Algo más que palabras

Cada número con su persona

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

                De pronto, todo suena en plural y a pluralidad. Está bien visto además, cultivarlo. Ahora habrá que darle el uso debido. O sea, el justo y necesario. Se habla de pluralidad en los partidos políticos, de pluralidad de confesiones religiosas, de pluralidad de culturas. Sin embargo, miren por donde, hay quien dice que la libertad es singular, aunque después se añada, siempre que exista antes la libertad plural. Lo mismo pasa con la justicia, ha de ser efectiva en el derecho que tienen todas las personas (en plural). Bien. Pero cuidado con las pluralidades que se contradicen y no caminan en la misma dirección moral. En el caso de las políticas, han de hacerlo hacia el bien común y hacia la unidad en cuestiones de Estado –lo recordaba hace unos días el Rey-. De igual modo, la fe en Cristo, corre el riesgo de descafeinarse cuando las numerosas Iglesias o Movimientos eclesiales se contrarían. Si todas son Iglesias a su propia manera, por mucha pluralidad que evoquen, quizás todo se quede en un conjunto de porfías, en vez de ofrecer orientaciones claras. Son tan sólo unos ejemplos de un mal entendido pluralismo, como aquel pensador endiosado que alardeaba de su plural conocimiento y, por ello, se creía siempre con derecho a la verdad.

            Hay cuestiones que son para cultivarlas en singular con la singularidad debida. Ser persona. Nadie puede serlo por otro. El concepto de persona sigue contribuyendo a una profunda comprensión del carácter único (singular) y de la dimensión social de todo ser humano (plural). Estoy convencido de que respetando a la persona como tal se promueve la armonía, y que construyendo lo armónico se ponen las bases para un auténtico humanismo integral, uno y único, estético y ético. Así es como se prepara un futuro plural, donde puedan convivir todas las pluralidades, para las nuevas generaciones. El deber de respetar la dignidad de cada ser humano, comporta como consecuencia que no se puede disponer libremente de la persona, por muchas pluralidades de ordeno y mando que la sociedad plural nos haya extendido y avalado.

            La pluralidad social puede ver con buenos ojos, e incluso legislar al respecto para toda la ciudadanía, sobre el aborto, la experimentación sobre los embriones o la eutanasia, cuando es un patrimonio de valores que no es disponible en plural. El bien es uno (singular) y la verdad no se contradice a sí misma. Yo, desde luego, siempre temeré a esos altaneros pluralistas de la religión o de la política, puesto que suelen actuar partiendo del sentimiento de superioridad. Primero hay que servir a la unidad, si es conservando y desarrollando esa pluralidad, mejor que mejor. Pero que nadie se suba al pedestal de lo plural sin respetar la singularidad del ser humano. Es cierto que la sociedad está haciéndose cada vez más pluralista (más de todos) desde el punto de vista cultural y religioso, pero que tampoco lo sea de nadie. Porque cuando es de alguien, corre el peligro de corromperse por puro egoísmo humano. Lo plural es un hecho. Ahora la gente debe aprender semántica, lo mejor es escuchar la conciencia, para que la confusión no nos vuelva intolerantes. La cuerda de la unidad en la pluralidad y de la pluralidad en la unidad no debe romperse. Aplicar y aplicarse la ley natural, antes que la ley humana, por ser el único baluarte válido contra la arbitrariedad del poder o los engaños de la manipulación ideológica, es la verdadera garantía ofrecida a cada uno (persona singular) para poder vivir libre y respetado en su dignidad. La historia misma nos dice que no siempre la pluralidad tiene razón. Antes, cada número con su persona y, después, cada persona con cada uno. Y uno a uno (singular), en unidad con la familia humana (en plural).