Algo más que palabras

Hacer nuestro el patrimonio histórico

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Que los Ministerios de Fomento y de Cultura, en lo que va de legislatura, hayan destinado unos cuantos millones de euros para la recuperación del patrimonio histórico, hay que reconocer que es una buena noticia. Su conservación es, en sí mismo, un bien y un acto de justicia, en cuanto que todos podemos disfrutar de la belleza gestada en el tiempo, algo que a todos nos pertenece y que debemos de dejar en heredad a las generaciones venideras. Los frutos de la fuerza creativa del genio humano, sin duda, son la nívea lección de un mensaje que, a veces, trasciende la realidad y que, sin duda alguna, nos puede acompañar a descubrir raíces y a describir sentimientos. 

Sería bueno, pues, que se incrementaran los fondos del 1% cultural a favor de una hacienda fructífera y diversa. En ocasiones, las propiedades son espacios y lugares privilegiados, donde ha germinado la verdadera sabiduría que narra la historia del ser humano, a través del esfuerzo de cuantos han buscado la huella de la belleza en los bosques de la creación y en la intimidad de sus silencios. Otras veces, son museos en los que se transmiten mundos pasados, espiritualidades o costumbres. Se trata de vernos en esa memoria del pasado, reflexionarla y proteger el caudal de abecedarios que nos irradian. Por ello, pienso, que es preciso trabajar en esta línea de recuperación de lo que es el capital de nuestra memoria histórica antes de que sea demasiado tarde. 

Junto a una mayor aportación económica de las instituciones del Estado, creo que se debe activar el interés ciudadano por salvaguardar el patrimonio histórico-artístico. La ciudadanía, toda ella, ha de dar valor y vida al valor histórico, cultural, estético, afectivo, religioso, que nos entronca a nuestros antepasados. Hay que hacer ver, e incluso mejor comprender, a los visitantes que se acercan a la memoria histórica a través de las artes, que lo que se les ofrece es parte de su misma existencia, son vivencias de nuestros antecesores. Seguro que cuando el individuo se ve inmerso en la propia cultura le despertará también el deseo de amparar, sostener, defender, doquier bien histórico-artístico de su entorno. 

Seguir promoviendo la cultura de la tutela jurídica de dicho patrimonio, trabajando con espíritu de colaboración tanto instituciones como ciudadanos, es un signo de contribución a que las páginas de la historia no se borren. El abandono es un retroceso a nuestra cultura, o lo que es lo mismo,  a nuestra identidad. El pasado cultural, el patrimonio de la energía del pensamiento y de las manos de generaciones lúcidas animadas por el espíritu de sorprenderse y sorprendernos, bajo el asombro de la hermosura, es el fundamento de lo que somos. Desperdiciar estas lecciones de gracia, sería mezquino por nuestra parte. Por consiguiente, si toda inversión en cuidar el patrimonio es una necesidad, no menos exigencia vinculante es la implicación de la propia ciudadanía a lo que es el principal testigo de nuestra contribución histórica a la civilización universal.   

Artículo escrito día 7 octubre de 2007