Algo más que palabras

Brisa loca, vendaval en popa

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Sopla una brisa loca, sobre todo destructora de corazones, a la que habría que poner remedio, porque a ésta suele sucederle –como bien saben los marinos- el recio vendaval. Aprietan, además, otros aires que nos encarcelan, son aquellos, tan de moda hoy, que nos vuelven un veleta. Se trata de un modo de vida en el que las cosas nos dominan a su antojo, tras engatusarnos con historias increíbles basadas en necesidades ficticias. Respirar tiene su precio en oro, pensamos y asentimos. Todo sea por una mejor orientación de vida, nos decimos. Y casi, apenas sin darnos cuenta, nos hemos enajenado, previo hipotecar el pensamiento libre. De pronto, parece como si el mundo fuese una trama de vendedores, donde cada cual realiza su propio montaje para engañar, embaucar, burlar, seducir, embelesar, encandilar, deslumbrar, alucinar, pasmar, embobar... Lo de dar gato por liebre está a la orden del día en este desorden de noches, lo sabemos, pero tragamos.

Así hemos llegado al momento presente con una constitución europea ausente del cristianismo y, sin embargo, presente en todo el pueblo. Sólo hay que ver la intensa y emocionada participación de las gentes en los ritos de la Semana Santa. Buena falta nos hace, porque tal y como está la situación, ruidosamente arruinada y ruinmente huracanada, los gobiernos debieran poner todo el empeño posible en dictar normas consensuadas al máximo. La crispación alcanza límites peligrosos. Ya se sabe que el consenso no es fácil en un mundo tan desigual. Sin embargo, sólo así se puede avanzar y entenderse. Está bien eso de proponer códigos de conducta, de buen gobierno, inspirados en los valores constitucionales, pero si después no se cumplen los pactos en favor del bien de la generalidad, ni se garantizan los derechos humanos de los débiles, de nada sirven las buenas intenciones. El no respetar, por ejemplo, la vida de los que incluso no se pueden defender, es un nefando crimen contra la existencia, que habría que poner techo por el bien de la humanidad entera. 

De igual modo, es cierto que no podemos permanecer inermes frente al diluvio de amenazas terroristas y del crimen organizado, atmósfera que ha de ser limpiada conjuntamente, tendiendo puentes entre Estados que pueden ser distintos en identidad pero no distantes en cooperación. Pienso que, a veces, es más importante combatir las fuentes que financian el propio terror, caiga quien caiga –como dice un programa de la tele-, que al brazo ejecutor. Si, por el contrario, no se depuran responsabilidades a tiempo, las garantías del sistema democrático se ponen en entredicho, cuestión peligrosa y nada recomendable. Con razón se dice, que cuando el mal se enquista, lo mejor es salvar la raíz y podar el árbol para que renazca con otra fuerza más frondosa en autenticidad. 

Las contrariedades pasan factura y acrecientan incertidumbre. Es lo que hoy se percibe, una especie de tufo que traba, un vacío intelectual adormecido que es incapaz de ofrecer soluciones y alternativas a valores profundamente dañados, como es la libertad incondicional, envuelta en mentiras y desamores, epidemia que deprime en vez de injertar esperanza, tan simplista como devastadora. Nadie puede dar lo que no lleva consigo, y la ordinariez de algunos ciudadanos que ejercen algún tipo de poder (legislativo, ejecutivo o judicial) es bien palpable. A más de uno le haría falta acudir a alguna escuela para que le enseñasen hábitos democráticos. Muchos ciudadanos empiezan a estar cansados y sienten bochorno de oír siempre la misma cantarina de impulsar instrumentos comunes para que Europa sea un paraíso. Lo malo es que hasta ahora lidera pocas cosas; si acaso nos llevamos la palma en lo de sangre, sudor y lágrimas.