Algo más que palabras

Un mal ambiente

Autor: Víctor Corcoba Herrero 

 

 

Antes eran los franceses los que marcaban la pauta de la modernidad. Ahora, desde que hemos querido protagonizar y apropiarnos de ese paseo nupcial, resulta que son los menos aquellos que dan saltos de alegría y, los más, aquellos que muestran su disgusto. Como botón de muestra sirvan algunas legislaciones que no acaban de satisfacer a la mayoría, a juzgar por la riada de manifestaciones de todo tipo. Tal es el caso de las bodas gay, por citar alguna verbena de pesadez y tedio reciente, donde se han llegado a descalificar unos poderes a otros, lo que ha generado un mal ambiente, en no pocas ocasiones, entre el ejecutivo y el judicial. Ese último afán de hacer por hacer cuantas más cosas políticamente correctas mejor, ha desvirtuado el sentido común y la coherencia. Desde luego, soy de los que está a favor de innovar, pero con tiento. En el equilibrio está la virtud. No se trata de que a unos ciudadanos, sean los que sean, les bailen los ojos por alegrías, mientras a otros les lloren saetas. Hay que cuidar las palabras y buscar la verdad, todas ellas tienen sua fata, su propio destino en el justo orden social; atmósfera que a todas luces influirá, más pronto que tarde, en el clima de convivencia para bien o para mal. 

Desde que la violencia doméstica tomó raíz en nuestras vidas y ha dejado de ser noticia porque lo es a diario, el terror o la intimidación campean a sus anchas entre familiares de un hogar disgregado (y no sólo entre los miembros de la pareja) o incluso entre personas que, sin ser familiares, viven bajo el mismo techo. Todo este tufillo ambiental genera un perfil de agresor sin precedentes, a muy temprana edad, puesto que algunos adolescentes consideran que la violencia es justificable cuando hay conflictos. Desconocen estrategias alternativas. Otra prueba más de que no han sido educados para la templanza. Por desgracia, crece el número de personas que no tiene un hogar estable. La consecuencia de todo ello, está ahí: algunas personas malviven en la intemperie y el desamor. Nada les importa, nada respetan y nada les esperanza. Su vida misma ya es un auténtico desastre. Pensamos que la familia de fundación matrimonial es algo arcaico o un trámite burocrático más, nada serio (maldita confusión), cuando en realidad es algo saludable para la persona, necesario para la vida y vital para convivir. Si las familias conviven sanas, también la sociedad convive fortalecida. Olvidarlo es de necios. Es la mejor cura contra el mal ambiente, sus sales armónicas calman los aires y colman inquietudes sociales. 

Sólo hay que ver y mirar. En el ambiente actual, (in crescendo), coexisten intranquilidades, desasosiegos, impaciencias, expectaciones, turbaciones, alarmas, sobresaltos y demás tribulaciones tumorales que nos atemorizan y desconciertan. Tanto es así, que todo el mundo desea generar otra sociedad distinta y menos distante. La talentosa ministra, haciendo méritos a su talante educativo y de ciencia, María Jesús San Segundo, también lo destacó en las verdosas tierras asturianas, el compromiso “ambicioso” y “coherente” del Gobierno con la educación “como base de la mejora del capital humano”, a fin de “mejorar la sociedad con la ayuda del conocimiento”. Claro, una cosa es decir y otra hacer. Porque, ya veremos estas brillantes intenciones cómo se conjugan en un Gobierno que, a tenor de lo que dicen algunas importantes asociaciones de APAs, impone criterios dictatorialmente, coartando la libertad de educación. Bien es verdad también, que, hasta ahora, las últimas políticas educativas resultaron incapaces para afrontar las dificultades de los adolescentes, en su vida personal o en el marco social. Se dice que nadie puede dar lo que no tiene. Y si los adultos, hemos adulterado valores de vida, difícilmente podemos trasladarlos al educando para su desarrollo integral y armonioso.

Pienso que esta sociedad sabe mucho pero ignora más, le falta maduración en cuanto a conciencia moral para discernir el bien y obrar en consecuencia. Ha querido pasar de su tradición humanista y de sus referencias históricas, tomando direcciones contrarias y contradicentes a la lógica natural y a la misma naturaleza humana, a toda trascendencia que reafirme verdades ancestrales. Sin una propuesta real de hacer valer, el valor de los derechos humanos, escritos y circunscritos en el cielo de la humanidad, para que cada cual se responsabilice de sí mismo y participe en la construcción de una sociedad menos contaminada por la mentira, va a ser difícil ahuyentar el mal ambiente que padecemos. Hay muchas cosas que pueden cambiar para mejorarlo. He aquí un apunte, que se me ocurre de manera inmediata: la formación humana y la pertenencia cultural a compartir, evitando manifestaciones patológicas de autoexaltación y exclusión a la diversidad; el respeto recíproco y el diálogo como expresión de convergencia; concienciar en valores comunes, en el valor de la solidaridad, de la paz, de la vida y hasta del perdón y reconciliación. Sin ir más lejos, por la inmediatez de la noticia actual, casi siempre la irresponsabilidad ciudadana es la cerilla que arrasa el monte. 

Volviendo a un espíritu aristotélico de purificar pasiones a través del arte y de provocar el gozo entre la inocencia y la pureza, me parece una acertada idea la propuesta por el cineasta español Fernando Trueba, al apuntar que “la música es capaz de cambiar y mejorar este mundo que nos tocó vivir”. Es un buen camino a contemplar para consuelo de tristezas. Todo lo que nos hace vibrar en el alma, nos eleva a vidas más sublimes. Necesitamos de este perfume, en estado de gracia, para humanizarnos. Sin duda, es una buena medida para contrarrestar un mal ambiente. No hay como ser tocado y curado por el lenguaje de la belleza, el mejor alivio para cualquier preocupación. El mundo actual, tan próximo que es vecino, por lo que nadie puede permanecer al margen, tiene necesidad de las bondades que alienta el arte; un talento que aviva la revolución de la conciencia en paralelo a la evolución del espectáculo de lo bello. En cualquier caso, caer en la desesperanza, es de cobardes. Eso de volver la espalda a la maleza, puede que la vista se nos quede ciega. Avisado queda el alistamiento revolucionario de hacer el corazón, con el corazón de la conciencia colectiva.