Grietas en el alma

Autor: Reina del Cielo

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Un valle rodeado de montañas, a derecha e izquierda, y en el centro un imponente dique de cemento de cientos de metros de altura. Silencio absoluto, nada se mueve alrededor. En un instante todo se ha detenido, el tiempo, los bosques en las laderas. Si bien no se ve la superficie del lago que está del otro lado del muro, uno sabe que allá arriba hay una pared de agua alta como un enorme edificio, que amenazante presiona sobre el cemento. Mi atención se concentra en un punto en el muro, hasta advertir una pequeña grieta por la que gotea amenazador un hilo de agua, que corre lentamente por la pared vertical de hormigón.

Esta imagen quedó retratada en mi mente por alguna película que he visto en mi infancia. Todavía siento la tensión y el temor asociado a lo que ineludiblemente se precipitará en cuanto la grieta se abra más y más, hasta dejar que el lago pase en forma atronadora destruyendo y matando gente valle abajo, donde nadie espera semejante cataclismo. Hoy vino a mi mente ésta imagen porque vi a una persona que tenía una grieta en el alma tiempo atrás, que ahora es un hueco enorme por el que se precipitan en forma atronadora las aguas de las miserias humanas, arrastrando su propia alma y amenazando a las de las que la rodean.

Desde nuestra naturaleza humana débil y expuesta a la tentación, todos tenemos grietas en nuestra alma que esconden el riesgo de abrirse, hasta dejar pasar los torrentes del pecado. Es algo que todo director espiritual observa, y trata de contener para evitar que un alma se precipite hacia la oscuridad espiritual. A veces es algo tan simple como una pequeña llama de envidia, que aparece aquí y allá, de forma insinuada o poco visible. Sin embargo, con el tiempo esa grieta de envidia puede crecer hasta dejar pasar mares de celos, resentimiento, y finalmente maldad abierta y practicada con total desembozo.

Otras veces es la vanidad, una pequeñísima inclinación a querer lucir mejor que los demás. Esta vanidad puede ser física, o también puede ser la peor de todas: la vanidad intelectual, capaz de destruir un alma con la fuerza de un huracán espiritual. Cuando estas grietas de vanidad dejan que un alma acepte comportamientos que la mueven más y más hacia lo exterior, se va produciendo un sepultamiento de la espiritualidad, del interior de la persona. Vanidad física o vanidad intelectual, ambas abren una grieta gigantesca que finalmente deja paso a un mar tumultuoso que atrapa al alma y la ahoga en el torbellino de la ceguera espiritual.

También las pequeñas grietas de miedo que a veces amenazan nuestro dique espiritual constituyen una puerta por la que se puede precipitar el mar del pecado. Miedo que al principio es nada más que una respuesta natural a situaciones que nos ponen a riesgo, que nos someten a preocupaciones y angustias. Pero esa grieta de miedo, cuando se profundiza, deja paso a mecanismos que supuestamente evitan futuros miedos, dándonos seguridad. Esas respuestas de nuestra alma no hacen más que alejarnos de Aquel en quien debemos confiar todo, El que es la única fuente de seguridad y confianza. El miedo fractura nuestro dique y nos deja sujetos a nuestros propios recursos, como si pudiéramos hacer algo sin El, sin Dios. La confianza, única forma de cerrar definitivamente la grieta del miedo, sólo debe ser puesta en Dios, nunca en nosotros.

Y la ambición, esa grieta que suele presentarse como forma de darnos seguridad y tranquilidad en un mundo donde lo material nos invade a diestra y siniestra. Ambición que empieza como el deseo de tener un empleo o fuente de ingresos estable, puede agrietarse y transformase en un cataclismo espiritual donde todo vale con tal de progresar y sostenerse. Un poco más, un poco más y ya llego a tener lo suficiente. Luego pediré perdón a Dios por toda la mentira y todas las traiciones realizadas por acumular un poco más de dinero o de sostener mi posición social. Cuando se rompe el dique de nuestra alma por la ruptura de una grieta de ambición, se precipitan mares de avaricia, de mentira y de traición.

Estas pequeñas grietas que solemos tener en nuestra alma deben ser observadas, y reparadas en cuando aparecen. Es importante que todos sepamos reconocerlas en nosotros mismos, cuando se manifiestan. Pero más importante aún es verlas en quienes están a nuestro cargo, o están cerca nuestro. Qué triste es ver a una persona en una edad joven, y luego ver a esa misma alma en una edad madura con enormes grietas que han colapsado y transformado la frescura juvenil en oscuridad interior, en falta de fe y vida espiritual.

Las grietas están presentes en nuestra alma, y el silencio que las rodea presagia un posible desastre espiritual si es que nadie se hace cargo de repararlas, ya seamos nosotros mismos o alguien que por amor nos ayude a cerrarlas definitivamente. Pero en cualquier caso oremos a Dios para que el mar de la oscuridad y el pecado no venzan los muros de nuestra alma a través de esas sutiles fracturas, de esas silenciosas grietas que se ciernen sobre nuestro futuro, sobre el futuro de nuestra alma. Nuestra confianza debe estar puesta en El, que por amor nos protegerá, nos dará fortaleza, fe y esperanza. Con El tenemos todo lo necesario para vencer, para salir triunfadores en la lucha contra nuestras propias debilidades.

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