Algo más que palabras

El sentimiento de abandono

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Ahora cuando la palabra amor mío habita más en el vacío que en el espíritu de las gentes, y, en consecuencia, la palabra abandono, sobre todo en verano, parece que toma raíces más egoístas, seguro que por no amar lo que ha de amarse sin letra de cambio y sin medida, pienso en lo poco que cultivamos el amor desinteresado y en la gran verdad de Camus, al referirse que el hombre tiene dos caras: no puede amar sin amarse. Abandonarse al dolor sin resistir, suicidarse para sustraerse de él, dejar tirado en cualquier esquina a un animal/humano o a un animal/animal, son estampas diarias que nos evocan el reinado del desamor y el alma ausente. Mientras unos lo hacen como si no tuvieran que morir, creyéndose señores de todo y de todos, otros viven como si el verso se acabara con la muerte y se mueven alocadamente veloces, sin escuchar al timbre del corazón, hasta el punto de tragarse todos los semáforos de la ética por la vía del desespero. Está visto que los grandes progresos de la técnica y de la ciencia, que debemos reconocer han mejorado notablemente la condición de la humanidad, sin embargo dejan sin resolución los interrogantes más poéticos de la esencia humana; sentimientos que son tan necesarios como el inmortal aire que respiramos, puesto que sin ellos somos prácticamente piedras. 

Cualquier abandono es desgarrador. A veces la vida es un cementerio de soledades. Lo cierto es que cada día cuesta más abrir el corazón a los demás ante la espiral de navajeros que trotan por el paisaje de las horas. En la esfera de los sentimientos y de los afectos, los creyentes saben que este sentido de la ausencia y el abandono de Dios fue la pena más terrible para el alma de Jesús, que sacaba su fuerza y alegría de la unión con el Padre. Esa pena hizo más duros todos los demás sufrimientos. Aquella falta de consuelo interior fue su mayor suplicio. También los que dicen sentirse agnósticos, esa sensación de rechazo estoy seguro que les genera dolor, ya que los sentimientos, algo que todos portamos por conciencia humana, son como esas flores delicadas que con la indiferencia se mueren. De ahí, que la propia moral, repose naturalmente en el sentimiento. No seré yo tan categórico como Buñuel cuando dijo que la ciencia no le interesaba porque ignora el sueño, el azar, la risa, el sentimiento y la contradicción, cosas que le eran preciosas y que yo añadiría, además, que son precisas; pero lo que si es evidente que el sentimiento de abandono, porque es la perdida del amor, erosiona toda estabilidad y es capaz de derrumbar la más sólida quietud.  

En las hermosas noches de verano, descritas por Antonio Machado como nadie, donde los pueblos tenían todos los balcones abiertos, también tuvo necesidad de sentirse acompañado, lejos de pasear sólo como un fantasma. No hay gozo sin compañía. La medicina del amor cuando es amor, de la amistad cuando es recíproca, es la sal de la vida. No hay verdad más verdadera. El temor a que nos abandonen puede llegar a ser enfermizo, al fin y al cabo la necesidad de ser amados y aceptados es una aspiración innata en cada uno de nosotros, una potencia de futuro. Como efecto de enganche, no pocas veces intentamos ser como pensamos que las otras personas quieren que seamos, y así evitar que nos premien con la soledad que uno jamás desea. Cuestión imposible y no deseable, uno es como es y al final, por mucho que se autocastigue, acaba manifestándose tal cual, y no hay que desvalorarse por ello, con la única salvedad de los insoportables, que son aquellos machotes que se creen geniales o aquellas féminas que se creen irresistibles sin haber llegado a ser musas de nadie. 

            La situación es esperpéntica. Parece como si el tiempo supiese a abandono, mientras disparatadamente vamos quemando el mundo transparente y bautizando objetos, que son seres humanos, sin las aguas inocentes del verso. Lo diabólico es que nos creemos cauce de vida y no pasamos de ser un estanque. Para colmo de males, la pasión por el express ha dejado los campos desérticos, las palabras sin semántica, los poemas sin pausa y los tiempos sin reflexión. El interés, que es ahora para angustia del mundo la polea que hace familia, jamás ha forjado uniones duraderas. En consecuencia, dejar plantado a alguien, dejarlo en la estacada, puede venderse hasta con etiqueta de normalidad, que no viste mal, al contrario puede ser un signo de chirigota. En la misma línea grotesca, los goces de familia, aunque no se den porque cada uno va a su interés, se dan otras gestas que tienen su guasa. En todo caso, qué divertimento más necio el de hacer daño, jugando a desabrigar la margarita del amor. Habrá que cambiar la copla: Si tú me dices ven, te abandono antes…  

Confucio tampoco tiene ya razón, cuando menos no está en la onda del express, una casa de familia ha dejado de ser fuerte e indestructible, la caducidad está de moda, ya no se sostiene por las columnas de padre valiente, madre prudente, hijo obediente y hermano complaciente; sino por el estandarte de la utilidad. Me sirves, te sirvo. Qué pena. Y qué abandono para esos hijos que sienten la amenaza de la desprotección y  la  no pertenencia al grupo en el que han nacido. Así ha crecido en los niños, como jamás se ha visto, la ansiedad a borbotones, la angustia que atormenta hasta la música que rige el cosmos, la depresión que no hay coraza que aguante, la tristeza que enmudece los ojos chispeantes de la inocencia… En suma, que la búsqueda de apoyo y la necesidad de afecto está a la orden del día. 

Ahí siguen los horrorosos casos de abandono infantil, de drogadicción en niños y adolescentes, de prostitución y de otras situaciones dramáticas que afectan a la juventud, que tienen su raíz en una vida familiar destrozada o rota por diversas circunstancias. En cualquier caso, la frialdad actualmente reinante hace perder consistencia a las comunidades humanas, y, por ende, las personas, se encuentran en un desamparo cada vez más acusado. Desde luego, las palabras del abandono son las palabras de la amargura, del dolor silencioso, del que llora en secreto. Sólo nos queda el consuelo cervantino, como catarsis, de que más vale la pena en el rostro que la mancha en el corazón.