Algo más que palabras

Abuso de conceptos

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Cuando el uso y abuso de conceptos se saca de tiesto, resulta difícil que florezca conocimiento sano o genialidad que de esqueje para el tiempo. En la actualidad, soportamos una mezcla de semánticas que todo lo confunden, lo cual pone de manifiesto que todo vale y que las palabras cuestan bien poco decirlas. Al final, tenemos una borrachera de notoriedades de difícil crédito y la continua sospecha de que nos están tomando el pelo. Quedarse en las buenas intenciones tan solo, o en el lenguaje de los signos lingüísticos, sin implicarse, ni aplicarse en lo dicho, acarrea decepciones alarmantes, por lo que conlleva de burla o de chasco en la confianza depositada. De pronto, pasamos del blanco al negro, obviando que hay muchas variedades grisáceas que se nos escapan de las manos. Podemos perder todos los sentidos, a poco que nos dejemos llevar por el pregonero de turno, dispuesto a volvernos un veleta, arrancarnos el corazón, las raíces, el sentido de Estado y hasta la unidad en la familia. Un juego peligroso que acrecienta los muros de la hostilidad. 

Mantener el valor de los principios morales contra la tendencia moderna a un vocabulario sin sentido, que no pasa por el corazón, debiera ser una de las prioridades de todo servidor que se precie de demócrata. Las ideas, como la paz y la justicia, las libertades y la dignidad humana, suelen ser comunes en todos los discursos públicos. Sin embargo, una cosa es predicar y otra muy distinta dar trigo. Con demasiada frecuencia, estos vocablos de vida, a más de uno han dejado de emocionarnos al ver que sólo se quedan en alocuciones para quedar bien. La palabra ha dejado de trasladarse a un compromiso personal serio y verdadero, en favor de la colectividad. Puro teatro que se dice, con permiso de los actores, porque estos charlatanes de poca monta no suelen pasar de titiriteros. En cualquier caso, el hecho real es que estamos empapados de lemas y eslóganes que son pura mentira y, además, hacen daño a los labios del alma. Por citar un ejemplo que salta a la vista, por repetitivo y fuera de lugar, el destierro de Dios creador de la vida diaria de la persona, mostrándolo como un residuo cultural del pasado, es una muestra de atropello a la ley de leyes, que no es otra que la fuente del orden moral. El poder es el dios que ahora manda e impera en esta pasajera vida donde el abuso campea a sus anchas de manera explotadora y explosiva en usura.

A mi juicio, los tiempos actuales son rompedores, aduladores y adúlteros. Menguados de respeto. Embutidos en la falsedad, bajo lenguajes conducentes al engaño. El tufillo de fraude y timos es un sobre/peso que nos sobre/pasa. Habría que llamar a las atmósferas por su nombre y tener la virtud democrática de actuar desde la transparencia. Falta claridad tanto en el hablar, como en el decir y actuar. Sería un buen uso del talante, actuar con coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, para así avanzar y no retroceder en cuestiones de vida civilizada. El efecto de la hipocresía no se hace esperar. Lo incivil nos sorprende en cualquier esquina. A sangre fría. Lo último es salir de cacería humana, para liarse a tortas con el primero que te encuentres y no te caiga bien. Esto es de locos. Ya me dirán qué horizonte esperanzador podemos divisar. Para colmo de males, hace tiempo que nuestras universidades, en contra de lo que se vocifera, han dejado la inserción laboral y social, tan necesaria para convivir, fuera de sus abultados planes académicos. La consecuencia de todo ello, es que los titulados universitarios, aparte de ser el colectivo más creciente de parados, también lo es en el consumo de alcohol y drogas. La marginalidad, como el vicio de la ociosidad, conlleva estos baños de falsas felicidades. 

Hay percepciones que debieran preocuparnos. Sobre todo, la caída y recaída de jóvenes en depresión, sin ganas de luchar, a la deriva, ausentes de figuras paternas y maternas, en total desamparo, sin vida interior, atrapados por un desierto de absurdos. Esto es lo inquietante, esa juventud que vive con el alma en un hilo, al filo del filo del borde, vendida a sensaciones que crean dependencia, sobre ascuas que queman. Las chispas saltan por doquier lugar, fruto de tantas arbitrariedades conceptuales como de rúbricas impertinentes. Ahora está de moda predicar la tolerancia, pues todos a soportarla por decreto, en vez de avivar el aprecio hacia los demás desde el ejemplo. Ven la diferencia de decir amén. Se puede transigir, pero más hondo es digerir, porque uno desea ese alimento. Aunque exista la cirugía estética, aquellos labios resecos de amor no besan igual que los que aman a corazón abierto.

Dado el diluvio de confusiones y conjeturas de pensamientos, aluvión de dimes y diretes, estimo conveniente evocar lo que Zapatero dijo en el Salón de Plenos de la Real Academia Española, reavivando y actualizando lo que todos aprendimos un día lejano, cuando la noción de la nación todavía nadie ponía en entredicho: “que la Academia “limpia”, esto es, despoja a las palabras de cualquier manipulación y esclavitud; que la Academia “fija” al designar la esencia que todos los seres humanos que piensen en español, tienen el derecho solidario de compartir; que, en fin, la Academia da “esplendor”, al abrir paso con espíritu democrático al talento y a la equidad, combatiendo la desigualdad más irritante y perturbadora que existe: la desigualdad ante la cultura”. Pues eso, si en verdad estos conceptos se practicasen, quizás se iluminarían otras opciones de libertad muy opuestas a las contaminadas que recibimos, y otra ley más de todos, paralela al esplendor de la razón y perpendicular a la luz, para ver mejor a los que baldean la vida desde su pedestal de poder. Veríamos si lo hacen por amor a la verdad y al bien de cada persona, o si lo hacen por mero interés particular. 

En consecuencia, pienso, que faltan constructores e instructores de lenguajes que nos aporten y reporten una visión amplia y de equilibrio. Los modelos que a veces se nos muestran habría que desmontarlos por su poca altura de miras. Las gentes de pensamiento debieran salir al ruedo a mostrar la importancia del ser humano como tal. En un mundo como el presente, en el cual los figurines mediáticos tienen tanta fuerza y tantos seguidores, urge mostrar los múltiples caminos que tiene la existencia para que cada cual pueda tomar la senda que considere. Si para liberarse hay que ser libre, también para entregarse hay que ser uno mismo, pertenecerse para poder donarse. Perfeccionar esa virtud es la mejor antítesis a tanto abuso de palabrería barata.