Algo más que palabras

Bajo la imborrable huella de Machado

Autor: Víctor Corcoba Herrero 

 

 

Estamos en el año de Antonio Machado en Soria. En Mayo del año 2007 se cumplen cien años de su llegada a la ciudad de las tardes tranquilas, de los montes violeta, de las alamedas del río… En el aire de aquellas tierras castellanas quedaría prendida para siempre la voz del poeta, sus soledades y silencios, el paisaje de sus sueños y el horizonte del tiempo pintado desde las murallas del cielo. La novedad de su poética, que cambia el mundo sin hacer ruido, está impregnada de pureza. Sin duda, me parece una buena manera de recordar, reavivar su verso, un buen garante de los derechos humanos, aunque la imborrable huella de Machado será para siempre memoria viva. Parece que lo siento caminar por ese surco del tiempo, conversando con todos, como queriendo calmar envenenadas atmósferas con sus descriptivos paisajes de estelas y sensaciones.

Se ha dicho que Machado puso a Soria en el mundo. Es cierto; pero también nos ha puesto a todos en los caminos de la vida, en el manantial sereno de la poesía, con la que se creció, para dejarnos esa última lección del último viaje, siempre ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar. Ahora cuando veo que ha pasado el tiempo por el poeta, no por su poesía, siento que sigue haciendo camino al andar. Creo que nos hace falta la poesía más que nunca, sobre todo para abrir corazones en un mundo preso por corrientes ideológicas, donde escasea la libertad y no se tiene en cuenta a los más débiles. Releyendo al poeta, me doy cuenta la falta que nos hace poner alma en la existencia. Y así, pienso, que es urgente que surja una nueva generación de apóstoles enraizados en la verdadera poesía, comprometida con la veracidad y comprometedora con la evidencia, capaces de responder a los desafíos de nuestro tiempo y dispuestos a sembrar justicia por todas partes, abriendo cárceles en las que sólo habitan pobres indefensos. Casi siempre, víctimas de esta sociedad corrupta, adicta al engaño, que confunde personas con animales y piedras con latidos.

Desde luego, sería un sensato despertar frente a la insensatez de no saber (o no dejar) vivir, como es la violencia sexista, una de las grandes asignaturas pendientes de nuestra sociedad, retomar la hermosura Machadiana, aquella que desdeña las romanzas de los tenores huecos, que huye de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. De siempre me ha gustado este análisis lírico, como propuesta de examen de conciencia, aquel en el que las gentes prefieren el contacto con el suelo, porque sólo así se puede tener una idea aproximada de la auténtica estatura humana, como era la que tenía el poeta que destrozó el hacha de la mano vengadora.

Me da miedo esta fina lluvia de indignaciones selectivas, de insinuaciones pérfidas, de manipulación de las informaciones, del descrédito sistemáticamente lanzado sobre el adversario -su persona, sus intenciones y sus actos-, de chantaje e intimidación. A los causantes de este terror, cada día más colectivo, más del mundo en el mundo, les propongo se lleven a los labios del alma a este conversador del hombre que siempre va consigo, y que Machado puso en práctica con estos inimitables acentos poéticos: “Tu verdad no; la verdad / y ven conmigo a buscarla. /La tuya, guárdatela”.  Sólo la verdad nos embellece. El clima de incertidumbre que aguantamos es tan horroroso como el calentón de la tierra, exige letras valientes que se opongan a las raíces de las injusticias, descubriendo a tiempo a los furtivos. Hay espinas que es mejor arrancarlas de raíz, y, en esto, Machado fue singular.

El recuerdo de Machado me trae al pensamiento una pintura que nos evoca los más hondos sentimientos, el verso en su estado puro, visionado de tonalidades como la propia vida. El tiempo actual es propicio para ello. Curiosamente, los cristianos, todavía vivimos ese perenne rito arcaico cargado de mística como es la ceniza, que nos lleva a descubrir los verdaderos tonos de la luz, aquellos que jamás quedarán reducidos a polvo. En todo caso, servidor, considera que es bueno invitarse uno mismo a reflexionar a fondo, sea cuaresma o no lo sea. Machado cultivó intensamente lo de reconocerse. Estoy seguro que, una vez acostumbrados a radiografiarnos, cambiarían las prioridades y seguramente gastaríamos todas las energías en cuestiones verdaderamente esenciales de nuestra existencia. Machado que sí lo hizo, nos legó la experiencia: “Anoche cuando dormía/ soñé ¡bendita ilusión!/ que era Dios lo que tenía/ dentro de mi corazón”.

Tras las huellas de Machado, nadie se siente sólo, está su honda palpitación del espíritu que nos acompaña y acompasa el perdido paso. Vivir fue para el poeta pertenecer al tiempo. Creo que ninguna persona humana puede resignarse a vivir pasivamente o a sufrir la historia que le envuelve, sino que debe sentirse responsable y llamado a mejorar la cultura en la que vive. Quizás, por ello, los rastros del poeta sean duraderos. Trabajó con la metáfora de la luz para elevar el nivel de los valores, con actitudes reflexivas, con motivaciones clarividentes, con líneas poéticas… Dispuso con el lenguaje la manera de realizar el bien antes de defenderse del mal. Se afanó en buscar la voz esencial y abanderó la esencialidad de la sencillez, el auténtico verbo, porque, -como dijo-: “el ojo que tú ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque él te ve”.

Considero, pues, que es una buena noticia que, en torno a Machado, proliferen esas rutas turísticas que nos llevan a lugares emblemáticos vividos por el poeta; que el pueblo represente obras Machadianas y tantos otros eventos que nos evocan sus caminos, aquellos campos sombríos que invitaban al verso o aquellos cielos limpios que llamaban al amor. En consecuencia, estimo como un buen deporte conocer al caminante y rebuscar sus huellas. Viajando, por entre la letra impresa del ayer y la letra viva del hoy, se conocen lugares y situaciones diversas, y se cae en la cuenta de cuán grande es, a veces, la brecha entre lo que pudo haber sido y no fue.

Poned atención –dijo el poeta-: “un corazón solitario no es un corazón”. ¿Cuántos hoy viven encerrados en una especie de “isla feliz”? ¿Cuántos aprovechándose de una posición de privilegio se suman al carro de los explotadores? Estas vías lácteas Machadianas han de ser ocasión de diálogo entre personas, motivo de mayor conocimiento de unos y otros, apertura sincera a la comprensión del vecino, que desemboque en gestos concretos de solidaridad. Que no se vuelva a repetir aquello de Machado: “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Para el poeta, no había valor más alto que el de ser hombre.  Quizás si esto lo tuviésemos más en cuenta no navegaríamos prosaicamente perdidos. Lo malo es que a valores equivocados, corresponden acciones equivocadas. La gran penuria del momento actual.