Algo más que palabras

El otoño nos llama a la verdad

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Tras las ventanas del sueño contemplo pasar meditabundos seres humanos, como si a las flores del mundo les hubiera amilanado la escarcha. Yo también lamento esta frialdad de otoño que me aqueja y no encuentro lugar para calentar el alma. Si alguien lo tiene que me lo comunique. Este paraíso artificial, donde se muere más que se vive, me ha partido los labios del verso. En consecuencia, pido un salvavidas poético, tan hondo como dejar a la existencia que nos viva, porque sólo ella es bella. Sentir pura la vida, que nadie la marchite, nos eleva a la dulce armonía que tanto necesitamos, porque andamos escasos de estética, en hostilidad perenne. 

El vicio todo lo contamina. Con urgencia, así lo pienso, debemos despojarnos de ese impuro contagio que nos mata a destiempo. Se habla que, en España, la cifra de personas que fallece por la elevada concentración de sustancias contaminantes asciende a miles de miles de personas. Nos llega poco aire limpio al corazón para oxigenar las ofensas. ¿Dónde están los actores de la política medioambiental? Precisamos una buena dosis de esplendor para clarear horizontes. Ya no es fácil ni construir castillos en el aire, el humo del progreso y los propios humos de los humanos, nos impiden respirar el perfume de la rosa; hoy convertida, cantidad de veces, en polvo y ceniza. 

Parece que vamos al reino de la perversión por el camino de la vida desordenada, donde los poderosos se comen a los frágiles. Ciertamente, a juzgar por los hechos, los débiles siguen siendo los más perjudicados en esta selva de otoños enlutados y de inviernos sangrientos. Este año está siendo especialmente negro para los niños en conflictos armados, según informa la Relatora de las Naciones Unidas que se ocupa de los menores en esa situación, Radhika Coomaraswamy. Al presentar su informe anual ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, Coomaraswamy señaló que en la reciente guerra del Líbano murieron más niños que combatientes. “Esto demuestra que se ha entrado en una era peligrosa en la que los principios básicos del derecho humanitario internacional, pilar de todo nuestro trabajo, se está poniendo bajo cuestionamiento”, subrayó la experta. Un SOS que no debiera dejar indiferente a ninguna nación. Considero, y estaría mejor que todos así lo considerásemos, que es hora de que las naciones se unan y persigan a estos leones que siegan primaveras de esperanza, hagan justicia, que los niños no tienen pasado, sino presente para gozarlo y el futuro (que también es el nuestro) pende de ellos. 

El otoño también nos trae más terrorismo doméstico, donde los niños corren peligro y sufren lo suyo. La legión de violentos se reproduce como las cucarachas. Son frutos del tiempo; de una época en la que se ha identificado al hombre con la fuerza y a la mujer con la sumisión. En esta cuestión, creo que se podría hacer más. Por ejemplo, fomentar terapias de rehabilitación. Estoy seguro que habrá maltratadores deseosos de mudar de aires y no pueden. Necesitan la ayuda de un profesional, capaz de introducir las motivaciones suficientes para modificar actitudes. Las personas, cuando quieren, sí pueden ser otro hombre. Tienen medio camino andado, el otro medio está en manos del guía. Démosle, pues, medios y buenos mentores para salir del entuerto. Se trata de algo tan simple como educar personas que, una vez rehabilitadas, se conviertan ellas mismas en educadores, generando un círculo virtuoso que pueda poco a poco extenderse a todos los ámbitos de la sociedad, hasta hacerla ellos mismos cambiar por su propio cambio. No hay mejor testimonio de luz que el ofrecido por la gente que ha vivido en la sombra. Seguramente así restaríamos escándalos que inducen a hacer el mal y sumariamos quietudes que inducen a cultivar el bien. 

En cualquier caso, me da miedo esa libertad que huye de la evidencia. Vivir en la verdad sería una buena manera de disfrutar de una primavera otoñal. “Queremos saber la verdad”, dice uno de los lemas de la Asociación Víctimas del Terrorismo. Y es cierto, la verdad por si misma, nos tranquiliza. Al igual que menospreciamos la mística que se esconde tras la caída del amarillo en el otoño, también lo hacemos con la verdad. Para botón de muestra, el diluvio de informaciones deformadas que nos entran por los oídos a diario ¿Qué decir de la aireada práctica política de poner la etiqueta de enemigo a quienes no comparten las mismas posiciones, para mejor reducirlos al silencio, atribuyéndoles palabras que nunca dijeron o acciones que nunca realizaron? En la base de todas estas formas ruines de falsedad continua, la mentira más grande radica en no creernos lo que somos y en ser incapaces de llamar a las cosas que nos pasan por su nombre. No se puede hacer la vista larga, hay que denunciarlo para ayudar al canje de modos, modales y mentalidades. 

Vivimos tiempos de contradicción, la incoherencia nos rige. Por una parte hacemos fervientes declaraciones a favor de la paz y, por otra, llenamos el mundo de armas. Somos así de contradictorios, aunque pasen los otoños por nosotros. Flaubert, ya nos lo advirtió: “no le demos al mundo armas contra nosotros, porque las utilizará”. Un inmenso campo otoñal, repleto de abecedarios que nos empapan la tierra, puede servirnos para reconstruir un nuevo jardín, fundado sobre la autenticidad de los pinceles que nos pintan las estaciones del año. Sí, ésta es mi convicción: el otoño fortalece la paz del invierno, que la primavera resucita y el verano engalana. Las energías humanas, generadas bajo un clima de sinceridad, son también como esas estaciones, fuente de luz y manantial de paz. La verdad nos aproxima siempre. Es cuestión de buscarla, como buscan esas volanderas hojas del otoño escribir nuestra propia vida.