Algo más que palabras

Lo que contamina la credibilidad política

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Contaminar está a la orden del día, a pesar de que la ley nos ordene sanear los aires y preservar la naturaleza. Alterar la pureza de las cosas e intoxicar también es un diario que no cesa y que, además, se contagia. Hasta por Internet, una legión de atrevidos, nos quieren contaminar el disco duro con sus ideas comerciales. El dicho de que todo se compra y se vende, de que todo tiene un precio, es tan real como la vida misma. De igual modo, las jergas de los políticos suelen llevar cierta dosis de malicia contaminante, para poder alterar el significado de un vocablo si viniese el caso. En vista de lo visto, digo yo: Apúntese a lo de limpiar, fijar y dar esplendor de la Real Academia Española la clase política y cultívese menos la real gana de hacer (o deshacer) encajes con los caprichos. Las intoxicaciones políticas revientan la paciencia a cualquiera, infectan lo razonable y quebrantan el paisaje y el paisanaje, la calidad de lo creíble, desde la mismísima ley que nos puso el Creador en el alma, hasta la libertad de las palomas que nos puso Alberti en el camino..

Los ambientes políticos, tanto de un signo como de otro, han abanderado para sí la expresión de la credibilidad. Eso, al parecer, (¡santo diccionario!), viste mucho. Me refiero a lo de sentirse creíble. O sea, viable para la política. Nombran lo de sentirse respaldados en doquier esquina, sobre todo en los almuerzos que paga el pueblo con sus impuestos, mientras paladean el regusto de la erótica del poder, adjetivando desde todas las tribunas sentirse queridos y arropados. Algunos suelen ampararse en credos que nos los reconoce nadie, contándonos unos cuentos para ciegos, como si fuéramos párvulos o fuésemos palmeros. Porque ahondando en su fe de vida, o en su crédito de obras, no se encuentra por ninguna parte valores de coherencia, testimonios de transparencia y honradez en la gestión pública, que nos hagan cambiar de juicio. Unos han tomado la política como profesión que enriquece y no como servicio desinteresado; otros tienen ansias enfermizas de poder que les pierden; y lo que menos les importa a unos y otros es que el ciudadano pueda llegar a final de mes con cierta holgura, y que las colas (las del médico, las del especialista, las de tráfico…) no las soporten siempre los mismos, los que nada tienen en este universo de pillos.  

Claro que sí, que se necesitan políticos auténticos, dispuestos a estar en guardia siempre, para hacer valer la autoridad de la verdad y responder a todos los auxilios ciudadanos. Esto es un tajo difícil de sobrellevar mucho tiempo, pues nada, los hay que llevan toda la vida de servicio, mejor sirviéndose del servicio. Con este panorama, tengo que decir, que la credibilidad no se gana de boquilla. Cuando digo: Creo en lo que tu hablas, el significado es bien patente, significa fiarse de la persona que dice lo que piensa y hace, conlleva el estar convencido de que el lenguaje que utiliza corresponde a una realidad objetiva ¿Cuántos políticos actuales caminan en esa dirección? La contaminación política es un vicio muy cimentado en el momento presente, un mal de males que nos deja desnudo de valores. Faltan atmósferas de corazón puro que hablen claro y hondo, que pongan los acentos en la palabra justa, que se preocupen (y ocupen) de limpiar impurezas, tanto físicas como morales. Nos indignamos, con razón, al ver imágenes de bosques quemados o mares con aguas contaminadas, pero no hacemos lo mismo cuando vemos los cebos de impurezas que se ofrecen a nuestros niños a través de televisiones, películas, Internet, o libros, incluso de texto que rayan la inmoralidad con verdadero descaro.  

            Hay que renovar la credibilidad política, las líneas de conducta y actuación. La sociedad está más bien defraudada de esta clase política que sólo sabe jugar al engaño. El vendaval de corrupciones e injusticias consentidas, vicia las instituciones y degrada la democracia. El daño es grande. Por ello, hace falta tomar un compromiso serio con los principios morales. Son exigencias éticas fundamentales e irrenunciables que ningún partido del arco democrático puede volver la espalda. La mejor manera de llegar a las gentes radica en tener el convencimiento de poder llevar a cabo una política auténticamente humana, lejos de partidismos. La confianza se gana día a día, a pie de obra, con el testimonio de la verdad por delante. Lo que contamina precisamente la política es no buscar ese bien común para toda persona. Lo que genera incertidumbre, y falta de solvencia moral, son las actuaciones de aquellas autoridades, vestidas con el traje de la política, que ejercen su labor en plan despótico e irresponsable.  

            Por mucho lavado de imagen que se haga del político de turno, hay percepciones que no se pueden maquillar. La credibilidad política se consigue a base de dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio incondicional a todos los ciudadanos. Es una auténtica tomadura de pelo, por ejemplo, que el político de turno caiga en favoritismos, en formas dictatoriales que lesionen los derechos de la persona o de los grupos sociales, en juegos sucios. Cada día son los menos, aquellos políticos que debieran ser los más tolerantes. La sinceridad y rectitud política brilla por su ausencia, y bajo esta sombra resulta complicado que la política adquiera su verdadera fortaleza, con olvido del propio interés por parte de ejerciente político y de toda ganancia venal.  

En síntesis, hay que frenar (pienso que con urgencia) lo que contamina la credibilidad política. Es una falta total de sensibilidad ciudadana. Considero que para hacer política se precisa de una mínima capacidad de resolución a los problemas, de comprensión, de singularidad en la manera de actuar y servir. Comprometerse en política va más allá de cumplir con una obligación, es poner en activo todo lo que uno tiene, la habilidad para sacar adelante aquello que el pueblo en justicia pide. La honestidad es un valor indispensable para asistir políticamente a la ciudadanía. Sólo desde un escenario de confianza, de consenso y conciencia, está garantizado el respaldo político y la credibilidad en la política.