Gustar los bienes del mundo venidero

Autor: Rafael Ángel Marañón

 


La fe del hombre fiel pone a Dios por encima de cualquier cosa, de su propia persona  y aún de su propia vida, ya que vida solo hay en Dios que es la Vida absoluta y el único dispensador de ella. El hombre moderno o el antiguo está bajo maldición, hasta que el Espíritu lo elige y moldea, llevándole en total sumisión a la voluntad de Dios.

No existe tal cosa como que el hombre, mediante estudio o por recibir una adecuada predicación, ha decidido dar a Dios una oportunidad. Eso es una desgraciada forma de pensar ignorante y fatua. Es la iniciativa de Dios la que empieza la obra de salvación, la sigue y acaba. Al hombre solo le corresponde mantener la posición con el Espíritu. Jesús dijo claramente y eso no tiene mayor complicación interpretativa: Yo soy la luz del mundo: Yo soy el camino la verdad y la vida, nadie va al Padre sino por mí. Y en otro lugar añade para completar este pensamiento: nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado, no le trae.

Nadie conocerá ni verá a Dios como Padre si no es a través de Jesucristo. Y esto porque así plugo a su maravilloso propósito desde la eternidad. Y a la vez nadie se llega al hijo para adorarle y obedecerle, si el Padre no le lleva por medio de su Espíritu Santo. La obra del Espíritu es grandiosa pues lleva a cabo los designios de Dios el Padre y continúa la obra de Cristo, el Hijo Eterno.

Todo fleco, toda suciedad por pequeña que sea, toda contaminación, han de desaparecer del hombre de Dios. Para él solo hay una palabra que es inerrante, y esta es la palabra de Dios. Tanto escrita como revelada es la única que expresa su pensamiento para nosotros cuando es debidamente aceptada y espiritualmente interpretada.

 Solo desde ese punto de partida, en perfecta aceptación, es posible al hombre gustar los bienes del mundo venidero y participar en la paz y la felicidad de Dios, desde el momento de su rendición absoluta a Él.          

No es posible para el cristiano, ninguna forma de relación o aceptación, de alguna facultad que pueda emanar de estos seres rebeldes que son los incrédulos. En el plano espiritual, no podemos aceptar lo que Dios mismo ha desechado como inmundo. Todo conocimiento en ellos, por muy excelente que sea, está contaminado del espíritu de rebeldía.

Claramente y con rigorosa oposición, proclaman su odio violento y su fatal condenación. Tal como una computadora dotada con excelentes programas, pero afectada por el temible virus que estropea y muchas veces arruina magníficos trabajos. 

Es incomprensible, que en el rigor de sus desdichas, y conociendo a quien pueden acudir a mitigarlas, no solo no acudan a la fuente de refrigerio tan deseada, sino persistiendo en seguir constantemente inmersos en sufrimiento y condenación, la desprecian y atacan. No han sido elegidos ni participan de la vocación celestial. (Hebreos 3:1) Y tal llamamiento es de una trascendencia tan enorme que nos hace vivir, en esta esfera de vida, el anticipo o atisbo de la plena vida eterna que Dios (que nunca miente) nos ha prometido a los que perseveramos en certidumbre andando con rectitud total en Él.

Es así que contemplamos atónitos como el mundo se deteriora bajo su avance tecnológico, derrochando y entregado a los vicios, prisionero de sus propias redes, y a más de media humanidad en penuria y abandono. Por lo que se oye, este estado de cosas es todo el summun de la civilización.

Ignorando voluntariamente a tantas criaturas que han sido confiadas a nuestra compasión y misericordia, y de los cuales nos guardamos muy mucho, con armamentos, leyes y fronteras bien vigiladas. Hipócritamente se hacen cuestaciones, mientras por otra parte nos afanamos en limitar la producción de alimentos, y esto en nombre de la estabilidad del mercado. Si mueren millones de personas de hambre no es tan importante.

Esta es la filosofía satánica que insidiosamente se ha establecido y crecido; y ante la cual no cabe más defensa que la fe en Dios sin dudas ni fisuras y el seguimiento de Jesucristo, tal  como nos invita su Santa Madre desde las Bodas de Caná: haced lo que Él os diga.