Algo más que palabras

Por una nueva estética mundial

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Convencido de que todo arte, por el hecho de asombrarnos con la siembra de la belleza, es el mejor alivio para olvidar preocupaciones, y especialmente la música, propongo reinventar conciertos que nos unan, reordenados por identidades culturales, (no por identidades de poder), para hacer frente, sin enfrentamientos brutales, a las diversas penurias del terrorismo y chantaje mundial, a los cambios atmosféricos generadores de epidemias alarmantes, a las riadas migratorias ahogadas por el hambre. Son cruces indivisas para el ser humano, que al mundo entero dividen y crucifican. Por eso, requiere de respuestas globales lo que es un problema global. Considero, pues, que todo aliento y alimento espiritual, emanando sobre todo de la música, nos conmueve y mueve hacia gozos del corazón que la razón no tiene. 

Sólo la música es poseedora del verdadero lenguaje del universo, tono que nos universaliza y timbre que nos humaniza. Cada momento, cada circunstancia vivida en la historia de nuestra historia humana, adaptó y adoptó un tipo de creación musical, quizás para hacernos ver la belleza sonora que anida en el tiempo y mejor vivir la autenticidad armoniosa de un espacio invisible que buscamos. En consecuencia, que el Centro de Documentación de Música y Danza, aprovechando el motivo del IV centenario de la publicación del Quijote, haya concluido la elaboración de una base de datos donde se recoge información sobre obras musicales relacionadas con el Ingenioso Hidalgo de todos los géneros, de todas las épocas y países, es una buena noticia para redescubrir nuevos horizontes y formas de vida, fusionando los caminos recorridos con otros que quedan por andar, en los que se vean reflejados los signos de identidad actuales de todos los pueblos. 

Alguien dijo que la música es la fe de un mundo en que la poesía no es sino la alta filosofía. El mundo necesita vacunas de esperanza y sueños de luz para un tiempo, como el actual, en el que demandamos espacios seguros y energías verdaderas. Ahora se nos dice que Europa nos quiere brindar, a través de la Constitución Europea, las mejores posibilidades de proseguir, respetando los derechos de todos, y conscientes de su responsabilidad para con las generaciones futuras, en esta tierra donde todos hemos de caber. Ya nos gustaría esperanzarnos y no sumar fantasías. Se nos va nada menos que la vida; una vida que no vuelve atrás y en la que todavía no sabemos vivir en rebaño.

Detrás de la partitura constitucional está el eco de lo real, la literatura viva y, en ella, la ley natural del homo sapiens-sapiens al sapiens homo-homo, que dijo Cristóbal Halffter. Decir lo inverso es mentir, vivimos unos tiempos en los que hemos perdido lo que el arte ha generado, y así es difícil comprenderse, la observación de la naturaleza y la meditación de lo etéreo. El ejercicio de la autoridad de no guiarse por ley estética alguna, conlleva a la publicación de leyes contrarias a la dignidad de la persona humana y a perder conciencias de raciocinio ético. Y cuando una ley nada concierta, deja de ser ley humana y se convierte en una ley salvaje, donde hasta imposibles salvajadas se convierten en posibles realidades, de un mundo a la deriva, a pesar de tantas sapiencias endiosadas convertidas en demonios para sí.

Decía Aristóteles que la música purifica las pasiones y provoca en los humanos una alegría inocente y pura. Estoy de acuerdo. Precisamos esa pauta purificadora. Sin duda, es una sana medicina, la de ensamblar la diversidad humana, que trajina de un sitio a otro, con las raíces musicales que cada cual lleva consigo, con el sentir de su corazón, el consentir de la mente y el asentir por complacencia a la belleza y a la virtud por singular alteza. Sólo la música, esencia y soplo de verso, puede regenerarnos hacia la comprensión de la diversidad y generarnos vivencias creativas de convivencia. Si podemos ser dos y un solo corazón, ahora hemos de aprender a ser varios y una sola voluntad concertada, desvivida por la paz, en el gran concierto que es la vida.

Es cierto que nuestras músicas son cósmicas y nuestra literatura cervantina abarca varios continentes, sin contradecirse unos lenguajes con otros, por su variedad de esencias y estilos. Todos tienen su hueco y respeto. Debiéramos considerar la lección y retornar de vez en cuando a su página. A lo mejor, si pusiésemos más oído en escuchar músicas como esta de Salinas de que “para vivir no quiero/ islas, palacios, torres”, sino la alegría de “vivir en los pronombres”, seguramente las tensiones dejarían de existir y las atenciones de donación serían actos corrientes de caridad agradecida. 

Tras ese sabio poema de Salinas, versos que nos invitan a la confraternidad de igual a igual, abiertas las ventanas hacia el desapego de los bienes materiales y la aceptación de las necesidades de los demás, la vida volvería a ser ese poema primero de creación de albas y esa música naciente de recreación de almas. Merece la pena rebuscar este mandamiento vital y buscar concertistas que armonicen los contrastes entre la pobreza de unos y la opulencia de otros, sino habrá que ir pensando que el hombre es un animal insociable que detesta a sus semejantes y apesta cuando pierde el espíritu, por mucho constitucionalismo reconstituyente que nos llevemos a la boca. En todo caso, me reafirmo, que el corazón es la única partitura que su eco nos pone en camino del verso, con pulsos que son ritmos de vida y con pausas que son músicas del cielo.