Algo más que palabras

El desplome del sentido común y el aplomo del ninguneo

Autor: Víctor Corcoba Herrero 

 

 

Se dice que un tropezón puede prevenir una caída, pero cuando se va de tropiezo en tropiezo, al final seguro que nos derrumbamos. Lo mismo sucede si dejamos a un lado la sensatez, corremos el riesgo de arruinarnos la vida. Y aunque todos tenemos una vocación connatural, un sueño entre lo poético y lo prosaico, la de tender a una felicidad integral y estable, cuando se pierden los papeles que la naturaleza misma nos dicta, quedamos sin fuerzas para poder abrir el gozoso libro del universo, donde bañarnos el corazón. A poco que nos miremos por dentro, sirviéndonos de algo que todos llevamos interiormente, un corazón de niño y el pulso de la razón, veremos que nos mueven pautas de reacción instintiva, sentimientos que obedecen a una gnosis profunda. Unos más, otros menos; el móvil de los impulsos ahí está. Lo nefasto es cuando nos dejamos embaucar por sus falsos encantos, en vez de encandilarnos por el auténtico sentido común.

Realmente, cuando se abandona el instinto de la verdad, algo muy propio del momento actual, es muy difícil promover concordia alguna ni convivencia. Perdida la conciencia, definida por Kant como un instinto que nos lleva a juzgarnos a la luz de las leyes morales, el desconcierto toma gobierno en nuestras vidas. En este caos que nos sirven en bandeja, o nos servimos de él, las consecuencias son ya bien palpables: cada uno se inventa su propia ley, pide en nombre propio justicia para sí, que no para los demás, se cree su propia mentira y, si es posible, se recrea apropiándose de libertades que no le pertenecen. Nadie me negará que vivimos una situación lamentable de ninguneo por parte de gente prepotente. El mundo, que en gran parte está marcado por el afán productivo (tanto tienes tanto vales) y por el desprecio de los más débiles, debe cambiar de actitud, por sentido común, y acoger todos los cultivos y todas las culturas.

Considero que el desplome del sentido común es hoy una bochornosa realidad en un mundo de dudas, incapaz de valorar o apreciar lo que en realidad vale la pena. Vayamos a lo más primigenio e interroguémonos: ¿El instinto natural materno o paterno, incoercible de defender la vida, nos afana como el germen de la existencia se merece? Creo que aquí hay que dar el todo por el todo, o sea, por la existencia. En nuestro tiempo, el reconocimiento de los derechos del niño o del no nacido, que tambien es una vida, sigue siendo motivo de amarguras, como lo manifiestan los numerosos maltratos, abusos sexuales, abortos, violencia escolar... Pienso que hay que estar vigilante para que el bien del ser indefenso se ponga por encima de todo ¿Acaso la plaga de tantas separaciones y divorcios, o el mismo aluvión de terrorismo doméstico, no perjudica excesivamente a los niños? Crecer con padres enfrentados, que no se respetan en absoluto, o con asesinos, cuando menos ya es traumático. Yo así lo veo. Sin embargo, también hay que decir que frente a estas atrocidades y contrasentidos, nos parece una muy buena noticia que España supere la media de la UE en escolarización a los tres años o que la salud de los menores se sitúe en niveles óptimos. Por el contrario, tampoco nos parece saludable, que los adolescentes consuman tanta televisión e Internet, ni que la actividad de ocio preferida sea salir a hacer botellón.

Está visto, que perdemos la cabeza no sólo cuando nos ponemos al volante, también cuando ingerimos alcohol y otras adicciones, o caminamos en sentido contrario a las agujas de la vida. El choque de cuerpos desplomados, por falta de haber en el sentido común, casi siempre es mortal. Lo cierto es que cada día cuesta menos matar a una persona, alegando que se ha perdido el común de los sentidos. Ya está bien de seguir la gracia a los destripadores. Iniciativas, antes consideradas unánimemente como delictivas y rechazadas por el común sentido moral, han llegado a ser poco a poco socialmente consideradas. Bajo estas sombras, percibir la distinción entre el bien y el mal no es nada fácil. Luego está la relatividad, el todo es relativo, lo que todavía nos derriba aún más el discernimiento. En todo caso, no puede haber progreso si ninguneamos a la persona, si la desechamos como si fuese una cosa.

Se me ocurre que, si con el carnet por puntos han muerto menos personas, también puede dar buen resultado reinventar un carnet para que cuente y cante nuestras miserias, a fin de rehabilitar aquello que infrinja las creencias naturales o proposiciones que parecen, por la mayoría del humano viviente, como sensatas. Nos falta conducirnos con prudencia por la vida, vayamos en vehículo a motor o, al igual que Machado, haciendo camino al andar. Cuando nos dirige el estilo alocado no se encuentra abecedario para comunicarse con nadie de manera clara, respetando sentimientos y vidas. La prudencia, como sentido rey del sentido común, siempre fue regla y medida de todos los instintos.

En consecuencia, pienso que debemos volver, con urgencia, a la ética del sentido común. De lo contrario, perderemos humanidad y ganaremos barbaries. Los espacios propicios para el silencio y la meditación pueden ayudarnos a reflexionar. Para empezar, nadie tiene derecho a que le interpreten su propia vida ¿Cuántos intérpretes se le ofrecen a diario para encauzar su vida? Seguro que una legión. No es exagerado pensar que los andares de nuestra sociedad globalizada, van a depender en gran medida de la utilización de este conocimiento natural que todo el mundo tiene por el ejercicio espontáneo de la razón. Incluso aquellos que lo niegan, y que suelen utilizarlo de una manera u otra en sus razonamientos, reclaman respeto hacia la idea del orden del cosmos o la misma conciencia del propio yo. Ponderar este conocimiento, que para nada es una visión simplista, conlleva alejarse del saturado ninguneo que a diario soportamos. Estamos hartos de tanto menosprecio a las personas. No tomarlo en consideración, es cavar nuestra propia tumba. Iguales derechos, iguales deberes, porque todos somos necesarios y valemos lo mismo. Sería un despropósito dejar en la cuneta el conveniente propósito de utilizar el sentido de la cordura.