que coparticipe. Ahí está el auxilio desesperado de personas que sufren verdaderas atrocidades. Solemos responder tarde y mal. Nos ensordece el grito de tantas mortandades al alza que piden clemencia y que, no tienen otra salida que la defunción, porque nos cruzamos de brazos. Así, el corazón de los que tiran a matar, no se ablanda. Ni se achica. La guerra de los poderosos contra los débiles está servida y se sirve a diario en cualquier esquina, con la permisividad de todos y el chantaje a la orden del día. No crean que, en nuestro país social y democrático, cuando menos de papel y boquilla, los valores superiores de las reglas del juego se empleen a fondo. Sólo hay que pasarse por los juzgados y ver la avalancha de personas ansiosas de una receta de justicia para vivir y que le dejen vivir. 

Los tiempos actuales son de un desorden moral increíble y de unas injusticias tremendas. En parte, por la introducción de legislaciones injustas que han disminuido el respeto a la vida, contradiciendo la propia ley de vida. Está visto que por mucha justicia de proximidad que nos pongan en la puerta de la casa, nos seguiremos sintiendo indefensos, si las cárceles no evolucionan (hoy son basureros de personas vivas, que gran parte de la sociedad quisiera verlas muertas) y las medidas de seguridad se orientan a la venganza del que la haga que la pague, antes que a la reeducación y reinserción social. Una de saber vivir, pues, pasa por aquellos que encuentran la razón de su vida en donarse a esa vida que defiende y promueve dignidades humanas, porque las nacionalidades se pueden adquirir, conservar o perder, pero la existencia no admite abortistas, tampoco asesinos altaneros dispuestos a troncharnos un universo de acogida que sólo entiende de amores.

Bajo esos afectos de anunciar, celebrar y servir el perfume de los verdaderos poetas, que no es otro que el amor, todo se vuelve más tierno y hasta la cordialidad, en el parlamento de voces, se torna soberanía nacional. Lo de saber vivir, en la barra de la vida y en la barca del universo, precisa de un arte muy especial. Para empezar, es vital que los estados sociales y democráticos de Derecho, cocinen con prioridad, lo de volverse y verse sobre todo, y para todos, estados humanos. Sólo así, tras la degustación de los menús ejemplarizantes, con derecho a corregir y deber a dejarse corregir, se pueden calmar ciertas prepotencias. En la tierra coexisten demasiados cretinos vestidos de dioses que juegan con la vida del vecino como si fuese la suya. Esta es la mayor de las injusticias. Es oportuno, en consecuencia, que, con tacto y buen tono, se fomente un juego más compartido y transparente en la mesa de un vivir nada fácil, con la plaga de irresponsables zánganos reinantes que se creen los reyes del mundo hasta crecerse como si fuesen dioses del cielo ¡Qué pena de consentidos!