Silencio y soledad

Autor: Rafael Ángel Marañon




La soledad no es compatible con la naturaleza perdida del hombre. Por ello todos tratan de estar juntos unos con otros para "entretenerse, distraerse, y divertirse". Triste situación de los perdidos y de muchos de los creyentes que no apetecen del maná del Espíritu, y sí de las calabazas y melones de Egipto, es decir, del tráfago mundano.

 

Pero Dios no trata al hombre de su elección, en la multitud y la dispersión de sus pensamientos e intereses mundanos. Él llama a la soledad y allí revela los más dulces misterios a sus amados. La soledad, pues, no se escoge sino que Dios nos llama a ella. De grado, y mediando la carne, el hombre aborrece la soledad. En el espíritu, la anhela para poder concentrarse con más vigor sobre los misterios y revelaciones de Dios.

 

Dios tiene revelación para cada uno de sus hijos y solo en la soledad, fuera del ruido del mundo y de sus seducciones falaces, es donde Dios se muestra más vivamente a los suyos. Andamos derramados por múltiples afanes, muchos de ellos aparentemente legítimos y deseables para el trabajo evangélico. No se trata de no hacer nada, sino como dice la Escritura , todo lo que puedas hacer hazlo según tus fuerzas.  

 

Dios no invita a la molicie, sino a la paz. Quiere que cada uno se esfuerce para el Reino, pero solo en la medida de sus capacidades. Trabajar con la "lengua fuera" no es sabio y solo magnifica a nuestro ego, pero no a Dios. Este es el caso de muchos que se involucran en todo -y demasiado- creyendo que haciendo mucho en mediocre, es mejor que hacer bien cualquier cosa que emprendan, aunque sean poco lucidas. Mejor es hacer poco y bien, que mucho y mal, por causa de la agitación y la premura.

 

El que cree que rodeándose de la agitación mundanal diaria cumple el dicho de Jesús, no que los tomes del mundo no ha captado bien el sentido de tales ruegos del Maestro. Si estando desprendidos de las ocasiones y huyendo de ellas somos tan fuertemente tentados y estamos tan al borde de caer si no vigilamos, ¿Cómo podremos escapar de la tentación si andamos en medio de donde esta abunda?

 

Hay que salir al mundo para ganar almas. Es cierto. Pero antes hay que armarse de la armadura de Dios  y sin ella y sin su mandato, no dar un solo paso porque solo cosecharemos fracaso.

 

Jesús subía al monte -solo- para orar y dialogar con su Padre.  Y aunque multitud de veces estuvo rodeado de muchedumbres, nunca perdió la concentración sobre su misión, ni se dejó arrastrar por nada ni nadie que Él no hubiera determinado para la gloria de su Padre. Hay en el mundo mucho engaño y falacia y no hay en él nada seguro ni estable. El mundo siempre es imprevisible, mas la promesa y la acción de Dios siempre se muestran firmes y seguras, sin incertidumbres ni mentira.

 

Si quieres ser vencedor en tu lucha de discípulo, debes hablar lo imprescindible y dejar las parlerías sobre lo que no aprovecha espiritualmente. Calla, huye, y haz tu trabajo, porque nada ganas derramado en la vanidad y viendo y oyendo lo que sabes que no es del agrado de Dios.

Luego cuando te quieres poner en oración te es casi imposible, pues las cosas que antes has visto y oído no dejan reposar tus pensamientos. Nadie puede dominar los sentimientos que surgen de la conversación sea espiritual o mundana. Sepamos escoger lo que nos conviene, que es tarea posible si no andamos derramados en las locuras del mundo.

 

   Grave cosa es que muchos cristianos no tengan tiempo de leer la Biblia durante meses, y en cambio conozcan al dedillo todas las suciedades y maldades que se muestran en televisión, revistas, radio, chismes, etc. ¿Cómo es posible que se pueda, siendo tan difícil, acercarse a Dios en oración si un minuto antes de esta -o un minuto después-, ya estás otra vez conversando y enredándote con lo que es enemigo de Dios?

Si eres escogido, serás amigo de la soledad y del silencio en el que libremente tendrás continua comunicación con tu buen Señor y amigo que para utilidad tuya te enseña. El que se distrae agitado con los usos del mundo, en muy poco tiene la vida eterna. Donde hay multitud, allí hay agitación, confusión y derramamiento de nuestra alma y nuestro corazón.

 

El que es hablador de toda "ciencia" muy pronto se excederá y caerá en pecado, pues es muy difícil hablar mucho y no pecar. Si tienes el corazón lleno de Cristo, no buscarás distracciones ni los brillos del mundo ya que te bastará la suave conversación con el que solo quiere tu bien y nunca te deja ni  traiciona.

 

Señal de poca salud espiritual es el hablar mucho y recogerse poco. Parece una gran obra por lo agitado de ella como las ardillas en el árbol, pero es moverse por moverse.

 

La boca es tapadera abierta por donde se escapa la piedad. Mejor que ser sabio hablando, es serlo callando. La lengua es un fuego, un mundo de iniquidad.  ¿Cómo no ha de procurar domarla el que quiere ser discípulo? El hombre natural se entrega al insano ejercicio de hablar y hablar sin sujeción alguna, y ninguno puede domar la lengua que es un miembro que no puede ser refrenado, lleno de mortífero veneno .

Muchas veces nos arrepentimos de haber hablado; nunca de haber callado. Todo hombre debe ser tardo para hablar.  Muchas contiendas, envidias, males de todas clases y sufrimientos de balde, se evitarían solo con callar. Cuando hablemos, hagámoslo siempre para glorificar el nombre de Dios y para edificación nuestra y de otros, pero sin exceso. Si hay que hablar alguna otra cosa que aflija o reprima al prójimo, sea lo menos posible, y con palabras de Dios.  El menor trabajo de todos, es callar.

 

Erramos, erramos y erramos con tanta habladuría, tanto mentidero y tanta agitación... la llevaré al desierto y le hablaré al corazón. Solo habla Dios a nuestro corazón cuando lo haya solo. Pero; ¿cuándo lo tenemos quedo y solo?

 

No basta pues, ya que hemos llegado hasta aquí, conque dejemos de hablar lo malo, que es la palabrería del mundo. De toda palabra ociosa que hablen los hombres, habrán de dar cuenta en el día del juicio. No solo de la mala sino de la que no es útil. En esto hay mucho que decir y meditar. Demos pues utilidad espiritual a nuestras palabras, hagamos la obra de Dios y así no tendremos que temer juicio. Esperemos confiados a que se cumplan plenamente en nosotros las palabras de Dios:  Llámame y yo te responderá y te comunicaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.

 

Humillémonos ante la poderosa mano de Dios, y callemos cuando no tengamos para decir, algo útil y provechoso para nosotros o el prójimo.