Algo más que palabras

Pertenencia y participación

Autor: Víctor Corcoba Herrero    

 

 

La mayor desgracia del hombre puede que sea romper con el sentimiento de pertenencia a su propia familia humana. La vida moderna nos hace desmembrar con sentimientos que son pertenencia nuestra, experimentar rupturas que no queremos y, a veces, nos impone participar en un circo para el que no valemos ni servimos. El resultado son los casos cada vez más frecuentes de desorientación, e incluso de desintegración de las personalidades y de crisis dramáticas de identidad. El ciudadano actual, obligado a jugar con parabienes que son incompatibles a su conciencia, al final se pierde y no sabe ya quién es. Este riesgo lo corren aquellas personas que no han puesto en su fe de vida, un punto firme de referencia, el sentido y el sentimiento de jurisdicción a ser lo que uno es y quiera serlo. 

Ahora que celebramos el Bicentenario de la Guerra de la Independencia, el hecho puede ser un buen referente. Con el paso del tiempo, hoy nadie pone en duda que el levantamiento del pueblo español contra las tropas napoleónicas supuso un hito para España como nación, marcado por el sentimiento de pertenencia de los españoles a un proyecto común. Aquel hecho simboliza además la incorporación de España a la contemporaneidad política. La soberanía nacional, la voluntad popular, el nacimiento del liberalismo, la lucha por la libertad y la idea de un cuerpo social cohesionado a través de principios y modos muy distintos a los de los regímenes políticos precedentes, estoy totalmente de acuerdo con la Comisión Nacional para la celebración del acontecimiento histórico que contribuyen a dar a la Guerra de la Independencia una significación merecedora de la conmemoración y del análisis.  

Aquellos españoles tenían el sentimiento de pertenencia a una nación, a una cultura propia y su feudo, en el que todos participaban, quería que se respetase. Hoy, sin embargo, el señorío humano es insensible a los signos de pertenencia Parece encontrarse la humanidad fuera de sí, extraviada y desentendida de sus raíces de ser. Nosotros mismos solemos ser nuestros peores enemigos. Se ha desvirtuado el vínculo de pertenencia y toda participación estética. El no saber estar ni ser consigo mismo, pero sí con el poder, es la fuerza del éxito. Todo vale, todo sirve, todo menos pertenecer a la propia bondad humana, que también ha de existir y nos la merecemos, como se merece la dignidad por el hecho mismo de paladear la luz con los labios.  

Sin caer en el desánimo, y ya que estamos en la mística cuaresmal, se me ocurre soltar una petición a los oídos del mundo, si es que aún no estamos todos sordos. Cuando menos que el sistema productivo, ya que suele ser bestialmente inhumano en jornada laboral, que deje después a cada uno ser libre, para que uno puede evadirse y gozar al máximo de la felicidad que pueda, sin disminuir la felicidad de los demás.  

La pertenencia a lo humano es la humanidad en sí, que ha cesado de ser lobo para otro hombre, el hombre en su invencible poder moral frente a la bestia. Este debe prevalecer hoy en el mundo, antes de que sea demasiado tarde. Que todo ser humano participe con la batalla del corazón en un mundo sin alma, algo es todo. Ojalá.