Algo más que palabras

Torturas bajo cuerda

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Borrar la tortura del mapa de nuestras vidas, sea la que sea, siempre fue uno de los grandes retos, a pesar de que nunca se haya conseguido al cien por cien. El cultivo de la cultura de los derechos humanos aún está por cultivarse y crecer. Recientemente nos lo recordaba la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Loise Arbour, advirtiendo sobre los peligros de que los Estados todavía hagan excepciones indebidas a la prohibición de la tortura en algunos contextos, como pudiera ser la persona prisionera en la lucha antiterrorista. Esto nos parece un más que justo aviso y un buen consejo, para que nadie en el mundo tome la justicia por su mano. O el diente por diente. Lo de propinar dolores o sufrimientos graves, físicos o mentales, a bicho viviente como a persona, entiendo que carece de sentido común y de conciencia propia. Es algo impropio de humanos, más de salvajes que de mortales civilizados.  

A pesar de tantos avances, la legión de torturadores en el mundo no decrece, todavía siguen ejerciendo su dominio y atropello. “La maté porque era mía y se fue con otro” –dice un asesino después de matar a su compañera. El mundo de los dominadores y de los dominados sigue instalado, tanto en la familia como en la sociedad. Los avasalladores, preponderantes y demás casta de fanáticos, se reproducen como cucarachas. Por ello, a mi juicio, hay motivos para la inquietud. Si el terrorismo emana terror porque atenta cruelmente contra la vida; no en menor medida, bajo cuerda y parabienes, también se vienen produciendo a diario una serie de tormentos y angustias en seres indefensos que convendría tomar más en consideración, puesto que destruyen solapadamente lo que es esencialmente humano, la dignidad de  la persona, con su derecho a la verdad y a poder volar en conciencia como a cada cual le plazca, siempre que respete la libertad del vecino. Considero, pues, que el tema de las denuncias de torturas se le debiera prestar mayor atención; ya que es una de las formas más graves de violación de los Derechos Humanos.  Recordar que un grito de protesta puede acabar con mil gritos de dolor. Nos hace falta acompañar a esas gentes que se tragan los dolores en silencio, con algo más que un abrazo.  

Más allá de las barreras culturales o de las diferencias raciales, lingüísticas, religiosas e ideológicas que nos pueden separar, el ser humano debe plantarles cara a los nuevos sembradores que engatusan, acosan, persiguen y hostigan en doquier lugar; y, a poco que uno se deje, hasta le crucifican ¿Habrá mayor tortura que reducir la persona a una cosa, a un objeto de deseo sexual, que se puede comprar, vender, manipular, humillar o eliminar arbitrariamente? Como botón de prueba citaré la poderosa publicidad. Esa señora que nos deslumbra por sus encantos llevándonos al consumo indiscriminado. A consumir sexo, viajes, modas… Algo también debería hacer la opinión pública, pienso yo, para frenar las sugerencias engañosas de estos flamantes atormentadores que nos empapelan los buzones, los portales de los pisos y hasta las calles. Si a esto sumamos la humillación que sufren ciertas personas, víctimas de un sistema económico laboral, donde la desigualdad campea a sus anchas, ya no sólo tenemos la vista cansada de tanto reclamo, también el corazón herido de tanta manipulación.  La tortura laboral es bien patente. Sólo hay que bucear por las crecidas bajas laborales a causa de trastornos psíquicos.  

La exclusión sigue siendo otra de las torturas del momento actual. El plan estratégico de ciudadanía e integración, lanzado a bombo y platillo por el Ministro del ramo, podría ser una solución si se llevase a buen término lo de potenciar la cohesión social y la igualdad de derechos y deberes. Después de tantos desengaños, cuesta tener esperanza en ningún propósito. En la misma línea de desesperación, o sea de suplicio, se encuentra la violencia contra las mujeres que tampoco se consigue frenar. El aluvión de congojas te lo encuentras a dos pasos. Algunos llantos podrían tener solución, si esto de los torturadores, sobre todo aquellos verdugos que ejercen la tortura psíquica que tan en aumento va en los países del bienestar, que no del bien ser, se tomase más en serio y menos a chirigota.  

No son pocas las personas, a veces en vecindad con nosotros, que malviven instalados en el miedo permanente, porque la tortura es un diario en sus vidas. Los métodos de terror son brutales. Hoy las armas se adquieren como rosquillas en un supermercado, mientras millares de personas llaman a todas las instancias e instituciones, para pedir consuelo y esperanza. Los medios urgentes y necesarios para aliviarles y librarles de su drama, suelen llegar tarde, mal o nunca, con la consabida decepción vergonzosa.  

En una época en que todo el mundo alaba las garantías de las libertades, por desgracia los pobres son los que están entre rejas, unas veces en las cárceles que no deja de ser una tortura más, en vez de una rehabilitación social, y otras veces en las prisiones de la esclavitud, para poderse pagar un techo, donde poder hacer familia y vivir. Mientras tanto, la banca avisa o se frota las manos. No lo sé. Lo que si sé, es lo que todos sabemos. Que las familias españolas cada vez solicitan más créditos. Asuntos Sociales, ni responde ni se alarma. Pues servidor si cree que esto es una tortura más, porque a principio de mes los bancos se comen el sueldo. O sea que el escándalo, puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión. En el caso de la tortura, el escándalo ha sido provocado por el tanto tienes, tanto vales. Sobra todo lo demás.