Algo más que palabras

El orgullo del joven rico de occidente es más débil de lo que parece

Autor: Víctor Corcoba Herrero 

 

 

Los jóvenes de hoy, con más libertad que nosotros que éramos cristianos por tradición, aunque luego lo fuésemos por convicción, por principio creen de una manera más auténtica, con respuestas claras y coherentes. Esto es un gozo para aquellos que lo descubren. No suelen tener hambre de silencio. Seguramente han encontrado guías con capacidad de entusiasmo, (algo que se contagia), maestros ejemplares, referentes honestos, ambientes cálidos. En la sociedad actual –dicen las estadísticas- que la juventud padece una gran soledad. Para huir de ella, o sea del mundo despoblado de amor, han surgido nuevos enganches: baños de alcohol, pastillas de la felicidad… Sería bueno propiciar una red de activos guías para que el joven encuentre su crecimiento humano y espiritual. El objetivo podría ser: Qué ningún joven se sienta sólo, sobre todo aquellos que llamen a la puerta de alguna parroquia, por ejemplo. Sin duda, el orgullo del joven rico de occidente es más débil de lo que parece.

Es cierto que nuestro mundo esta lleno de signos y emblemas que nos atraen, sin embargo, aquellos símbolos o signo que fomenten las maravillas de las celebraciones litúrgicas suele quedarse en el grupo de amigos reducidos. Como les señaló el Santo Padre a los jóvenes del todo el mundo, reunidos en Colonia: “a veces, en principio, puede resultar incómodo tener que programar en el domingo también la misa. Pero si tomáis este compromiso, constataréis más tarde que es exactamente esto lo que da sentido al tiempo libre”. Entiendo que hay que buscar modelos de religiosidad atrayentes para que este mensaje empape en el mundo de la juventud. Es verdad que vivimos una profunda crisis en la aceptación de la fe y en la  perseverancia. Y es también evidente que ha disminuido notablemente el vigor religioso en muchas de las familias cristianas. ¿Por qué no presentamos con autenticidad el mensaje de Jesús? Es una llave ideal para abrir los corazones más cerrados.

No se puede negar la realidad, el mundo de los jóvenes, ha adoptado con frecuencia una postura tormentosa o de distancia con respecto a la propuesta de fe. Actualmente los centros de estudio, como pueden ser las universidades, ayudan más bien a huir de lo religioso e incluso sienten cierta pasividad por bucear en la verdad o fomentar el interés por la historia del hombre.  Lo cierto es que la cultura moderna tiende a confinar la religión, todo se mueve en los circuitos de la racionalidad, y no parece quedar espacio ni siquiera para las razones del creer. Hay, pues, a mi juicio, que alentar al mundo de los jóvenes a un empeño que va más allá de la búsqueda estrecha de los propios intereses y lo abra a un más amplio campo de la cultura humanística-teológica.

Todos tenemos que dar muestras de confianza y de escucha, de comprensión, de puertas libres a los jóvenes. Pienso que a la juventud hay que valorarla más como protagonista. A mi juicio también ha sido negativo haber caído en el ritualismo eclesial. Se han convertido, en ocasiones, los mismos sacramentos en algo rutinario, y tampoco se ha renovado el tradicionalismo. Otras veces, quizás las acciones pastorales han dado la espalda, o no se han implicado lo suficiente, ante situaciones críticas de los jóvenes. Consecuentemente, la misma educación recibida en la familia les aparta de algo tan innato como es la religiosidad. Subsiguientemente, no esperan nada interesante de esa Iglesia que consideran no les entiende o escucha, lo que conlleva que ha dejado de ser un atractivo fascinante y vencedor.

El resultado de todo ello, es un desencantamiento total. Nos agobian las preocupaciones por tener más, los intereses personales por llegar más alto, antes que esa juventud que camina decaída, con los bolsillos vacíos de esperanza y la mirada triste. Despejarnos por dentro puede ser una buena terapia, primero para reconocerse en esa juventud distraída y, después, para poder hablar el mismo lenguaje y que el acompañamiento se avive.