Algo más que palabras

Mundanidad trivial y mendicidad compleja

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Soy de los que pienso que esta sociedad mediática en la que vivimos nos ha vuelto a la mundanidad trivial, con su fermentada dosis violenta de tomar la justicia como a cada cual le venga en gana, a los sueños frívolos y a los pensamientos vacíos de ideas. Hemos perdido civilizados ideólogos y ganado inciviles brutos que pretenden adoctrinar sin conciencia histórica y sin capacidad alguna de honesta crítica. Con estas miras de inutilidades, resulta bastante imposible afrontar el diluvio persistente de amenazas y chantajes que nos llaman a la puerta de la vida cada amanecer. El mundo necesita un foro para la toma colectiva de decisiones y un instrumento para la acción colectiva. Los fundadores de la ONU intentaron que la Organización cumpliera ambas funciones. Nuestra tarea es adaptarla y actualizarla para desempeñar ambos papeles en el siglo XXI, nos ha advertido su Secretario General. 

Considero que no es fácil tomar colectivamente valor de acuerdo en un mundo de desigualdades, de mendicidad compleja, porque el galopante capitalismo actual desordena todo orden y promulga, bien descaradamente o de manera tácita, la ley de la jungla; donde todo se mueve bajo la dominación del egoísmo y la explotación. El gran peligro actual, al que España tampoco es ajeno, es que quienes toman las decisiones pertenecen a ese grupo de mundanidad trivial, insensibles con los problemas de los demás, cegados por las tentaciones del deseo de poder (para pisotear más que para servir mejor) o beneficio propio, olvidando que la riqueza es un medio a usar para el bien de toda la humanidad. No para excluir. A veces estos endiosados animales, porque de humanos y de humanidad saben más bien poco, tienen la miopía en el alma, están convencidos o nos quieren convencer, de que nuestras vidas son lo que son, sin otra significación última. Todo depende y pende de factores materiales. La espiritualidad se la ha comido el ratón Pérez.

No sólo es necesario trabajar por una integración cada vez mayor de toda la humanidad, es justo hacerlo y rehacerlo con justicia, más de corazón, que humana. Lo primero que hay que tutelar, y ponerse todos de acuerdo, es en definir lo que somos y lo que ha de ser el ser humano. Todas las voces han de ser oídas y escuchadas por igual. Eso de que la vida no valga nada para muchas personas o de que se comercie la carne humana como un producto más de mercado, debiera atajarse de raíz; sin ambigüedades posibles, ni juegos de palabras sin sentido. La vida es para vivirla en dignidad. Cuando se pierde toda conciencia de bien hacer por el bien común, resulta bastante absurdo hablar de solidaridades. 

Desde luego, la mundanidad reinante, genera una creciente falta de credibilidad grandiosa. Nadie cree a nadie. Todo se mueve en el terreno de la duda, personas e instituciones. Cuestión gravísima. Ahí está el desasosiego que percibimos por doquier rincón, entre comedias y dramas, rehogado con un pasotismo total: de sálvese quién pueda. Más que personas con principios humanos, raíces universales de derecho natural, se avienen intereses personales o de grupo, a la hora de implantar valores y de plantar acciones. Es el ciudadano político, encargado profesionalmente de aplacar el avispero con el bien común, el que debería poner coto a tanto despropósito. 

El buen propósito de Amparo Valcarce, secretaria de Estado de Servicios Sociales, Familias y Discapacidad, ante la sede de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en Nueva York, anunciando el compromiso del Gobierno español de impulsar la lucha internacional contra la pobreza, nos pone en el camino de la esperanza. Lo de implicarse en operaciones de canje de deuda externa por iniciativas de desarrollo social y recordar que reducir la pobreza es una obligación urgente, es una buena noticia. Que lo sea de verdad, que no quede sólo en el papel o en las buenas intenciones. Europa puede ser una solución, ha de serlo, para que la mendicidad y la desnutrición dejen de ser ese escándalo continuo que destruye vidas. 

Lo cierto es que coexisten en el mundo demasiadas políticas económicas equivocadas y comportamientos deplorables en el ámbito moral. Diversos comisarios de las Naciones Unidas para derechos humanos, coinciden siempre en lo mismo, en su preocupación por hacer extensibles los derechos humanos a todas las personas. Es la gran asignatura pendiente, el cambio de actitud hacia la vida. Tendríamos que hacer algo más con el hambre en el mundo, desde la otra orilla de la opulencia, puesto que un mero recordatorio, de vez en cuando, no es suficiente para calmar la voz de tantas personas dolientes. El que centenares de millones de seres humanos sufran todavía gravemente desnutrición y, que cada año, millones de niños mueren de hambre o por sus consecuencias, es para preocuparse aunque nos pille lejos. O quizás ya no tanto. En cualquier caso, olvidamos que somos ciudadanos del mundo, en un mundo en el que ya todos nos conocemos, ahora falta comprendernos y ayudarnos, servir antes que servirnos. Lo de siempre y en lo que caemos siempre.