Reflexión

Autor: Rafael Ángel Marañón


Los que están sanos no tienen necesidad de médico sino los enfermos.

Lucas5,31.

Toda mente está enferma y todo corazón doliente.

Isaías 1,5.

Dios muestra su amor por nosotros en que siendo pecadores

Cristo murió por nosotros.

Romanos 5,8.

 

Hay un descuido por parte de los que creen que Jesús vino al mundo para los justos, y que los pecadores son una masa informe que no merece ser considerada. Es indigna y por tanto debe ser despreciada. Y eso cuando no merecedora de los males peores que se puedan inventar.

 

Es cierto que lo que llamamos los cristianos “el mundo” está dirigido por fuerzas malignas que hacen dificultosa la tarea de salvación. Yo añadiría más. La hacen imposible.

 

 Afortunadamente los propósitos de Dios no encajan con nuestros criterios. Y así dice la Santa Escritura: Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jahvé. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. Isaías 55, 8-9

 

Naturalmente que para el ser humano la salvación es imposible. Su naturaleza carnal y sus pensamientos no se dirigen al bien de forma natural, sino que las inclinaciones del hombre son de continuo solamente al mal. Génesis 6,5. Dios sabe esto muy bien desde la eternidad y ante la imposibilidad y la impotencia del ser humano, Dios proveyó el remedio.
Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, Gálatas 4:4. Esto es, Cristo, para que fuésemos salvos por Él.

 

La jactancia de los que se creen justos por sí mismos y sus esfuerzos, queda derribada y puesta en solfa por el mismo Cristo. No he venido a llamar a justos, sino a los pecadores al arrepentimiento. Lucas 5,32.

 

Y ahora reflexionemos sobre algo que nos pasa desapercibido, aunque parezca presente en nuestras mentes y nuestro corazón. Algo enormemente maléfico e importante esta padeciendo la humanidad para que Dios tuviera que entregar de voluntad propia a su amado hijo, el autor de la vida para que nosotros fuésemos salvos por Él. ¡Que gran cataclismo espiritual y cósmico -de la dimensión de Dios- tuvo que ocurrir para que los hombres pudiéramos ser rescatados de nuestra desdichada y comprometida situación.

 

No se trataba de lo que creían y aun creen los judíos de un reinado de poder, de aplastamiento de los enemigos, y la entronización de un reinado temible para los que no fueran de la raza israelita.

 

La llegada del Salvador que ha de morir por todos, supone la existencia de pecado en la humanidad de tal gravedad y trascendencia, que Dios hace el gran sacrificio y entrega a su hijo para que sea escarnecido y muerto por los mismos a los que venía a salvar.

 

Nada es impredecible para Dios. Pensar así es ingenuidad o necedad. Dios en su eterno propósito concedió libertad al hombre y este ha mostrado lo que es capaz de hacer, no solo con su libertad (el mayor bien del hombre en la tierra) sino con la mayor muestra de confianza de Dios hacia su criatura, aun sabiendo que en tal libertad es capaz de hacer las obras, y concebir los pensamientos que ningún ser pensante puede ignorar. Lo vemos cada día en cada familia, aldea, ciudad o nación. Por ello los cristianos podemos estar seguros de la afirmación de la Escritura: Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno. 1 Juan 5:19.

 

Jamás hubiese sido necesario un salvador de tal rango, de tal categoría, de tal desgarro divino, si la atrocidad y injusticia del pecado no fuese algo que traspasa siniestramente los ámbitos de la existencia humana en la tierra.

 

Dios es consciente de nuestra ingratitud, pero eso no apaga, ni aun amortigua, su inmenso amor por sus criaturas y se lanza sobre el abismo y vacío que el hombre con su pecado ha abierto ante Él. Y llevado del amor pone sobre el tapete de la existencia, al propio hijo, para demostrar que: Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos  5:8

 

No queremos perder el tiempo complaciendo vanas curiosidades de muchas gentes proclives a la discusión y a la reluctancia. Si preguntan por qué hubo de morir un tan santísimo ser como Jesús el redentor, y si no habría otro medio para conseguir los deseos de salvación de Dios para nosotros, solo tenemos que contestar que Dios sabe lo que hace. Que la muerte y la resurrección de Jesucristo, en bien de los hombres, era conveniente hacerlo así, no por casualidad o porque las cosas se le hubiesen ido de las manos al buen Dios, sino como dice claramente la Escritura: a éste (Jesucristo) entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; Hechos 2:23.

 

Así que nada de sorpresa, nada de improvisación. Determinado consejo y anticipado conocimiento. Por eso el apóstol Pedro puede decir con total determinación: Sepa, pues, con toda certeza, toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Hechos 2:36.

 

La cruz, la sangre, los tormentos, pueden parecernos o parecer a otros como llevar las cosas muy lejos por un Dios todopoderoso. Pensemos en la gloria, el resplandor de la justicia y la misericordia de Dios, y todo, junto con nuestros propios sufrimientos, tendrá la razón y la certidumbre que los que evaden ponerse bajo esta sabia y confiable disposición de Dios no tendrán jamás.