Algo más que palabras

Hacia las sociedades adoctrinadas por el miedo

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Esta es la realidad que yo veo: Impera más el veneno del miedo que el bálsamo del conocimiento en el mundo. Lo irracional pierde toda conciencia como está pasando actualmente. Aunque el saber se considere un bien público a universalizar, todavía es accesible a una minoría en la territorialidad globalizada. Creo que lo será siempre, pero nunca ha levantado tantos muros. Los que amasan poder, que son los que tienen la llave de la instrucción, saben que la mejor manera de llevar a sus súbditos, de mentira en mentira, pasa por negarles la enseñanza que les capacite para el discernimiento. Es cierto que cuánta más ignorancia, más cobardía; y, por ende, mayor facilidad para inyectar fanáticas doctrinas. Olvidan estos avaros poderes que también crece el odio y que una venganza propia de un gallina intimidado es temible. Los efectos ahí están, golpeándonos la vista a diario. Las contiendas, fruto de la insensatez e inconsciencia, rayan el salvajismo como única manera de resolución a las dificultades de la paz. 

Una sociedad golpeada por el pavor al terrorismo, al chantaje, a las guerras psicológicas que tanto abundan en la actualidad, acrecienta la incertidumbre, divide y adoctrina en el espanto. Si en verdad caminásemos hacia la sociedad del conocimiento, con lo que eso conlleva de libertad, seríamos más respetuosos los unos para con los otros. El diálogo sincero es la única doctrina que nos puede ayudar a salir de este laberinto de inseguridades. Y la mejor ley para quitarnos temores, sin duda, es la ley natural; porque es aquella que no aparece contaminada, o sea, adoctrinada por la arbitrariedad de un poder usurero o por unos engaños intencionados y partidistas. En consecuencia, el máximo afán y desvelo de toda la familia humana, que ha de ser inmenso en los que tienen responsabilidades públicas, ha de gravitar en promover la audacia, el valor, el temple necesario, para instruir en la maduración de la conciencia moral. Sin esa moralidad injertada en la vida, que es raíz de la propia vida, todos los demás progresos serán como un barco a la deriva; se tiene el barco del conocimiento, pero para nada sirve, porque no es ni extensivo como el mar ni libre como las olas.  

No cabe duda de que vivimos un momento de recelo continuo, por mucho que nos quieran adoctrinar con otros goces de dominio y progreso que, por otra parte, no son tales y, en el caso de que lo fueran, permanecen en la boca de algunos privilegiados. Para empezar, lo de hacer el bien y evitar el mal, suele estar ausente en los guías del caminante. Lo que si suele aparecer en los caminos de la vida, son guindas deslumbrantes, castillos que nos seducen, sobre todo a mentes poco pensantes, que nos engañan y enganchan a disfrutar a tope. Muchas veces llega a costarnos la propia vida este loco hechizo. Los divertimentos actuales de jóvenes y menos jóvenes, de niños con padres irresponsables, bajo la escena de los baños de alcohol y drogas, saltándose la ley y al ordenamiento jurídico en pleno si fuese necesario, son un claro ejemplo de la mezcla perfecta para que lo real del drama supere a la ficción una semana y otra también. Con la doctrina de la ley natural, a la que no hace falta inyectarle el miedo sancionador de la norma positivista, la misma naturaleza humana pondría techo a lo que no es estético, perder el sentido del ser y no saber estar. Cuestión de conciencia o de vergüenza si quieren.  

Los malignos adoctrinadores del miedo campean a sus anchas por el hábitat, desprecian la vida humana y si alguno implora la objeción de conciencia, para no seguir el juego, le ponen un candado en la boca; también queman signos y símbolos, que son valores de unidad y cultivos de un pueblo, ahorcando si es preciso a la verdad que los sustenta. Desde luego, un pueblo que camina con otro pueblo, y éste con otro, y el otro con éste como es propio en un mundo globalizado, requiere mentores investidos de legítima autoridad y de genuina ética, capaces de atajar el mal con medidas ejemplarizadoras que no tienen porque ser sólo represivas, han de ser asimismo rehabilitadoras  y habilitadoras de revitalización moral, carácter que se imprime a la sombra del árbol de la vida.  

Bajo un perpetuo temor viven las sociedades adoctrinadas por el miedo, que cada día son más. Los incendios bélicos, al igual que todo tipo de violencias, se contagian y máxime en un mundo crecido en armas y en experimentos atómicos que ponen en grave peligro toda clase de vida en nuestro planeta, también la artificial que propugna el controvertido investigador Craig Venter, involucrado en la carrera por descifrar el código genético humano.  Lo que sí habría que desentrañar son los negocios sucios que generan este tipo de ensayos que germinan sin concierto, orden ni ética alguna, puesto que, en vez de ayudarnos a redescubrir la ley de la naturaleza que todos llevamos consigo por el hecho de ser persona en este mundo,  nos la ocultan, encumbren y tapan, lo que en justicia si son fundamentos de una moral universal, perteneciente al gran capital estético de la sabiduría humana. Porque, además, la paz no puede darse en la sociedad humana si primero no se da en los adoctrinadores, sean gobernantes o vasallos. Bajo esa desesperación muda que es el miedo, no cabe otro pensamiento que vacunarse contra esa cruel angustia que produce estar a la expectativa de un mal que nos puede asaltar en cualquier esquina, a pesar de tantos agentes de orden para este descomunal desorden de rompe y raja. Por lo menos, aquí en España, por aquello de refrendar nuestra hispanidad de raza, pónganos a salvo Sr. Zapatero, usted que es el inventor de la alianza de civilizaciones, y que entre el miedo en el seguro como prestación social. Presupuéstelo, que se le adelantan. Esta ayudita en el votante, fijo que hace caja de votos.