Vamos con los cañones

Autor: Rafael Ángel Marañón




Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad.

Daniel 12:3

Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga.

Mateo 13:43

Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. !!Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.

Apocalipsis 16:17-17.

 

En las lomas de Waterloo se libra una sangrienta y decisiva batalla. El general francés Grouchy come fresas en una aldea donde hacía descansar a sus agotados hombres cuando retumban los cañones de Waterloo. ¡Vamos con los cañones! Le ruegan sus oficiales. El general se niega y dice que se trata seguramente de una tormenta.

Grouchy era hombre de sólida disciplina y no se mueve de la misión que le han encomendado de perseguir y localizar al ejercito prusiano de Blücher.  No encuentra ese ejército y lo sigue buscando sin moverse de esa misión

¡Vamos con los cañones! le insisten los jóvenes oficiales deseando entrar en combate. Un ejercito decisivo que, inoperante, espera órdenes que nunca han de llegar. Y la batalla se pierde porque el rígido concepto prevalece sobre la decisión de combatir.

No es mala la disciplina ni hay que censurar al general que cumplía meticulosamente una misión, pero todos creen que hubiese podido poner más entusiasmo o interés (cuando truenan los cañones) en ser útil en la batalla o por lo menos, sin dejar su cometido, aproximarse a ella. Solo eso, hubiese significado la victoria.

Todo pasó y la historia es algo que transcurre al margen de lo que piensan o hacen los hombres. Solo me llama la atención la frase tan impresionante. ¡Vamos con los cañones!

¡Vamos con Cristo! deberíamos decir los cristianos cuando nos enfrentamos con misiones que a veces nos llevan a parajes espirituales que, sin ser malos ni mucho menos, pueden entorpecer el ardimiento espiritual que debe llevarnos siempre tras la estela de Cristo. Y al pasar, vio a Leví hijo de Alfeo, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y levantándose, le siguió. Marcos 2:14. Leví fue con los cañones sin dudarlo.

Grouchy podría haberse equivocado y desobedecido si hubiese procedido de otro modo, pero nosotros tenemos la ventaja de que no podemos equivocarnos cuando corremos tras de Cristo hacia el campo de batalla espiritual.   

Porque las obras en las que se ocupan los hombres bajo el sol todas son vanidad según el Eclesiastés. Porque todo es pasajero y unos hechos y unas cosas atropellan e deshacen a las anteriores. El amor de Dios y la presencia de Cristo nunca pasa.

Hubo una frase (a mi me impresionan mucho algunas frases) que decía un pandillero a otro. Todo es negocio Charlie, puro negocio. Y creo que es verdad. Todo hasta los sentimientos más nobles que creemos tener llevan  todos el factor negocio. Por algo hacemos las cosas.

Nosotros también tenemos un negocio de mucha mayor importancia y vigencia y de tan distinta índole de los que se acometen en este pasajero mundo. El negocio de la vida eterna con el Dios eterno.

Nos fue ofrecido un camino para salir del fondo del pozo de pecado en el que nos hallábamos hundidos. No había salvación y el destino eterno era la separación definitiva de Dios y ya no quedarían más oportunidades.

Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, Efesios 2:4. Ahora, pues, nosotros aceptamos tal maravillosa oportunidad y nos entregamos a Dios en Cristo. Somos salvos y estamos repletos de gozo espiritual.

Somos hermanos de Cristo el cual nos dijo: No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis... Quien me ha visto a mí ha visto al padre. Juan 14.

Y en otro lugar se dice: Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, Hebreos 2.

Si ante este breve acopio, de admirables y verídicas promesas y afirmaciones no decimos como aquellos oficiales de Napoleón cuando oyeron rugir la batalla. ¡vamos con los cañones! no somos verdaderos soldados de Cristo. Somos más o menos simpatizantes de una causa que nos parece buena y muy interesante, pero no acudimos al tronar de la acción

Hoy libramos una batalla de infinita más trascendencia que la de Waterloo, y contra armas más sutiles y a veces tan violentas como las de aquel famoso día. Una ominosa sombra se cierne sobre cada cristiano en la vida diaria de tal manera que va corrompiendo las vidas y sobre todo los cimientos de la iglesia. Porque no se trata solamente de que la iglesia esté siendo infiltrada por el mundo corrompido sino es que parece que hay mucho interés de muchos de meter el mundo en la iglesia.

Esa es una parte importante de la batalla de hoy. Ahí rugen los cañones y ahí tenemos nosotros que ir porque la iglesia de Cristo padece persecución y contradicción, así como de ataques que pretenden destruirla. Algunos dicen: “la iglesia permanecerá, porque es de Dios y el mismo Jesús dijo que su iglesia no sería destruida jamás”

Es cierto, pero hay que decir que necesitamos ir tras los cañones y formar parte de ese ejército de paz que, intransigentemente en lo que respecta a la fe, pone su pecho ante las armas diabólicas del enemigo. Y somos invencibles por la potencia de Dios pero ¡vamos con los cañones!

No esperemos un solo minuto más pensando si son galgos o podencos. Ahora es la hora (nuestra hora) de honrar a Dios y de estar al lado de Jesús. Y en cualquier situación digamos como Él mismo dijo como últimas palabras en la batalla contra el siniestro pero vencido enemigo.

Padre, en tus manos entrego mi espíritu.

 ¡Allá voy contigo Jesús! ¡Que truenen los cañones lo que quieran!