Algo más que palabras

El sano deporte de la palabra

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Poner en juego la inspiración literaria, aparte de ennoblecer el alma y de entretener el cuerpo, ayuda a descubrir el mundo de las ideas. Estamos sumidos en una cultura de imágenes, en su mayoría relacionadas con el consumo, pero todavía las personas cuando están solas utilizan los labios del alma para dialogar con el silencio y, cuando están acompañadas, se sirven de vocablos para entenderse. El deporte de la palabra es una bella manera de descubrir un cielo puro, creciente de rosas blancas que florecen con el despertar del alba, y de poder refugiarse en los párpados del viento bajo las alas del amor como abecedario. Huir de tantas sombras y reencontrarse en la senda del deseo, ante una mirada celeste, reanima a cualquiera. En el fondo somos más corazón que cuerpo. 

Esto de tomar el deporte de la palabra por bandera requiere cierta humanidad para no tener aversión a semejantes. ¡Qué difícil es ser humano y humanizarse! Será complicado lo de ser sociable en este universo de lenguas y lenguajes, que considerar al ser humano una mezcla de contradicciones, de fuerzas y debilidades, es como definirlo. Pongamos por caso, el problema de la violencia, cuestión que no depende tanto de gobiernos como de acciones conjuntas, de diálogos compartidos, de la deportividad que se tome y del carisma que se impregne. No hay personas nulas, hay personas anuladas por poderes que no respetan otras voces. El efecto, más pronto que tarde, se convierte en un volcán de guerras. Por ello, pienso y reafirmo la necesidad de hacer valer más la dicción para comprenderse y consensuar posturas que nos encaminen a un campo florido de manos blancas y pañuelos de palomas transparentes.

La enseñanza de la historia, locución del tiempo para la vida, es un deporte que nos alista para la convivencia. Conocer la historia ha de servirnos más que para formarnos en un espíritu nacional, en una conciencia crítica que nos haga recapacitar como ciudadanos pensantes. La palabra justa es el rey de los deportes. O lo que es lo mismo, será un buen deportista, mantenedor de la palabra, aquel que practica la coherencia entre lo que le dicta el corazón y la palabra dicha. De un tiempo a esta parte, la manipulación de conceptos está a la orden del día. Cuestión que nos desordena modos y maneras de sentir. Me preocupa, por citar algún ejemplo, el que se manipule continuamente algo tan propio de la persona, como lo religioso para fines comerciales, ficciones absurdas, literatura de oportunismo, negocio esotérico y demás juegos irrespetuosos sobre signos o insignias sagradas. Esto no es de recibo y menos de sentido común.

Entrenarse y activar el deporte de una nueva modernidad que acalle bombas y portazos en las narices, es un proceso de gimnasia en los lenguajes, de búsqueda y equilibrio entre tendencias opuestas que han de conciliarse a la vida, reconciliándose con la existencia. Existir o no existir, esa es la cuestión a resolver. Al ser humano no le mueve tanto su propia experiencia vital como la fuerza de experiencias ajenas reactualizadas para poner en práctica como espectador comprometido. Necesitamos referentes en los que apoyarnos, pues lo mismo que un mar, somos olas que cambian y aguas que permanecen. Por desgracia, los polideportivos de la intelectualidad humana están vacíos, sin espíritu de juego limpio, con fueras de juego por parte de todas las bandas y bandos, algo propio de un campo que ya no es de la poesía, ni de los poetas, más bien de los especuladores de divertimentos, tan simplistas como devastadores. Se ha perdido toda moral en el ejercicio, en la práctica, en el adiestramiento; y también, toda estética en la forma de jugar, de crear y de recrearse. Lo mezquino ha ganado la batalla.

Hay que volver al deporte de la palabra y abrirse a todos los horizontes. Que nadie quede fuera de juego. La vida es vida para todos. Desde los embriones (todos los fuimos) a los ancianos (llegaremos a serlo) que se encuentran en el ocaso. Necesitamos sentirnos acompañados (sin tanta ruptura entre generaciones) y hallar modelos de esperanza que nos quiten el hambre de luz y la tristeza de sombras. Por muy bien que nos sienten a los pies, la moral no la suben unos zapatos terapéuticos como he oído decir a una firma comercial, sino más bien el arte de saber vivir y ser dichoso. En todo caso, la palabra salida de adentro es la mejor moral que poseemos. Es el libro de los libros, al que don Quijote siempre acudía para elevarse y avivarse, sobre todo cuando se sentía huérfano y a la deriva. Ahondando en esa misma línea de hacer valer los abecedarios íntimos, José Ramón Encinar, flamante académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, ha confesado en su reciente discurso de ingreso, creer en “un arte cuya complejidad surja de la mente de un creador atento a su propia voz interior, sin que su tarea tenga que ser filtrada a través de gustos mayoritarios, pero también con el convencimiento de que la modernidad debe ser algo implícito, un supuesto mínimo pero no un valor absoluto”. Las habitaciones interiores, para dolor propio, las solemos tener bastante abandonadas a los regodeos de una moda interesada, aunque la conciencia nos dicte otra cosa.

Un hecho nos puede servir de reflexión última. Recuerdo una obra escultórica de Elena Blasco expuesta en Arco 89, consistente en un gran tiesto con una planta y dos varillas de futbolín, con sus respectivos futbolistas clavados en la tierra. Pienso que la artista del balón nos ha querido transmitir el sentir de la práctica correcta del deporte que debe acompañare por un temple natural en cuanto al estilo, por actitudes de respeto para que la maceta no se tronche, apreciando las cualidades del contrincante, con la honestidad de una atmósfera limpia. El deporte, cuando se toma con deportividad, invita a una celebración festiva y a la convivencia amistosa. Todo parece florecer en un universo de concordia. De igual manera, hay que tomar con nobleza la palabra, celebrarla en libertad, beberla a tragos y vivirla a sorbos. Se degusta mejor y con más ganas. La literatura está llena de voces que nos motivan, de verdades que nos hablan y de antorchas que nos alumbran. En cualquier caso, hacer deporte con la palabra es un sano recreo que rehabilita, fomenta los buenos hábitos del diálogo y fermenta la personalidad humana. Lo recomiendo.