Algo más que palabras

La primavera perdida

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

He salido a la búsqueda de Primavera para huir con ella como un loco enamorado de sus perfumes, pero no se fía de mis versos por si estuviesen contaminados de falsedad. Los cuerpos, embellecidos por el bisturí más que por el corazón, respiran poca autenticidad. Eso es la verdad. Ya se sabe, cuando el amor se convierte o se invierte en necedad, peligra la vida y la vida es un peligro, porque aumentan los abusos de unos y otros. Hoy todo es posible en la selva, violaciones y violencias, rajarte en canal y tirarte al cubo de la basura. Ante el aluvión de sanguinarios hechos, nadie se da a nadie, por si acaso. En consecuencia, las pasiones también han perdido su esencia, la del corazón de poeta. Aquel fervor primaveral donde las limpias metáforas tejían poesías a través de miradas entrecruzadas, fusionadas y fundidas en el alma de Dulcinea, se han degenerado de toda naturalidad, de todo noble deseo, el de hallar en la felicidad del otro su propia felicidad. 

Lo de comprometerse y prometerse un amor ciego, – me dice Primavera que ha llegado de visita al jardín de mis pupilas-, se ha vuelto antiguo. Lo que no se lleva, tampoco es fácil encontrarlo. Es casi como buscar una aguja en un pajar. Eso de amar sin medida, de querer con todas las fuerzas, de olvidarse de sí y donarse entero, se considera anodino. Los desenfrenos, tan de moda hoy, tienen que ver poco con esa sacudida emotiva y saludable que permite al ser humano salir de sí mismo, cuando se topa con la poética belleza, encanto que lleva consigo Primavera como renovación de aires, restitución de vida o renacimiento de actitudes. A la tierra le falta entusiasmo, florecimiento poético, juventud de amor. Ya me dirán, pues, cómo se vive, o se vivirá en las nuevas generaciones, si nadie ama a nadie o nada se ama. Olvidamos que el corazón vive del amor y en el amor resucita. 

Advierto que he visto triste a Primavera, una dama que fue el verso de todos los poetas y una flor que fue la poesía de todos los amantes. La siembra de litronas como brindis al recibimiento, es una estupidez. Una mortaja más. Eso de moverse a golpe de interés interesado, como aspas de molinos enviciados, genera vacío difícil de regenerar. Por mucho contacto de epidermis y de fantasías que le demos al físico. Lo de no amar a nadie es como no amarse así mismo. Ahora lo que mola es revolcarse como animales y vivir como colmenas. No tiene mucho sentido, pues, el Ministerio de la Vivienda si, además, los especuladores del ladrillo siguen a sus anchas elevando precios. Ni el de Cultura, porque tampoco nada nos humaniza. Sería mejor unirlos todos en uno, dado que hasta en la ley natural también todo se reduce a uno: el Ministerio del Amor. Nos saldría más barato y a lo mejor encontrábamos la semántica apropiada para definir lo de “éramos dos y un solo un corazón”. 

En cualquier caso, Primavera se niega a entrar en la tierra. El amor Light, de aquí te pillo y aquí te mato, la saca de quicio. Todo es un mercado de golfos insensibles. Los besos según dónde. Las noches según cama. No importan los géneros, ni acabarán importando las especies. Algunas personas están más rebajados que el chuletón de ternera. “¡Qué pena!” –Insiste Primavera- Es la ley sin ley, contra la ley natural, la que nos lleva a un callejón de odio y venganzas. No importa lo que es esencia en la vida o fidelidad hasta la muerte. Da la sensación que los nuevos dioses de la tierra quieren enterrarnos el amor en vida, afianzado en el matrimonio sobre todo lo demás. Han empezado irresponsablemente por injertarnos unas alianzas distintas y distantes a lo que fue el génesis, oscureciendo valores y anocheciendo virtudes, sembrando dudas. Ya veremos cómo termina este guirigay de fríos armarios, donde todo se compra, se cambia o se vende. 

De seguir en esta onda, nadie acabará conociendo a nadie. Todo será posible en este mundo dislocado por los mercaderes, el alquiler materno de la mujer, las uniones de conveniencia, los descendientes sin ascendientes…Eso sí, la familia no existirá, pero en la colmena seguirá habiendo zánganos, reinas y tropa. Así es la vida que nos forjamos para desgracia de nosotros, a golpe de poder y decretazo, sin debate alguno, a la carrera, enamorados en vez de lo “poéticamente justo”, de lo “políticamente correcto”, para perder los mínimos votos y así continuar siendo de todo, menos tropa ciudadana.