Algo más que palabras
"El Señor de las Palabrar”: Diez años de ausencia

Autor: Víctor Corcoba Herrero   

 

 

Recordado como uno de los grandes novelistas del pasado siglo, Gonzalo Torrente Ballester, siempre presencia y presente entre los bebedores de las buenas letras, renombrado por Víctor García de la Concha como el Señor de las Palabras, cumple diez años de ausencia física entre nosotros, que no de vacío -vuelvo a insistir-, pero la nostalgia bien es verdad que nos puede. Desde que vio la luz por primera vez, la vida le injerto el verbo apasionado de narrar hechos, haciéndolo con la valentía de utilizar  un lenguaje claro, directo y libre, en confluencia con el lirismo y la realidad que a todos nos circunda. Las vivencias de un tiempo, irrepetible como todos los tiempos, cuajado de gozos y sombras, rubrican la madera literaria de este gallego con alma de poeta. Su modelo de novelar es único, es él mismo, junto al realismo impregnado en el escritor, fruto del esfuerzo intelectual e idealista que lleva consigo, como sombra que camina con el caminante. 

Las palabras, sus palabras, y el señor Torrente siguen vivas, y algunas son obras que se popularizaron como la trilogía Los gozos y las sombras, constituida por El señor llega (1957, premio de Novela de la Fundación Juan March), Donde da la vuelta el aire (1960) y La Pascua triste (1962). A partir de las gestas reales tuvo la dicha de inventar conceptos con vida, almas con corazón, mundos diversos y espacios distintos. Nada le ha sido indiferente a la búsqueda y al hallazgo del literato, a este singular cronista del amor, de los mitos, del poder; su fe en el poder de la palabra como cimiento le ha crecido, como estilista de formas y fondos literarios singulares. Persona inquieta, un escritor ha de serlo siempre, puso el acento en la humanización de los autómatas y acentuó la ironía a sorbos, como deben saborearse las innatas lecciones que la vida nos entrega por capítulos.  

La literatura se aposentó –ha escrito el propio Torrente Ballester- en sus entrañas como un virus contra el que no caben defensas ni se ha inventado aún la vacuna. El arte de la palabra le absorbió y, así lo confiesa, sin tapujos y a pecho descubierto: “me poseyó y me posee con esa entereza de algunos amores y de algunas mujeres, no me ha soltado jamás, no me ha dejado libre, pero me ha exigido serlo ante el resto de las cosas reales para poder dominarme más a modo. ¿Qué voy a hacerle? Es mi felicidad y mi dolor, y todas cuantas parejas contradictorias se me puedan ocurrir ahora, vida y muerte, y las demás. Le he sido fiel, pues mis limitadas y mínimas traiciones con las teteras y los magnetofones no llegaron a afectar la sustancia de mi lealtad, sino más bien la completaron. El amor a los libros también va implícito” (texto recogido GTB por GTB, currículum, en cierto modo-1981). Se dice que la patria de un escritor son sus recursos lingüísticos, la vida misma prendida al abecedario de cada uno. El escritor, que pensaba en gallego y escribía en castellano, se halló en las letras sin que nadie le enseñase nada. Con la única honda observación al libro de la naturaleza, le fue suficiente para poder contar y cantar estéticas vestidas de razón. Y así surgió el crítico, que fue a la vez creador irrepetible a pesar de su humildad; un creador que, por serlo en verdad, fue un excelente crítico literario de los que hoy no abundan. ¡Cuánta cátedra en sus comentarios literarios!  Y también, ¡cuánto ingenio en sus hijos literarios! Tanto monta, monta tanto.