Algo más que palabras

¿Beneplácito ante los símbolos religiosos o prohibición?

Autor: Víctor Corcoba Herrero          

 

 

           Hay un hecho verídico. Cada vez que la globalización no respeta la identidad propia y cultura de los pueblos, se avivan los conflictos. En este sentido, los visibles símbolos religiosos, también forman parte de esa credencial a la que debemos dar más beneplácito que prohibiciones. Son puntos de referencia inherentes a la espiritualidad de las personas. Téngase en cuenta, además, que cuanto más se prohíbe, más se acrecienta el deseo. Se podrán obstruir las puertas de la libertad, constreñir voluntades, pero hay ventanas en el fondo del alma que nadie puede abrirlas ni cerrarlas. En toda vida, hay una realidad sensible que conviene respetar. Todos nos movemos a través de signos y símbolos, mediante lenguajes, lenguas y habla. Lo mismo sucede con la religiosidad, en relación con el ser supremo, al ser humano hay que considerarlo en su creencia y quererlo como tal.  

El uso del velo islámico o del crucifico en los cristianos, aquel que no quiera no tiene porque rendirle honores, pero creo que si debemos ser tolerantes con aquellas gentes que lo llevan. Significa mucho para ellos. Para unos, los símbolos serán signos de la Alianza , signos asumidos por Cristo o los profetas, signos sacramentales purificadores e integradores. Para otros, sin embargo, los símbolos nada la estimulan.  Todos ellos, o sea la humanidad entera; aunque se disienta, pienso que ha de ser flexible a la autonomía de la decisión. En cualquier caso, no le corresponde a ningún poder humano decidir por nosotros, ni señalarnos la vida que hemos de tomar. Si le incumbe, no obstante, garantizar libertades ideológicas, religiosas y de culto, sin otra limitación en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público.  

Los gobiernos europeos tendrán que mantener la mente abierta a las religiones y a todos sus símbolos y signos. Prohibirlos por ley sería nefasto. Hacerse el sordo a todas estas muestras espirituales, relegando la religiosidad a un segundo plano, conlleva dificultades de entendimiento por propio raciocinio, cuestión que genera efectos negativos, en términos armónicos, sobre los aspectos de la realidad globalizada. En el universo todo tiene su presencia y su presente: lo visible y lo invisible, lo poético y lo prosaico, lo cósmico y lo histórico. Estoy seguro que el conocimiento de la simbología de las religiones puede ser una pieza clave para ayudarnos a profundizar en los deberes que llevan consigo los preceptos gloriosos; que, al fin y al cabo, no es otro que el amor en su más puro verso.  

A cambio de esta absurda retirada de símbolos religiosos, sean de una creencia u otra, es un contrasentido que se nos proponga como devocionario de gozos, rayando la imposición en ocasiones, un consumo feroz y emplearse a fondo en la lucha por el poder y el dominio al precio que sea ¿Habrá fanatismo mayor? La nueva faz de Europa transformada por los flujos migratorios, deberá ser más comprensiva con aquellos que simbolicen su religión y más respetuosa con aquellas gentes que planteen las constantes preguntas de todos los tiempos, las cuestiones de fondo sobre los interrogantes acerca del Creador, la salvación, la esperanza, la vida; en definitiva, sobre todo lo que éticamente tiene un valor que nos humaniza.  

Subrayo el beneplácito ante los símbolos religiosos. Y respaldo, lo de prohibido prohibir, en cuanto a la simbología religiosa. Las heridas del alma son las que más duelen. Debiera ser primera ley de urbanidad, la del acatamiento respecto a la conciencia y a las convicciones. A propósito, recuerdo unas palabras de Rowan Williams, arzobispo de Canterbury y cabeza de la Iglesia anglicana, verdaderamente concluyentes: “El ideal de una sociedad sin ningún signo visible de religión, sin cruces al cuello ni largos rizos (judíos ortodoxos) o turbantes (sijs) o velos (islámicos) es políticamente peligroso”. Estas declaraciones nos recuerdan que todo ser humano es por naturaleza religioso. La historia nos dice que siempre ha sentido la curiosidad de acercarse al Creador, conocer sus designios y proyectos. Las religiones todas son caminos de acceso a ese descubrir y todas, cuando lo son en verdad puras, también son como ese horizonte de amor a conquistar.  

Esta pluralidad de religiones ha de llevarnos a reconocer un pluralismo religioso en el que se aprenda a convivir con toda esta grafía. Es una buena manera de erradicar de nuestra Europa la discriminación o antisemitismo por motivos étnico-religiosos, e indirectamente los conflictos religiosos que puedan despuntar. Sería un disparate, pues, desterrar los símbolos religiosos como pudiera ser obstaculizar la efervescente religiosidad popular católica que actualmente vive el pueblo español, donde una gran variedad y riqueza de expresiones corpóreas, gestuales y alegóricas se abrazan. En consecuencia, estimo, que nada cuesta tener una actitud positiva de apertura a la simbología religiosa para lo mucho que se pone en juego, la paz en el mundo. A mi juicio, tan peligroso es el trastorno patológico de la religión como el desprecio a los signos religiosos; en la primera, lo que está enfermo es la mente; en la segunda, la sociedad. Los sistemas ateos de la modernidad, la forma de vida que algunos nos presentan, constituyen aterradores ejemplos de ello. Cuando se lanzan piedras contra los símbolos y las tradiciones religiosas más puras y profundas, quedan a la intemperie valores  como puede ser el mismísimo derecho a la libertad personal.