Algo más que palabras

Me pesan las tardes

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Me pesan las tardes porque es cuando salgo a pasear por entre los periódicos y a respirar sus tintes. El mundo visto desde el papel es un cementerio de sombras en la proa de los días. Se traga toda mi esperanza. Todo camina desintegrado, desorbitado, despechado a más no poder. Hay corazones verdaderamente resquebrajados que necesitan cuidados intensivos, lo suyo sería abrir lugares donde se enseñase a vivir, donde se aprendiese a respetar las virtudes esenciales para la convivencia. La familia ya no sobrevive en la sociedad a la manera de las yedras sobre las paredes del aire. Hemos perdido nuestra verdad, la de ser humano, y no hay pedazo de sol que nos despierte el alma. Lo nuestro es crónico y crítico. La disociación entre lo que se dice creer y el modo concreto de vivir y comportarse es tan real que el tiempo de los atardeceres amarillos, de los besos frutales encendidos, se han secado. Sólo se encuentran presencias desbocadas, miradas ausentes, cretinos con mala uva, faroles en la calle de la soledad  y un inmenso temporal de llanto anudado al silencio.

 

Las tardes me pesan pensando cómo huir de esta legión de víboras que me acorralan, de biotecnológicos sin conciencia dispuestos a torear mi dignidad, de buitres preparados para cortarme las raíces del ser a su antojo. Yo quiero ser quién soy, no lo que quieran que yo sea. No hay peor vida que vivir hambrientos de la libertad. Cuando el poder, en su afán intervencionista, se apropia de nuestro ser como si fuésemos figurines de su altar mesiánico, no hay cuerpo que se levante del naufragio. Pido: menos historias de poder y más historias de vida. Y en todo caso, jamás cortemos de raíz lo que ayer fuimos, pues ha de servirnos como eco de luz a tantas espirales de humo vertidas por intransigentes y rudos hasta en las cejas.

 

Me pesan las tardes, lo repito, porque advierto quedarme sin habla, parárseme el corazón en seco al ver la fragua de odio al rojo vivo,  el asalto a las raíces más humanas, la furia del abucheo constante y creciente, el atropello de los violentos con su bocina fanática reventando las cámaras de seguridad. La humillación y el sufrimiento están a la orden del día. No pocas voces han alzado el vahó de sus sílabas a todos los poderes del mundo y es que, sin duda, urge “globalizar” la protección para miles y miles de personas que ya no saben ni dónde refugiarse. Esa es la pura verdad. Las riadas de olvidados enlutecen las aguas de la esperanza. Por doquier se pueden ver los frutos de la apatía. Convendría hacer autocrítica, puesto que como dijo García Márquez: “los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez”. Y es que el mundo brota en nosotros como al atardecer despuntan los sueños. Será un alivio el día que la humanidad derrote sus propias guerras, mande a descansar el dolor y trabaje a destajo en el tajo de la justicia. 

(Artículo escrito el 12 de octubre de 2007)