Algo más que palabras

Espectáculos

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Mientras el espectáculo de la vida ensaya una sonrisa, porque el tiempo sabe a lágrimas, después de beber la crecida pólvora de odios y la pasión de intereses, busco en las aguas del verso la esperanza, el álbum de los amores inocentes, quizás para distraer la mirada en la que no se ve otra cosa que llanto. El aluvión de sangrientos atentados me deja la vista agonizante, no la puedo alzar por más que lo intento, porque la hoguera del dolor me impide ver las rosas de la existencia. Vídeos con escenas crueles, con  imágenes de asesinatos bestiales, circulan por Internet como cirios prendidos de venganza. A veces, pienso que han vuelto los caníbales a la tierra y que habría que hacer algo por desterrarles. Lo peor que nos puede pasar es acostumbrarnos a soportar, con los brazos de la indiferencia, los guantes sanguinarios de la maldad. 

            El número de destructores de razas, culturas y cultivos, no autoriza clemencia alguna para los criminales. Lo cierto es que los males mayores que sufre la humanidad provienen, no del azar, sino del hombre mismo, dispuesto a destrozar los balcones poéticos que la vida misma genera, a poco que la reguemos de bondades y virtudes. El mundo no está en riesgo sólo por sus destructores, sino también por aquellos constructores de vida que permiten segarla y no ponen su voz, a disposición del aire, para que el frescor del viento limpie y aclare el corazón de los malvados. ¿De qué sirve querer perpetuarse en el poder y no hacer nada por restaurar la libertad de la luz en las ventanas o de la justicia sobre las calles del caminante? 

            Por desgracia, se van perdiendo poderes justos y anclando paradojas. Cada día es más difícil que a uno le dejen ser dueño de sí mismo. De pronto, en el espectáculo, todo parece volverse absurdo, estar fuera de lugar, incluido el ser humano. Las cosas, se lee en la novela La náusea de Sartre, están “de más”, esclavizan, son oprimentes y deprimen. También, en el arte, solemos ver las cosas más ilógicas, seguro que como rechazo de la realidad. Todo exhala putridez, descomposición, tragedia. Hasta el asfalto nos pasa factura, con un trágico agosto en las carreteras. La monstruosidad devora el más deseado reposo, la ilusión de ser lo que soy. El presente rebosa desatino, falsedad, insensatez, hacia una vida de cementerios vivos. Ahí están, para recordárnoslo las revistas ilustradas, los periódicos amarillos, las ondas… el silencio de las bibliotecas. 

            A la luz pensativa de mis manos –como dijo Gerardo Diego- todo lo voy contemplando. A pesar de los pesares, siempre me quedaré con el espectáculo del que lucha contra la adversidad y, todavía más, del que se lanza en su ayuda para sumar fuerzas de bien. En todo caso, me revienta convivir con los que han llegado a propiciar el sufrimiento como danza festiva o función de cine real. Por el contrario, me cautiva los que escalan en busca del sol para escribir el poema que han vivido. A sabiendas de que el deporte de la poesía, aparte de levantarnos los sueños, nos hace crecer por dentro y esparcir las semillas de que toda belleza es autobiografía participada.