Como fue con los profetas

Autor: Reina del Cielo

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Estudiar la historia del pueblo judío en el Antiguo Testamento es una de las experiencias más enriquecedoras que se puedan vivir. Se llega a sentir una gran familiaridad, una gran cercanía con el pueblo elegido que deambuló por aquella bendita región durante siglos, luchando y llorando, riendo y orando. Alguien dijo que cuando se comprende la relación de parentesco que tenemos con ese pueblo, desde el corazón, uno se siente tan judío como el que más, o aún más. El sólo imaginarse a Jesús y María bailando al son de la música de Su pueblo en las bodas de Caná, nos da una fresca imagen de nuestro origen, nuestras raíces.

Tan profundas son esas raíces, que en el nacimiento de la iglesia, luego de la Ascensión del Señor, uno de los obstáculos más importantes que debieron superar los apóstoles y discípulos, fue el de entender y aceptar a la naciente iglesia como trascendente al pueblo judío. ¡Es que todos ellos eran judíos!. Con no pocas discusiones, y con la guía de la Virgen, se fue encontrando el camino. Sin dudas fueron de gran ayuda San Pablo, llamado el Apóstol de los gentiles, y San Lucas, el único Evangelista no judío. Poco a poco, la Iglesia se fue abriendo paso a todo el mundo, saliendo de Palestina como si fuera una pequeña Belén en la que nació el Cuerpo Místico de Cristo.  

Creo que debemos entender, en nuestro corazón, que nosotros verdaderamente heredamos el legado del pueblo judío, que nosotros tomamos “la posta” y continuamos el camino trazado por Dios en la historia del hombre, hasta que llegue el fin de los tiempos. El pueblo elegido y marcado por Dios finalmente no supo reconocer al Verbo Encarnado enviado como parte de la propia Sangre y Linaje del Rey David, desde la pequeña Nazaret. ¿Y nosotros?. ¿No estaremos cometiendo los mismos errores, cayendo en los mismos abismos?. Somos el pueblo elegido, ahora ya no circunscrito a una raza, porque Jesús trajo la Buena Nueva para todas las naciones, abrió el legado de Su Padre a todos los pueblos, nos trajo la Salvación a todos. Y como pueblo elegido, también corremos el riesgo de no honrar la predilección que Dios tiene por nosotros.  

Con esta idea en mente, les propongo analizar hoy una de las caídas que tuvo el pueblo de Dios, como consta en las Escrituras: no haber escuchado la Palabra de Dios recibida a través de los profetas, persiguiéndolos, y no cumpliendo lo que Dios les pedía por medio de ellos. Caída tras caída, Dios envió una y otra vez nuevos profetas, nuevos mensajeros, incluso el último llegó muy cerca del tiempo del mismo Jesús: Juan el Bautista, pariente del Señor, sangre de Su Sangre.  

Si pensamos en la historia de ese pueblo elegido, veremos que en la herencia de sangre que reciben Jesús y María, hay sangre de profetas. Por las venas de ese pueblo corre la sangre de los profetas, por los que siempre Dios le habló a Su pueblo, a Su gente. Y ellos no trajeron palabras suaves ni felicitaciones, sino fuertes llamados a la fidelidad, a ser dignos integrantes de algo tan importante como ser la familia elegida por el Dios Único. Tan es así que muchos de ellos, la mayoría, sufrieron fuertes persecuciones de algunos de sus hermanos, que no aceptaban que un hombre les hable de ese modo, marcando sus miserias y errores, en nombre del mismo Dios. Varios, de hecho, murieron de modo violento en manos de su propia raza. ¡Nunca es fácil ser profeta!.  

Y a nosotros, cristianos, pueblo elegido del Señor, ¿no se nos envían profetas?. ¡Claro que sí!. Dios ha enviado a través de los siglos cientos y cientos de santos, que han recibido el mensaje de Dios, Su Palabra, así como la dulce voz de Su Madre, la Santísima Virgen. ¿Y que hemos hecho nosotros con ello?. ¿Acaso los santos, verdaderos emisarios de Dios, son la guía de este mundo, el patrón de referencia?. ¿Acaso los líderes del mundo, al menos del mundo cristiano, utilizan las palabras y la vida de los santos como elemento fundamental para definir el modo de guiar a sus pueblos?. ¿O es que en las escuelas de este mundo, aún en las religiosas, se estudia a fondo la vida de los santos, sus vivencias, su ejemplo, sus experiencias místicas, como forma de educar a nuestros niños?. ¿Y en las universidades?. Mejor no seguir...  

Sospecho que estamos tratando a los santos y los mensajeros de Dios de estos tiempos de un modo parecido a lo que hizo nuestro hermano pueblo judío con los profetas, sólo que nosotros no los perseguimos físicamente, sino que los callamos, los ignoramos, que quizás es peor aún. Porque el pueblo Judío siempre tuvo gente santa que seguía la palabra del Señor y daba eco a la voz de los profetas. Por eso los líderes del pueblo solían encontrarse en una situación incómoda, cuando el profeta ponía a la luz del pueblo la mala conducción que se estaba realizando. Los profetas resultaban incómodos, porque el pueblo creía y los escuchaba. En cambio, nosotros no tenemos esa capacidad de escuchar y sacar a la luz del mundo todo lo que Dios nos dice a través de los santos, de Sus mensajeros. ¡Ni siquiera los conocemos!.  

Temo que estemos fallándole una vez más a nuestro Dios: El nos envía mensajero tras mensajero, y nosotros, hacemos en gran medida oídos sordos. Mientras estamos a tiempo, ¡corrijamos nuestro rumbo!.  

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