Venid a Mí

Autor: Rafael Ángel Marañón



"Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, que Yo os haré descansar.                                                                                              Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.                           Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga".

(Mateo 11:28-30)

¡Cuantas veces hemos leído y oído estas bellísimas y reales palabras sin conmovernos ni apreciar en ellas más que un bello dicho y una bella promesa sin valor efectivo!

Si somos realmente sinceros, hemos de reconocer que verdaderamente hacemos poco uso espiritual de tan maravillosas palabras. Pero tomad las palabras de Jesús con sosiego y atención; con unción y fe. Repetid una y otra vez en vuestra mente esta verdad tan maravillosa y llegaremos, si somos sinceros, a llenarnos de gratitud y consuelo dándole a las palabras de Jesús el rango y la potencia espiritual que tienen como toda la verdad del Señor

Y es que realmente Jesús, conocedor como nadie la frágil naturaleza humana, tiene a mano la solución idónea para cada problema espiritual que padezcamos. Cada palabra, cada idea, cada sugerencia o mandamiento puede (por el hombre espiritual) ser sopesado hasta la extenuación, sin que pierda el inmenso valor que el maestro quiso darle al pronunciarla.

Estas grandiosas palabras han sido para muchos de gran consuelo en momentos decisivos, pero posteriormente en distintas situaciones no han sido para ellos más que un bello texto para poder exhibir una oportuna opinión apoyándose en ellas.

No obstante, hay bajo cada versículo y bajo cada palabra del Señor una explosión de vida y esperanza que solo puede disfrutar y aprovechar el que, desprendiéndose de agitación y prejuicios humanos, se entrega sin dudas al significado y poder del texto sagrado.

Cristo tiene una sencilla y eficaz forma de consolar, animar y convivir con el que le busca. La llamada es simple: Venid... Así la demanda es solo ir a la llamada; de tal forma que solo hay que poner el primer movimiento de nuestra parte y del resto se ocupa Jesús.

Por otra parte la llamada no es para los satisfechos, ya que estos no querrán ir a Jesús de ninguna manera. Él no ofrece a estos nada que no puedan obtener del mundo según sus pervertidos paladares. ¿Cómo van a querer los soberbios la humildad, ni los ricos la pobreza, ni los violentos la paz? No. Jesús llama solo a los cargados, a los trabajados, a los desalentados, a los que se siente perdidos sin medios para rescatarse y sin fuerzas para defenderse.

La llamada se refiere a los perdidos contritos, a los que hay que consolar y a los que recibirán con gozo el Reino de los Cielos. A aquellos que fatigados no encuentran refrigerio ni descanso en el agresivo mundo donde naufragan débiles e impotentes. Los que claman: Infelix ego homo! quis me liberabit de corpore mortis hujus?. Miserable de mí! ¿quien me librará de este cuerpo de muerte? Y a los que el santo oráculo contesta: gracias a Dios... por Jesucristo Señor nuestro. Carta a los Romanos

Los que a sí mismos se contemplan en franquicia y abundancia, salvos y superiores no necesitan salvación. Según su parecer ya la tienen, aunque sabemos que nada hay tan apartado de la realidad. Tendrán el consuelo terrenal de la riqueza, pero no el eterno del Espíritu de Dios en Cristo. ¡Ay de vosotros, ricos! porque ya habéis recibido vuestro consuelo.

Jesús dice claramente: yo os haré descansar. No dice y descansaréis porque esto supone un esfuerzo humano que quitaría rigor y eficacia a la obra de Cristo: Yo, y solo yo os haré descansar. Esa es su palabra inerrante.

Hay quien insiste en que cuando se está apurado en un asunto o negocio que va mal, basta con acudir a Jesús en oración (y con algún don) para que ese negocio se convierta automáticamente en un éxito al uso y concepto mundano.

De ninguna manera la paz y el consuelo de Cristo funciona así. Él no promete riquezas ni honores mundanos. La promesa de Cristo (pese a lo que digan tantos embaucadores) no tiene nada que ver con los automóviles suntuosos, ni con las mansiones o caudales financieros. No; la promesa de Cristo es simple y comporta la auténtica solución eterna del devenir del ser humano. La honra eterna que da el Padre a sus hijos.

Nadie que no sea llevado a Cristo por el Espíritu de Dios, cambia una cómoda posición social por las tribulaciones que acompañan al que de veras sigue fielmente el camino de Jesús. Si a mí me persiguieron así harán con vosotros. No es el discípulo mayor que el maestro. Los que desprecian al maestro desprecian al discípulo y viceversa. Y así tiene que ser. Solidarios con Cristo en las tribulaciones y también en su gloria. llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.

Mientras vivimos, estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús; para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal.  2ª Corintios4,11. V NC.

Ahora bien; solo cuando las cosas van muy mal a la persona, cuando ya no tenga absolutamente ninguna salida a sus apuros, es cuando se pone en marcha para acudir a Cristo. Como el apóstol Pablo dejó bien sentado: es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.  Hechos 14,22

En la abundancia y en el placer mundano no actúa Cristo. Sería despreciado. Y he aquí como el Señor, cuando quiere que le sirvamos y que andemos con Él, suele someternos a tribulaciones y apuros para que todo el poder de la obra resida en Él y no en nuestras fuerzas, que en el momento supremo de ir a Él son ningunas.

Los vigilantes de las playas no sujetan enseguida al nadador en apuros, sino que esperan a que este fracase en sus esfuerzos completamente, para una vez entregado y sin fuerzas pueda ser sacado a salvo por la potencia y destreza del salvavidas. Así, el Señor que sabe muy bien lo que hace, conduce a sus amados por senderos que a la carne le parecen humillantes e insoportables. Sin embargo son imprescindibles para que, cuando se acojan a su amor y a su misericordia, no tengan dentro de sí el menor ápice de poder y así no se puedan envanecer y disminuir o estorbar la magnífica obra de la salvación divina.

Pero podemos decir: yo soy religioso y por lo tanto tengo derecho a que se me invite a venir a Dios según su palabra. Bien, es verdad que puedes ir. Y debes ir. Pero en las condiciones de Dios y no en las tuyas. La palabra del Señor es todos los que están fatigados y cargados. O sea todo aquel que se encuentre en esa desastrosa situación espiritual.

Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino a salvar a los pecadores de los cuales yo soy el primero. Así decía el gran apóstol Pablo de sí mismo siendo, como era, un hombre de Dios dedicado completamente a la difusión de la palabra de salvación por la fe en Jesús. Solo el que se siente perdido, desahuciado,  se acercará de forma adecuada a recibir humildemente el agua del Espíritu de Cristo para ser limpiado y purificado.

El llamamiento general del evangelio es para todos. Nadie que va a Cristo es rechazado si va con fe y humildad. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Juan 6,37. Si el Padre lleva a una persona a Jesús este no lo rechaza. Pero hemos de ver en este verso que es el Padre el que lleva a los hombres a Jesús. Nadie viene a mí si no le trae el Padre. Juan 14,16.

Tenemos pues una secuencia curiosa que nos llena de admiración por la providencial disposición de Dios en relación con las condiciones de la salvación. Veamos; Jesús  dijo: Yo soy el camino, la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.  Juan 14,6.

Podemos concluir este análisis comprobando que es Dios Padre el que toca el corazón del que va a Jesús, al cual no iría si no fuera movido por Él. Y a su vez Cristo lo recibe y es constituido por el Padre en el camino único para ir a la gloria eternal.

No como lo pueden atisbar los perdidos o ver como juez iracundo. Por el contrario los cristianos podemos decirle “Abba”, (papá) como cariñosamente se hacen llamar por sus hijitos los padres que aman y son amados por estos.