Algo más que palabras

Una Carta Magna envejecida

Autor: Víctor Corcoba Herrero    

 

 

Un filósofo tan renombrado como Unamuno ya dijo que “el progreso consiste en renovarse”. Renovarse o morir también dice el dicho popular. La verdad que después de treinta años de vigencia de la Carta Magna, pienso que está envejecida, que tampoco es benéfica la inmovilización o el estancamiento para nada ni para nadie, por lo que me sumo a los ciudadanos que ven con buenos ojos que ha llegado el momento de introducir reformas. Son más que necesarias, imprescindibles. No se pueden alargar por más tiempo. Quizás esta nueva legislatura sea el momento, ha de serlo. La realidad actual es muy diferente a la de 1978. Bien es verdad que, ante un panorama cambiante y complejo como el actual, estimo que los cambios han de ser muy consensuados y sin grandes rupturas. El cambio de mentalidad generacional y de estructuras somete con frecuencia a discusión las ideas recibidas. Esto no es malo. A mi juicio, lo peor es no prestar atención a la nueva sociedad, hacer oídos sordos y cerrarse a no dialogar. Con el tiempo, las instituciones, las leyes, las maneras de pensar y de sentir, son agua pasada y hay que hacerlas agua presente, sobre todo agua viva que a todos sacie y modere, una saludable e higiénica manera de garantizar la convivencia democrática.  

No hay que tener miedo a reformas consensuadas. Todo lo contrario, si se hacen bien, fortalecen las relaciones. En realidad, si hay algo a lo que hay que temerle son a las riadas ciudadanas que están cerradas al cambio, que inyectan en la sociedad el miedo a la innovación. Creo que tenemos agotada la carta magna, cuando menos anticuada y senil, porque los que han de darle oxígeno, perpetúan la pasividad. Sirva como ejemplo este contrasentido. Por una parte se avivan planes estratégicos de igualdad de oportunidades que persiguen o se inspiran en dos principios justos, de no discriminación e igualdad, y, por otra parte, todavía actualmente el orden de sucesión a la Corona permanece inamovible constitucionalmente, sin haberlo adaptado al principio de no discriminación de la mujer que, aunque con carácter general, lo consagra la propia carta magna, lo cierto es que no lo considera en el articulado de  sucesión en el trono, siendo preferida siempre –se dice- el varón a la mujer.  

Quizás, también, habría que explicitar más en esa renacida y rejuvenecida carta magna, que yo deseo vivamente se produzca en esta próxima legislatura, los derechos sociales de la igualdad de género, aquellos que van más allá de la equiparación de lo femenino con lo masculino, afianzar además la convicción de que el género humano, en su conjunto o complementariedad si se quiere, puede y debe no sólo perfeccionar su dominio sobre las cosas creadas, como si fuese un dios caprichoso y arrogante, sino que le corresponde además establecer un orden más poético que político, más social que económico, o sea, que esté más al servicio del ser humano como tal y permita a cada uno y a cada familia, o a cada entidad grupal, afirmar y cultivar su propia dignidad con las libertades innatas que nos hemos ganado a pulso. De lo contrario, seguiremos sedientos de una vida plena y de una vida libre, por mucho Estado social y democrático que nos hagan beber. O que las Naciones Unidas repartan octavillas de que una sociedad sostenible es la que tiene en cuenta las necesidades de los seres humanos y su calidad de vida. La realidad salta a la vista, y el mundo de la España constitucional, o sea del mundo moderno, tiene los mismos síntomas de poder y debilidad, puede llevar a término lo mejor y lo peor, puesto que tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre la injusta desigualdad o la justa solidaridad, entre el progreso o el retroceso, entre la concordia o el odio. El ser humano sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y que pueden aplastarle o servirle, por ello es tan importante interrogarse a sí mismo como que se afiancen constitucionalmente derechos que son fe de vida. 

Necesita fuelle la carta magna y romper barreras, perdone el lector que insista, universalizarse e incorporar de pleno derecho lo que es derecho suyo, completar el texto y complementar frases, e incluir la semántica europeísta que es, por mérito propio, lenguaje ciudadano españolista. También, pienso, que nos merecemos después de treinta años intentando plantar el árbol de una sociedad democrática avanzada, otra cuestión es que haya enraizado su espíritu en la ciudadanía, participar sombras que nos renueven y nos revitalicen culturas y tradiciones, sin complejos, al abrigo de las identidades territoriales. El único que puede representarnos y representar lo que somos sería un Senado con raíz propia, muy distinto al de ahora que es muy distante y sin poder de maniobra, representativo de las Españas y con mayor capacidad para propiciar el diálogo entre nacionalidades y regiones, que al fin y al cabo la plática ha de ser lengua habitual para los demócratas y, sobre todo, el activo y común programa de los políticos. La oposición no puede tomar la denegación total por principio. Y el gobierno en el poder tampoco puede engolosinarse de altanería y predisponer la divergencia en vez de la confluencia. Los políticos debieran saber que si no se estimula el consenso, se pierden los signos demócratas, el significado de la democracia y se compromete el futuro estable. Por ello, la legislatura 2008-2012 ha de espigar el consenso sin más dilación, sobre todo para cuestiones claves de Estado, como lo es actualizar una carta magna que ha envejecido sin modernizarla. Es deber político y deber ciudadano el exigirlo.