Algo más que palabras
La importancia de educar en casa

Autor: Víctor Corcoba Herrero   

 

 

A raíz de que el Tribunal Supremo español niega el derecho de objetar sobre la disciplina: Educación para la Ciudadanía, mucho se ha dicho y reflexionado en este país sobre la cuestión de fondo, que no es otra que dilucidar si un Estado tiene derecho a educar en valores morales a nuestros hijos. Dicho así, rotundamente digo que no. Pero como vivimos en un estado de confusión y mezcolanza permanente, conviene analizar la situación con la objetividad debida. Los contenidos de la asignatura en educación primaria constan de tres bloques, donde se propone un modelo de relaciones basado en el reconocimiento de la dignidad de todas las personas, del respeto al otro aunque mantenga opiniones y creencias distintas a las propias, de la diversidad y los derechos de las personas; donde a partir de situaciones cotidianas, se aborda la igualdad de hombres y mujeres en la familia y en el mundo laboral; subrayando un aspecto prioritario, relacionado con la autonomía personal, que es siempre la asunción de las propias responsabilidades, algo que exige la vida en comunidad y vivir en sociedad. En Educación Secundaria se desarrollan y amplían, atendiendo a la mayor edad de los alumnos, todos los contenidos de la asignatura en Educación Primaria, añadiendo algunos otros, como la aproximación respetuosa a la diversidad, las relaciones interpersonales, los deberes y derechos ciudadanos, las sociedades democráticas del siglo XXI, y ciudadanía en un mundo global. Vistos los temas bajo su titularidad, rotundamente digo que sí, que deben impartirse.  

Dicho lo anterior, entonces me pregunto: ¿Por qué esta nueva asignatura ha causado espanto en tantas familias? De entrada, hemos de reconocer que la enseñanza en los últimos tiempos viene caminando a la deriva del político de turno, cuando en educación lo que se precisan son pactos de Estado. Esto, desde luego, genera una desconfianza total por principio. Parece como si las guerras ideológicas tuviesen que librarse en las aulas. Todo se politiza y de ahí a caer en el adoctrinamiento cuando se es poder sólo hay un paso. En este sentido, la sentencia del Tribunal Supremo pienso que ha venido a poner orden y seguridad. La necesidad de una disciplina de este calado es primordial para comprender y comprendernos unos a otros, en suma para poder convivir. Ahora bien, no permite a los docentes imponer a los alumnos criterios morales o éticos que son objeto de discusión en la sociedad. Su contenido debe centrarse en la educación de principios y valores constitucionales. Esto creo que da protección a las familias, que van a poder alzar su voz y recurrir a las instancias judiciales, si fuese preciso e incluso con mayor fundamento jurídico si cabe, ante una transmisión de contenidos sectarios y adoctrinadores, tanto en los libros de texto como por parte de los educadores. 

En todo caso, educar en familia siempre será, ha de serlo, de obligado cumplimiento, como también es un derecho fundamental de los progenitores el poder educar según las propias convicciones. El reconocimiento de la familia como agente educador por excelencia no es tema de controversia. Un profesor granadino, Antonio Rus Arboledas, en su obra investigadora y concluyente “la magia de educar en casa, razones de amor”, dirige sus esfuerzos precisamente, en la dirección de dotar a las familias de elementos para comprender la realidad y conductas de sus hijos y para actuar ante situaciones más o menos problemáticas y que normalmente aparecen como consecuencia del propio proceso de desarrollo vital. La investigación, que recoge el citado libro, pone de manifiesto que la intervención en el marco familiar ha de ser tanto de educación como de apoyo afectivo, remarcando que los esfuerzos educativos de mayor productividad son aquellos realizados en los primeros años y en las etapas de cambio-transición en el desarrollo, insistiendo y acentuando que la influencia familiar es el principal factor del aprendizaje de los alumnos. En consecuencia, si la educación en casa fortalece sobre todos los demás agentes educadores, como por otra parte suele quedar patente en todos los estudios socio-psicopedagógicos, nada hay que temer, esto dará pie para que los chavales puedan discernir. Los que poseen el espíritu de discernimiento saben cuanta diferencia puede mediar entre dos palabras parecidas, según los lugares y las circunstancias que las acompañen. 

Tal vez lo más esperanzador de este revuelo social sea el despertar de esas familias preocupadas por la formación moral que puede injertar en los hijos la disciplina: Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos. Esto siempre es positivo, propiciar el debate educacional, ¡qué mayor futuro que la educación!; eso sí, lejos de cualquier partidismo político. El objeto de la educación no es hacer juegos políticos para en el futuro cosechar adictos, es formar personas aptas para gobernarse a sí mismos y no para se gobernados por los demás, para sentirse libre y no esclavo, para conquistar la virtud y el deseo de convertirse en un ciudadano de valores y de hacerse valer. Es de esperar que esa misma inquietud por esta asignatura, que estoy de acuerdo puede ser demoledora en la conciencia del discente si el enseñante no sigue las pautas que marca la norma y rubrica la sentencia del Tribunal Supremo, y aún más letal si la familia olvida el deber de educar en casa, se extienda a otros ámbitos como es la calle, la televisión, Internet, e inclusive otras disciplinas susceptibles de transmitir doctrina. Por el hecho de haber dado la vida, los padres tienen el derecho originario, primario e inalienable de educar a los hijos; por esta razón ellos deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores. Es bueno para toda la sociedad que los padres reivindiquen sus derechos y deberes, impidan la intromisión en algo que les pertenece, máxime cuando tenemos un sistema educativo nefasto, partidista y aparcelado por autonomías, que hoy por hoy lo único que genera es abandono y fracaso. La importancia de educar en casa es vital. Es más fuerte que nada y que nadie. Lo que en el hogar se enseña, jamás se olvida; dice la sabiduría popular. Cuando menos es un consuelo.